Notas sobre la formación de Mariátegui: un autodidacta imaginativo

  • Javier Mariátegui

Resumen:

En este texto analizamos la influencia del estímulo temprano en la infancia y adolescencia, en general en el desarrollo de la personalidad de José Carlos Mariátegui, principalmente de su admirable capacidad de asimilación y registro de información. Partimos de la premisa de que, en el examen de las relaciones entre la creatividad y la educación formal, lo restrictivo y rígido de la última puede entorpecer el desarrollo de la primera. La enfermedad y la limitación de movimiento en edad temprana produjeron sin duda una experiencia restitutiva, que se hace más patente con la crisis de la salud de 1924, que determina una mutilación física y genera una necesaria compensación psicológica del esquema corporal. Asimismo, sostenemos que no hay desarrollo independiente, esto es, personalización, si no se da libre manifestación al pensamiento original y al proceso de compensación reparativa y creativa de la imagen personal. Estas reflexiones deben mucho a los planteamientos de mariateguistas que han incidido en el estudio de la personalidad, en este caso principalmente de Alberto Tauro1, Pablo Macera2 y Alberto Flores Galindo3.

Hipótesis de trabajo

En esta nota intentamos esbozar solo un esquema explicativo, una aproximación primera que pretende poner en evidencia cómo la experiencia de la enfermedad y la ausencia de estudios formales —escolaridad y universidad— en José Carlos Mariátegui pudieron ser superadas con ventaja por su condición de autodidacta y por los estímulos tempranos que no sólo llenaron este vacío sino que contribuyeron a forjar una personalidad tempranamente madura y armónica.

Partimos de la asunción de que la educación formal puede ser un obstáculo para el desarrollo de una mentalidad creativa; y, por el contrario, su ausencia representar un estímulo eficaz para la emergencia de esa potencialidad, para la forja de una personalidad precozmente estimulada, por la limitación física, en sus capacidades madurativas y en el despliegue de sus talentos.

Una nueva veta para el entendimiento del Mariátegui persona está contenida en la correspondencia con Bertha Molina (“Ruth”)4, que es un verdadero ejercicio introspectivo y puede utilizarse, merced al puntual registro de fecha, como un sustituto del “diario personal”, también llamado “íntimo”, una forma literaria para la que estaba especialmente dispuesto, en esos años de adolescencia y de adultez temprana, un escritor de la sensibilidad de José Carlos. Esas cartas tienen un destinatario pero también están dirigidas a sí mismo, a la reparación de la imagen personal física y espiritual y al reconocimiento de las experiencias vitales, desde el “querer ser” o ideal del yo en la terminología freudiana, al “yo real”, al propio yo consciente. Representan esas misivas y otros documentos de la época una entrega de intimismo y, al mismo tiempo, un registro temprano del mundo emocional e intelectual —ideario y emocionario— de José Carlos Mariátegui. Estas cartas y los escritos de su adolescencia literaria, de su “Edad de Piedra”, que sólo ahora conocemos de manera sistemática gracias al esfuerzo de Alberto Tauro5, merecen un estudio especial pues ahí se encuentran las claves para el entendimiento de una etapa de transición personal importante. Ya Tauro adelantó un estudio amplio y magistral, como todos los suyos, pero queda aún mucho que esclarecer desde la perspectiva psicológica y con el auxilio hermenéutico de la Psicohistoria. Estos apuntes no pueden sino mencionar esta vasta cantera documental e informativa: su esclarecimiento requiere de estudio amplio y de análisis especiales. Toda una lectura crítica y cronológica que no podemos sino señalar como un tema pendiente de la investigación caracterológica.

La “fortuna de ser pobre”

Se ha repetido que la madre de José Carlos, Amalia La Chira, y la inestable pareja que formó con su elusivo y errático esposo, Francisco Eduardo Mariátegui, no tenían recursos económicos y que Amalia tuvo que trabajar para mantener a sus hijos, lo que es estrictamente cierto6,7.

Estudio fotográfico La Torre & Cia. Maria Amalia La Chira Vallejos (c.1905). Fotografía, 8.7 x 5.2 cm.
Figura 17
Estudio fotográfico La Torre & Cia. Maria Amalia La Chira Vallejos (c.1905). Fotografía, 8.7 x 5.2 cm. Archivo José Carlos Mariátegui

Se ha reiterado que Amalia trabajaba de costurera pero no se agrega que fue también maestra de escuela en Huacho y que era una mujer cultivada, muy bien informada, de excelente lenguaje, que mantenía una comunicación fluida con los suyos y que daba al hogar toda la intimidad y el estímulo necesario para generar una genuina vida familiar, malgrado la ausencia del padre. Sus nietos la tratamos muchos años y somos testigos no sólo de su inteligencia sino de su enjundiosa personalidad, enriquecida por el medio circundante, por el reflejo de la “docta ignorancia” (Nicolás de Cusa). Aún están a la disposición de los estudiosos sus álbumes de recortes, indicativos no sólo de sus preferencias sino de su invariable buen gusto. Eran tiempos de sociedad cerrada, en que la vida de familia gravitaba hondamente en la educación de los hijos, con “cultura de sobremesa” como diría Sebastián Salazar Bondy8. “La sobremesa —ha escrito José Gálvez— unía estrechamente a todos los miembros del hogar […] un ambiente de respeto envolvía estas reuniones en las cuales se hacía la historia del grupo y se sentía vivamente la continuidad de la vida…” Si la “vida en Lima era ancha y lenta” (Gálvez)9, lo era más en provincias, en Sayán y Huacho, donde vivió José Carlos su infancia y dio comienzo a su educación primaria, hasta el tercer año, y en el barrio modesto de la Lima antigua donde cursó su adolescencia.

Gómez Villalobos, José Carlos Mariátegui y Julio César Mariátegui (c.1904). Fotografía, 16.6 x 10.6 cm.
Figura 16
Gómez Villalobos, José Carlos Mariátegui y Julio César Mariátegui (c.1904). Fotografía, 16.6 x 10.6 cm. Archivo José Carlos Mariátegui

Julio César10, el hermano menor de José Carlos, nos contaba cómo en la casa existía un orden familiar con respeto a los rituales domésticos. Se servían los alimentos a la misma hora; y Amalia, la madre, cumplía un diario ejercicio de jefe de familia. Recuerda Julio César cómo doña Amalia servía la sopa que estaba en un recipiente grande, humeante, ubicado al centro de la mesa del comedor. No cabe duda de que José Carlos tuvo ya un estímulo importante en su casa de origen y que existía un sistema familiar que lo presidía todo y que el afecto se expresaba en una serie de detalles de la vida cotidiana. En otras palabras, que hubo austeridad, a veces pobreza, en la casa familiar, pero no carencias afectivas básicas. En todo caso, los hijos supieron sacarle provecho a la “fortuna de ser pobre”, puesto que, como es sabido, esta condición intensifica el propio esfuerzo. Desde niño José Carlos descubre el mundo maravilloso de la lectura, que compensa largamente su incapacidad para los juegos dinámicos de los niños y los ejercicios gimnásticos. Había encontrado una sustitución en los libros y fue un voraz lector de todo material bibliográfico que estaba a su alcance y del que sabía cómo procurárselo. María Wiesse señala con propiedad: “El mundo de las lecturas se ha abierto para él, amplio y cordial, amistoso, y el niño enfermo, que ya frecuenta hospitales, tiene en los libros sus más constantes y leales compañeros”11. En una carta a Bertha Molina12 evoca su “infancia fugaz” y una “adolescencia prematura”. El libro que debió reunir sus poesías, titulado Tristeza, tendría como epígrafe estos versos de José Santos Chocano:

“Yo no jugué de niño. Por eso siempre escondo
ardores que estimulo con paternal cariño.
Nadie comprende, nadie, lo viejo que en el fondo
tendrá que ser el hombre que no jugó de niño”.

Una experiencia dilatada y dolorosa lo sensibilizaría a temprana edad, cuando era atendido por el cirujano traumatólogo francés, Dr. Félix Larré, en la Clínica de la Maison de Santé13, en Lima . Amalia no podía pagarle una pieza personal, de modo que se atendió por varios meses —no menos de tres— en una sala común conformada por adultos, en su mayoría franceses, con frecuencia viajantes y marinos que recibían una copiosa correspondencia del exterior. Amalia, al advertir cómo aprovechaba el pequeño José Carlos las revistas y los libros que recibían esos extranjeros, hechos amigos pronto, ella misma iba al correo central de Lima para recogerlos. Esta fue la iniciación de José Carlos en el idioma francés, que pronto manejaría cuando, desde el puesto de “alcanza-rejones” del diario La Prensa, de Lima, además de recoger los artículos de los redactores para entregarlos a la imprenta, salía de la Oficina en procura de los cables, para traerlos a la redacción: en el trayecto trataba de traducirlos, como un ejercicio de aprendizaje. Todo fue, desde niño, una experiencia de adiestramiento que le permitió incorporar no sólo los conocimientos escolares sino los campos de la literatura y la historia mundial que generalmente desconocían los estudiantes de su tiempo.

Pablo Macera14 ha señalado con propiedad que a Mariátegui lo favoreció la ausencia de la escuela formal y de la Universidad, puesto que, de someterse a ellas, se habría retardado su prodigiosa capacidad de incorporación del conocimiento que siempre lo caracterizó, desde niño hasta su vida de adulto. José Carlos no perdió tiempo en materias inútiles propias del calendario escolar en ese tiempo: se nutrió de las fuentes directas, de los libros y de lecturas complementarias que lo hicieron un “adolescente precoz” con capacidad extraordinaria de asimilar el mundo como experiencia de totalidad.

Sobre este tema escribe José Tamayo Herrera: “En la Universidad de la vida, gracias a su inteligencia privilegiada, a su creatividad innata, a su sed de saber, este hombre escuálido y rengo edificó una cultura superior en muchos aspectos a los adolescentes estudiantes sanmarquinos o de la Universidad Católica, sus contemporáneos que, uncidos a cátedras oxidadas e ideas caducas, apenas podían balbucear una teoría contemporánea, moderna y concreta. ¡Qué claro se ve en José Carlos, el tremendo fracaso de la educación universitaria peruana! Él alcanzó en escasos tres años y meses una formación enciclopédica, una teoría madura, que las universidades de entonces jamás darían a los estudiantes promedio de su época. La experiencia europea, autodidacta, nutrida de observaciones, experiencias, vivencias y lecturas en idiomas extranjeros, significó para Mariátegui mucho más que cien grados o títulos empolvados de las mediocres universidades peruanas de entonces, y naturalmente muchísimo más que las paupérrimas instituciones universitarias de nuestro tiempo. Aprendió idiomas extranjeros, adquirió un humanismo cosmopolita, estudió y vio el marxismo en acción y volvió al Perú con un bagaje que quizá ningún contemporáneo había tenido la oportunidad de reunir. ¿Convirtió Mariátegui su tesoro de cultura, su sapiencia vital, en un medio para el logro, para el ascenso social, para el enriquecimiento y el acomodo fácil? De ninguna manera, había desposado en Europa, con una mujer (Anna Chiappe) y con una idea, el socialismo, y luego consagró su vida a una misión trascendental: la fundación del socialismo peruano, la tarea de siembra de las ideas que había adoptado con “una filiación y una fe”15.

Este afanoso y casi obsesivo hábito de leer inquietaba a su madre, quien creía, como era corriente entonces, que el excesivo estudio debilitaba a las naturalezas frágiles. Como quiera que José Carlos no cumpliera la orden de no leer en su cama, se le dejaba sin corriente eléctrica: leía entonces con mayor esfuerzo, utilizando la bombilla del alumbrado público que daba a su ventana.

La niñez y la adolescencia de José Carlos Mariátegui son etapas poco documentadas de su vida. Ha sido reconstruida ingenuamente por su primera biógrafa, María Wiesse16, contertulia con José Sabogal, su esposo, del Rincón Rojo, quien se ocupaba de las recensiones sobre música en la revista Amauta. La biografía de Rouillón, en general y, en especial, estos primeros años de Mariátegui son una reconstrucción fantasiosa y arbitraria de los hechos, a partir de datos fragmentarios17.

Los juegos infantiles de José Carlos si bien fueron de poco movimiento físico por las limitaciones de la enfermedad, se compensaban con un gran despliegue de imaginación. “Nuestros juegos de niños —me contaba Julio César18— comparados con los propios de la edad, eran distintos, maduros los llamaría para nuestra corta edad, puesto que se trataba, por ejemplo, de una ciudad sitiada, que enviaba embajadores a su rival, con planteamientos estratégicos y largas negociaciones que hoy llamaríamos geopolíticas, todo ello poniendo de relieve la psicología de los personajes y los distintos comportamientos por ellos evidenciados”. Mariátegui trasladaría después, en su adolescencia literaria, a la escena política nacional, “un teatro Guignol para los lectores del periódico”.

Un nombre inventado: José Carlos

José Carlos es un nombre creado por quien fue inscrito en la partida de nacimiento como José del Carmen Eliseo. Desde la temprana adolescencia (o al final de la niñez), José decidió llamarse José Carlos, quizá por la proximidad fonética con “del Carmen”, voz que se aproxima a Carlos, y por el deseo de tener un nombre compuesto, propio, que subrayara indeleblemente su propia individualidad. José Carlos es el nombre, la identidad de Mariátegui desde sus primeras incursiones en el periodismo, que siempre usó y que sólo trocó por algunos de los seudónimos de su adolescencia literaria, principalmente el de Juan Croniqueur19. No sabemos la reacción de su madre ante este complemento del nombre, libremente elegido. En la intimidad de la familia de origen, esto es, en la materna, se le llamaba José a secas, o en diminutivo cariñoso (“Josecito”). Así lo llamaban su madre y sus hermanos, renuentes al cambio o al complemento del nombre con el que Mariátegui se distinguía y se singularizó. En la elección del nombre se aprecia también un complemento de la identidad de quien es consciente de que se hace a sí mismo, superando la fragilidad corporal y las limitaciones materiales.

José del Carmen Eliseo es un nombre que aparece con la partida de nacimiento de Moquegua, documento que Mariátegui ignoró. Su nacimiento en esa ciudad del sur peruano fue un secreto familiar que se revela recién en la década del 30. Julio César, hermano un año menor que José Carlos, nos informó sobre esta revelación no conocida por su hermano, tanto y más cuanto que sin duda le hubiera agradado saber que había nacido en Moquegua y no en Lima, dato demográfico que, de conocerlo y compartirlo en la familia, no lo hubiera jamás negado20. Como saben los estudiosos de su vida y obra, existe otra partida registrada en Lima que da por nacimiento el año 1895, fecha que José Carlos usó en su breve descripción autobiográfica.

El “aventurero del espíritu”

José Carlos compensó seguramente las frustraciones de la vida cotidiana, mayormente la época de limitación del movimiento, con el ejercicio educativo de la imaginación. Eran temas gratos a su espíritu las vanguardias literarias y artísticas, el teatro paradojal pirandelliano, sus personajes extremos e inverosímiles y los problemas de la naturaleza humana entrevistos por el psicoanálisis y el freudismo en la literatura contemporánea. Para una persona dotada, la imaginación y la fantasía son facultades tan importantes como la inteligencia.

Sólo en su ensayo narrativo La novela y la vida. Siegfried y el profesor Canella, escrito a comienzos de 1929, pocos meses después del fallo del tribunal de Turín, dio rienda suelta a su fantasía y al manejo paradojal de los personajes, al gusto “de oponer a la ficción de la realidad la realidad de la ficción”21. Caso pirandelliano, lo llamaría Mariátegui. Coincidentemente, un año después, en febrero de 1930, el propio dramaturgo italiano llevaba a la escena Come tu mi vuoi22, con argumento parecido al “caso Canella”, aunque Pirandello siempre sostuvo la autonomía de su obra frente al argumento del “desmemoriado de Collegno”. En todo caso, muy “pirandellianamente”, la realidad habría plagiado su obra.

Honorio Delgado23 una vez me contó —exactamente el día en que lo traté por vez primera, citado por él, en el Pabellón 2 del Hospital “Víctor Larco Herrera”— lo enterado que estaba Mariátegui sobre el movimiento psicoanalítico y el interés, casi el entusiasmo, con que seguía su desarrollo. “La historia les da siempre la razón a los hombres imaginativos”, señala Mariátegui en el mismo texto que cita a Oscar Wilde y su original ensayo El alma humana bajo el socialismo, en el que lanza el escritor inglés su desafío: “progresar es realizar utopías”24.

Esta actitud básica hizo que siempre le fascinara la “personalidad del aventurero”, aunque dejó sólo el título de un ensayo que debió integrarse a los que constituyen El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy25. “Aventurero del espíritu” como enseñaba René Descartes. Gran aventurero era, para José Carlos, Cristóbal Colón, como lo expresó en un reportaje (“instantáneas”) de Variedades, en mayo de 192326. Cinco años después se extendió en la consideración de que Colón era “el héroe histórico o pretérito de mi predilección. Pienso en él cada vez que me visita la idea de escribir una apología del aventurero. Porque hay que reivindicar al aventurero, al gran aventurero. Las crónicas policiales, el léxico burgués, han desacreditado esta palabra. Colón es el tipo del gran aventurero: pioneer de pioneers. América es una creación suya…”27. También había, por la misma razón, que esclarecer y rescatar a la imaginación de la “mala fama” que la desacredita y deforma.

La presencia de Nietzsche y del pensamiento nietzscheano en su trabajo intelectual está presente a lo largo de la producción intelectual de José Carlos Mariátegui, principalmente en los últimos y más fecundos años de su vida. Pero no sólo se trata de influencia en el pensamiento sino en su propia psicología, transida de lucha, de afirmación, de energía voluntarista. Esta importante consideración, que ha merecido recientemente un esclarecedor ensayo de Ofelia Schutte, es otra veta que permitirá nuevos desarrollos en el estudio de un área particularmente sensible de la personalidad del Amauta28.

“Pensamiento aventurero” es una de las características que adjudica en este tiempo E. P. Torrance29 al concepto de creatividad. “Aventurero” en el sentido de captación curiosa de la realidad y curiosidad para explorarla y redescubrirla. Producto o proceso, la aventura del pensamiento se da como tipo de propuesta de los investigadores del ámbito psicológico de la creatividad.

“Aventurerismo”, de algún modo asociado al concepto de “quijotismo” de Unamuno30. El maestro de Salamanca describía a Simón Bolívar dentro de su pléyade de “quijotistas”, que comprende también a Mariátegui, si se juzga su obra en perspectiva. “Bolívar —escribe Unamuno— fue uno de los más fieles adeptos del quijotismo”. “Los últimos momentos del gran Libertador —agrega Unamuno— son de tan intensa poesía como los últimos momentos del caballero manchego”. “Poesía, sí; esta es la palabra, poesía. Poesía es la que rezuma de la vida de Bolívar, como es poesía lo que rezuma de la historia de la emancipación de las repúblicas hispanoamericanas, lo mismo que de la épica historia del descubrimiento y la conquista…”31

La enfermedad y la importancia del método

Mariátegui era un escritor metódico y disciplinado. Del diarismo le quedó como secuela el redactar sus artículos apresuradamente, al “cierre” de las ediciones de las revistas Variedades y Mundial de las que era colaborador hebdomadario. Pero los temas no eran improvisados: los había esbozado mentalmente. En una encuesta conducida por Ricardo Vegas García de Variedades sobre ¨¿Cómo escribe usted?”, respondió Mariátegui: “Tengo tendencia al método. Me preocupa mucho el orden en la exposición. Me preocupa más todavía la expresión de las ideas y las cosas en fórmulas concisas y precisas. Detesto la ampulosidad. Expurgo mis cuartillas tanto como me lo permite el vicio de escribir a última hora. Procuro tener, antes de ponerme a escribir, un itinerario mental de mi trabajo”32. Cuando paseaba por los alrededores de la casa de Washington conducido por amigos en su silla de ruedas, por el Parque de la Reserva o el Bosque de Matamula, se ensimismaba con frecuencia para meditar o se detenía para anotar algún pensamiento presente en ese momento en la conciencia, producto de ideas propias, concatenadas a la información persistente33.

¿En qué forma pudo la enfermedad contribuir a la realización personal? De niño y durante la primera etapa de la adolescencia, hasta que comienza a trabajar, José Carlos descubre un tiempo personal que le permite estudiar por su cuenta y superar los textos escolares para ir forjándose una vocación de autodidacta. Pero además de las lecturas obligadas, pronto accedió al mundo de los adultos para interesarse en las obras más significativas de la cultura de todos los tiempos. Los largos días de reposo que hubo de guardar en su casa en Huacho o en la Maison de Santé no eran “días blancos” desde que lo acompañaba la posibilidad de aprender y hacer del saber una forma de hedonismo, esto es, del disfrute del conocimiento como una forma de utilizar plena y gozosamente el tiempo34.

Como Karl Jaspers, Mariátegui podría repetir, a partir de la quiebra de su salud que superó tras la amputación de un miembro: “Aprendí, entonces, a organizar mi vida bajo las condiciones de la enfermedad […]. Era cuestión de tratarla correctamente en forma casi subconsciente y trabajar como si ella no existiera […]. Es asombroso el amor a la salud que genera un estado morboso en sí estacionario. La salud precaria que en éste subsiste se torna más consciente, más preciosa, acaso más sana casi, que la normal”35.

La enfermedad conlleva todas las molestias conocidas, pero, como lo recuerda Laín Entralgo, cumple también una operación “aisladora”, no sólo para enfrentar al hombre consigo mismo; es también un “recurso”, para “evadirse de los quehaceres que la salud impone o para descansar de ellos y entonces es vivida como un “refugio”, un “instrumento” para la creación de una vida nueva. Ex valetudine vita nova…”36

De las cuatro respuestas que propone Laín como modos colectivos de sentir y experimentar la enfermedad —como castigo, como azar, como reto y como prueba37—, en Mariátegui se dio como reto y como prueba. Como reto, la cronicidad y la limitación física alimentaron los mecanismos de compensación en la niñez y la temprana adolescencia; y como prueba a lo largo de su vida, marcadamente después de la crisis de 1924, que culmina con la amputación y que le impone un cambio en su forma de vida.

En enero de 1926 responde así a una encuesta: “desde hace algún tiempo, estoy en un período de adaptación de mi vida y de mi trabajo a mis mudadas condiciones físicas. Noto que he adquirido gustos sedentarios”38. Quizá pudo pensar, como su admirado Nietzsche, cuando éste, preguntándose lo que era la enfermedad, veía también en ella un medio de realizarse (Jean Guitton)39. Fue un autodidacta como periodista, aprendió el oficio y el arte viendo a las gentes escribir. Con un elevado concepto del poder comunicante del texto impreso, José Carlos no fue un receptor pasivo de lo que veía hacer sino desarrolló pronto un criterio que se mantuvo como crítico a lo largo de su vida. En las variadas tareas de un “alcanza-rejones”, aprendió, desde la base, el proceso de la información y derivó una elevada noción de la ética periodística40.

El tema estaba ya en mente, a veces anunciado, antes de ser escrito. Mariátegui tenía una preocupación permanente por la claridad y el orden de la exposición. Cuando Ángela Ramos lo entrevistó en julio de 1924, a la pregunta “¿cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos?”, respondió: “Trabajar, estudiar, meditar. Alguien me ha atribuido la lectura de revistas checoeslovacas y yugoeslavas. Puede usted creerme si le afirmo que mis fuentes de información son menos exóticas y que no conozco lenguas eslavas. Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tantos como quisiera. Pero el dato no es sino el dato. Yo no confío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación”41.*

Las “horas de recreo” y las confesiones epistolares

La investigación de los planes editoriales de José Carlos no está limitada a la correspondencia con Samuel Glusberg, aunque en ella se consigne lo más importante42. Por ella sabemos, por ejemplo, que trabajaba en un proyecto de novela ambientada en el Perú, al mismo tiempo que su asombrosa creatividad buscaba otros derroteros, por ejemplo, una reflexión general sobre la poesía: “Para una tesis sobre la poesía contemporánea —escribe—, cuyos materiales estoy allegando en mis horas de recreo, he concebido tres categorías: épica revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro. Más que tres categorías propiamente dichas me he esforzado por imaginar o reconocer gráficamente —todas las teorías modernas se caracterizan por la posibilidad de poder expresarse gráficamente—, serían tal vez tres tallos paralelos que se alimentan del mismo humus, entrelazando y confundiendo en parte sus raíces. Todo lo que significa algo en la poesía actual es clasificable dentro de una de estas tres categorías que superan todos los límites de escuela y estilo”43.

José Carlos Mariátegui. Defensa del disparate puro (marzo, 1928). Amauta, n. 13, p. 11.
Figura 18
José Carlos Mariátegui. Defensa del disparate puro (marzo, 1928). Amauta, n. 13, p. 11. Archivo José Carlos Mariátegui

Ya en su revista había agregado a un poema de Martín Adán, una “Nota de Amauta” en la que sostiene que el disparate puro es “una de las tres categorías sustantivas de la poesía contemporánea. El disparate puro certifica la defunción del absoluto burgués. Denuncia la quiebra de un espíritu, de una filosofía, más que de una técnica. En una época clásica, espíritu y técnica mantienen su equilibrio. En una época revolucionaria, romántica, artistas de estirpe y contexturas clásicas como Martín Adán no aciertan a conservarse dentro de la tradición. Y es que entonces formalmente la tradición no existe sino como un inerte conjunto de módulos secos y muertos. La verdadera tradición está invisible, etéreamente en el trabajo de creación de un orden nuevo”44.

Quien revise la correspondencia cursada con Vegas García, desde la casa de Leuro, en que Mariátegui convalece, hasta su traslado a la casa de Washington, se dará cuenta de cómo disciplinaba sus escritos anticipadamente, en una estructura flexible que permitía que los tópicos variaran si un giro en las “figuras y aspectos de la vida mundial” así lo reclamaba45. Este flujo epistolar se distancia primero y desaparece después con la instalación del teléfono en la casa de Washington. Cuando la noticia del exterior hacía imperativo el comentario de actualidad, el escritor, deseoso de dar cuenta de sus lecturas o de sus propias elaboraciones, cedía el lugar al gran articulista, capaz de manejar la noticia puntual sobre tópicos, personas y acontecimientos, combinando el reclamo presente con la profundidad o la originalidad en el tratamiento.

Llama la atención, tanto en la correspondencia con Bertha Molina cuanto, en sus escritos de juventud, una reiterada e injusta autocrítica cuando se considera un “abúlico”. Quien tenía el envidiable privilegio de escribir dos o tres artículos por día, mantenerse al día en la información nacional y mundial y leer con provecho muchísimos libros no puede calificarse de “abúlico” aunque reconocemos que este término en el campo de las ciencias psicológicas tiene un alcance más severo que en el lenguaje coloquial, que traduce “falta de voluntad o de energía”. En la carta donde comunica su airada renuncia a El Tiempo, del 25 de junio de 1918, dirigida a su director y propietario don Pedro Ruiz Bravo, dice José Carlos que lo llevaron a integrarse a ese diario, “con la complicidad dolorosa de mi abulia y mi inquietud, solicitaciones de usted”46. Lo probable es que para Mariátegui “abulia” expresara el descontento con la tarea cotidiana del periodismo y el poco campo para el trabajo creativo.

Otra nota de interés es el sentido del humor en José Carlos, el humor como vivencia creativa. Anima sus escritos juveniles y se mantiene presente en su época de madurez. Es un humor novedoso, oportuno, llevado a veces al sarcasmo y a la paradoja. En todo caso, congruente con un espíritu alegre, que sabía ponerlo de manifiesto y darle curso frente a las dificultades cotidianas y las penurias del diario vivir.

El humor y la alegría son dos notas señaladas por amigos y contertulios del Rincón Rojo. Es “la risa luz” que “le brotaba del alma y le llegaba a los ojos hecha llama”, como recuerda Ángela Ramos, quien agrega: “Risa que alumbró todos los caminos, que iluminó todas las inteligencias, que confortó todos los corazones […]. Yo veo más que el rostro, la risa de José Carlos optimista, triunfadora. Era toda una gama: la bondad, la ternura, la ironía, la burla, la expresaban sus labios finos y maestros en el arte de reír […]. ¡Cuánta alegría, cuánta fuerza, cuánta fe!”47

Lucas Oyague, amigo de las primeras horas periodísticas, lo recuerda como “hombre alegre […] un aspecto que lo singularizaba y le ganaba la simpatía y la admiración de sus contertulios y era su innata y permanente alegría… [era] acogedor, reconfortante y hospitalario solamente por esa alegría sin sombras y sin eclipses que como un sol mediterráneo alumbraba el rostro pálido de Mariátegui”48.

El auténtico Mariátegui, “lúdico y festivo”, es el que se transluce de los recuerdos de los trabajadores de Vitarte y de la Universidad Popular, que Rafael Tapia ha recogido en testimonios directos49. Pero, todo a su tiempo, daba a sus lecciones sobre la historia de la crisis mundial en la Universidad Popular, seriedad y sistema. Anna Chiappe recuerda cómo ambos venían caminando de la casa de Huari al Palacio de la Exposición —una parte cedida entonces a la Federación de Estudiantes—, con libros en la mano. José Carlos traía un resumen, un texto abreviado o una “ayuda-memoria” de la exposición. Traducía directamente textos del francés o italiano para las citas indispensables en el desarrollo de las exposiciones. La espontaneidad y la sencillez no restaban seriedad y documentación a sus lecciones50.

La persona y el personaje

Si se quiere trazar el perfil de la personalidad de José Carlos Mariátegui, nada más apropiado que recurrir a su obra, principalmente al examen de sus personas y sus obras. Así sería consecuente con el dictum de su admirado gran esteta, Oscar Wilde, quien en el prólogo del Retrato de Dorian Gray sentenció: “la más elevada, así como la más baja de las formas de crítica, son una manera de autobiografía” (cursivas nuestras)51.

La procedencia de un hogar modesto y la temprana experiencia de la enfermedad, asociada a la obligada y precoz asimilación del mundo de los adultos, dieron cohesión más bien positiva al proceso dinámico de la integración del ser personal. La experiencia vivida en esas condiciones puede quizá en la mayoría de los casos contribuir a un troquelado imperfecto, a la herida narcisista, a la distorsión neurótica del yo. En otros casos —los menos, y este es sin duda el caso de José Carlos—, las limitaciones del temprano desarrollo y la permanente presencia, desde el fin de su niñez, de la enfermedad con una señal manifiesta, que fue desde la dificultad para el movimiento hasta la cojera como secuela visible, pudo asimilar las vivencias emocionalmente penosas transformadas en experiencias acrisoladas e integradas.

Fuera de lo biográfico, escasamente precisado y por lo general novelescamente reconstruido —pese a las buenas intenciones de sus autores—, la búsqueda del Mariátegui esencial, como ya lo hemos señalado, es una tarea aún pendiente de realización. Basadre refiere en sus memorias que conoció a José Carlos Mariátegui en la Biblioteca Nacional, en el despacho del director de entonces, Luis Ulloa. Mariátegui era “contertulio habitual de Ulloa”, a quien debía amplio acceso al material bibliográfico de la Biblioteca52. Basadre agrega que “debe ser estudiada la influencia que don Luis pudo ejercer sobre José Carlos”, teniendo en cuenta, principalmente, la orientación de Ulloa por el socialismo y su participación en el Comité de Propaganda Socialista, en 1918. Mariátegui y Ulloa se conocieron en el diario El Tiempo, en 1916, puesto que el primero se contó entre sus fundadores53.

“La persona y su modo de hacerse, la personalización —escribe J. J. Saurí54—, se muestran como categorías fundantes de todo el discurrir acerca del hombre y de lo humano”. Antes este autor había deslindado en la persona “la preocupación por el fluyente pasado registrado en el presente; esto es, por la historia vivida en la que se aprende el modo fundante de la existencia misma” (Saurí)55. La persona no es un conjunto de caracteres fijos sino una praxis en permanente integración que sólo se reconoce en la dinámica de su desarrollo o, para decirlo en palabras del mismo Mariátegui, “episodio por episodio, faceta por faceta”56.

La relación de Mariátegui con el movimiento, con la aprehensión dinámica del acontecer, es una constante en su obra y se da como una superación de los factores físicos limitantes. El yo corporal restituía las funciones plenas y hacía un desafío permanente la superación de la invalidez. Basadre cuenta en sus memorias su afición por la carrera de caballos y su descubrimiento de “una tendencia literaria por obra de su director”. Agrega este interesante recuerdo comparativo: “Un médico amigo, Juan Francisco Valega, cree que, así como un famoso pintor francés, Toulouse-Lautrec, caracterizado por su deficiencia física, escogió como modelos a bailarinas, así también ‘Juan Croniqueur’, por contraste, se sintió atraído hacia los caballos de carrera”57.

Viajar era su afición predilecta y la pudo cumplir en Europa, principalmente en Italia. “Soy un hombre orgánicamente nómada, curioso e inquieto”, declaró en una entrevista. Alberto Tauro fue el primero en señalar cómo en los seis reportajes atendidos por José Carlos Mariátegui “asoman reveladoras facetas de su pensamiento y su personalidad”58. “No sólo —escribe Tauro— por la seriedad y el original énfasis con que aborda las respuestas, sino por su sinceridad y su ingenio. No sólo por la información autobiográfica, reticentemente deslizada, sino por la prestancia de sus juicios, la claridad y la coherente agilidad de sus formulaciones, y la entereza de su actitud”59.

Mariátegui: un espíritu móvil

Pocos saben que José Carlos, asociado a su amigo Hugo Pesce, compró un automóvil a fines del 29 y los primeros meses de 193060. Era un Chrysler sedán de 4 puertas. Los pagos comenzaron el 2 de enero de 1930, con aportes desiguales pues Hugo, como médico, lo necesitaba más y tenía mayores recursos. De la cuota inicial, 40 libras peruanas, 14 puso José Carlos y 26 Hugo. Resulta patético recordar que hasta comienzos de abril, esto es, en víspera de la crisis de salud que terminó con su vida, Mariátegui atendió parte del pago que le correspondía. ¿Qué era para Mariátegui disponer de un automóvil? Sin duda, compensar y disminuir su limitación de movimiento, tener un desplazamiento más rápido, en fin, darle a su cuerpo la dinámica que la ausencia de una pierna le negara.

Contaba Anna todo el entusiasmo con que se lanzó a la aventura de esta compra, qué planes cifraba en disponer de movilidad, con qué alegría contagiosa hablaba del automóvil61. En el delirio febril de los últimos días aparecía el automóvil en la pista, los riesgos de su conducción por Anna: “Anita, el carro, cuidado…” repetía como si estuvieran en una carretera, y, aunque preocupado de los riesgos, con una expresión facial de disfrute62. Los proyectos de viaje a Buenos Aires tenían entre sus objetivos, además de alejarse del asedio político, someterse a una prótesis ortopédica que le permitiera recuperar la movilidad.

En una preciosa muestra de su estilo perspicuo y mordaz, el artículo sobre “la civilización y el caballo” señala el cambio que experimenta el indio jinete con la cabalgadura que tanto contribuyó a su conquista63. Pero el caballo es demasiado individualista para estos tiempos de colectivismo. El automóvil supone la modificación del comportamiento: la presencia del chauffeur y la simbología del automóvil recuerdan a Keyserling en su afirmación respecto de que el conductor sucede al caballero en esos tiempos donde la velocidad no sólo se expresa en los rápidos medios de transporte sino por la adaptación rápida del hombre a los progresos de la técnica.

En suma, se puede decir que José Carlos Mariátegui, consciente de su talento, hizo de la casi ausencia de escolaridad formal, de la enfermedad limitante por largos períodos, de la pobreza del hogar de origen y de la pronta incorporación al mundo del trabajo, un proceso de restitución creativa que le permitió realizarse como persona y como pensador, en un “tiempo peruano” denso y desafiante. El examen de su formación personal permite apreciar en perspectiva los alcances de su vida y de su obra, ese todo integral que Mariátegui llamaba “una sola cosa, un único proceso”64.

Referencias


  1. Alberto Tauro: “Estudio preliminar” a Escritos Juveniles, t. I, Lima, 1987, Empresa Editora Amauta. ↩︎

  2. Pablo Macera: Entrevista en La República, 1990. Comunicación personal, 1992. ↩︎

  3. Alberto Flores Galindo: “Presentación” a Invitación a la vida heroica. Antología de José Carlos Mariátegui, Lima, 1989, Instituto de Apoyo Agrario. ↩︎

  4. Alberto Tauro: “Las cartas de José Carlos Mariátegui a Bertha Molina (1916-1920)” en Anuario Mariateguiano, vol. I, N.o 1, Lima, 1989, pp. 37-119. ↩︎

  5. Op. cit ↩︎

  6. Guillermo Rouillón: La creación heroica de José Carlos Mariátegui, t. I (La Edad de Piedra), Lima, 1975, Editorial Arica. ↩︎

  7. María Wiesse: José Carlos Mariátegui (Etapas de su vida), Lima, 1945, Editorial Hora del Hombre. ↩︎

  8. Sebastián Salazar Bondy: Lima, la horrible. México D. F., 1964, Ediciones Era. ↩︎

  9. José Gálvez: “La sobremesa” en Estampas limeñas, Lima, 1966, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ↩︎

  10. Julio César Mariátegui La Chira (1895-1982): Comunicación personal sobre “una infancia compartida”. ↩︎

  11. María Wiesse: José Carlos Mariátegui (Etapas de su vida), op. cit. ↩︎

  12. Alberto Tauro: “Las cartas de José Carlos Mariátegui a Bertha Molina (1916-1920)”, op. cit. ↩︎

  13. Julio César Mariátegui La Chira (1895-1982): Comunicación personal…, op. cit. ↩︎

  14. Pablo Macera: Entrevista en La República. op. cit. ↩︎

  15. José Tamayo Herrera: El indigenismo limeño, La Sierra y Amauta. Similitudes y diferencias (1926-1930), Lima, 1988, Universidad de Lima, Facultad de Ciencias Humanas, Cuadernos de Historia IV. ↩︎

  16. María Wiesse: José Carlos Mariátegui (Etapas de su vida), op. cit. ↩︎

  17. Guillermo Rouillón: La creación heroica de José Carlos Mariátegui, op. cit. ↩︎

  18. Julio César Mariátegui La Chira (1895-1982): Comunicación personal, op. cit. ↩︎

  19. Alberto Tauro: Hacia un catálogo de seudónimos peruanos, Lima, 1965, Separata del Boletín Bibliográfico, Biblioteca Central, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ↩︎

  20. Julio César Mariátegui La Chira (1895-1982): Comunicación personal, op. cit. ↩︎

  21. Javier Mariátegui: “La novela y la vida”. Reseña de la publicación en italiano de Il romanzo e la vita. In forma di parole editore, Marietti. Bologna, 1990; Suplemento Dominical de El Comercio, Lima, 19 de mayo de 1991. (Reproducido en Anuario Mariateguiano, vol III, Lima, 1991, pp. 136-138). ↩︎

  22. Op. cit. ↩︎

  23. Honorio Delgado (1892-1969): Testimonio personal sobre JCM, Lima, 1956. ↩︎

  24. José Carlos Mariátegui: “La imaginación y el progreso” en El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Lima, 1950, Empresa Editora Amauta. ↩︎

  25. Op. cit. ↩︎

  26. “Instantáneas” de Variedades, Lima, 26 de mayo de 1923. ↩︎

  27. Op .cit. ↩︎

  28. Ofelia Schutte: “Nietzsche, Mariátegui and Socialism: a Case of ‘Nietzschean Marxism’ in Perú?” en Social Theory and Practice, vol. L, Nº l, pp. 71-85, Florida, 1988 (Versión en español en Anuario Mariateguiano, t. IV, Lima, 1992). ↩︎

  29. E. P. Torrance: “Developing creative thinking through school experience” en Parnes & Harding: A source book of creative thinking, New York, 1962, Scribner. ↩︎

  30. Miguel de Unamuno: “Don Quijote y Bolívar” en Ensayos, t. I, Madrid, 1945, Aguilar Ediciones. ↩︎

  31. Op. cit. ↩︎

  32. Ricardo Vegas García: “¿Cómo escribe usted?” Encuesta de Variedades, Lima, 9 de enero de 1926. ↩︎

  33. Sandro Mariátegui: Testimonio personal. ↩︎

  34. Julio César Mariátegui La Chira (1895-1982): Comunicación personal…, op. cit. ↩︎

  35. Karl Jaspers: Autobiografía filosófica, Buenos Aires, 1964, Editorial Sur. ↩︎

  36. Pedro Laín Entralgo: “La enfermedad como experiencia” en J. Marías et al.: Experiencia de la vida, Madrid, 1960, Tribuna de la Revista de Occidente. ↩︎

  37. Op. cit. ↩︎

  38. Ricardo Vegas García: “¿Cómo escribe usted?” Encuesta de Variedades, Lima, 9 de enero de 1926. ↩︎

  39. Jean Guitton: El trabajo intelectual, Madrid, 1981, Ediciones Rialp, segunda edición. ↩︎

  40. José Carlos Mariátegui: “Nota autobiográfica” contenida en la carta a Samuel Glusberg, fechada en Lima, el 10 de enero de 1928. En Correspondencia, t. II, Lima, 1984, Empresa Editora Amauta, pp. 330-332. ↩︎

  41. Ángela Ramos: “Una encuesta a José Carlos Mariátegui” en Variedades, Lima, 23 de julio de 1926.
    * Anna Chiappe recordaba con gracia el anuncio de que se preparara para la entrega de las colaboraciones semanales de Mariátegui a Variedades y Mundial: “Anita, ponte el sombrero” era la consigna. Entonces las mujeres no tenían necesidad del peinado y en poco tiempo se “arreglaban para salir fuera de casa”, tocadas invariablemente con sombrero. Este arreglo tomaba no más de 20 minutos a media hora. Desde su enunciación al poner José Carlos el papel a la máquina de escribir, hasta la rápida relectura de lo mecanografiado y al agregado de algunas enmiendas manuscritas, ese tiempo era el que le tomaba escribir un artículo. ↩︎

  42. José Carlos Mariátegui: Correspondencia, t. I y II, op. cit. ↩︎

  43. José Carlos Mariátegui: “Rainer María Rilke” en Variedades, Lima, 9 de abril de 1927 en El artista y la época, Lima, 1959, Empresa Editora Amauta. ↩︎

  44. José Carlos Mariátegui: “Defensa del disparate puro” en Amauta, Nº 13, Lima, marzo de 1928. ↩︎

  45. José Carlos Mariátegui: Correspondencia, op. cit. ↩︎

  46. José Carlos Mariátegui: “Carta al Director de El Tiempo” en Correspondencia, t. I, Lima, 1984, Empresa Editora Amauta, p. 4. ↩︎

  47. Ángela Ramos: “La sonrisa de José Carlos” en Amauta, Nº 30, Lima, abril-mayo de 1930, pp. 34-35. ↩︎

  48. Lucas Oyague: “Mariátegui, hombre alegre” en Excelsior, Lima, abril de 1957, pp. 9-10. ↩︎

  49. Rafael Tapia: “Mariátegui: lúdico y festivo” en Anuario Mariateguiano, vol. II, Lima, 1990. ↩︎

  50. Anna Chiappe de Mariátegui: Testimonio personal. ↩︎

  51. Oscar Wilde: Prefacio a El retrato de Dorian Gray en Obras Completas, Madrid, 1949, Editorial Aguilar. ↩︎

  52. Jorge Basadre: La vida y la historia. Ensayos sobre personas, lugares y problemas, Lima, 1975, Fondo del Libro del Banco Industrial del Perú. ↩︎

  53. Op. cit. ↩︎

  54. Jorge J. Saurí: Persona y personalización, Buenos Aires, 1989, Editorial Carlos Loholé. ↩︎

  55. Op. cit. ↩︎

  56. José Carlos Mariátegui: La escena contemporánea, Lima, 1925, Editorial Minerva. ↩︎

  57. Jorge Basadre: La vida y la historia. Ensayos sobre personas, lugares y problemas, op. cit. ↩︎

  58. Alberto Tauro: Nota de presentación de “Reportajes y encuestas”, textos agregados a La novela y la vida. Siegfried y el profesor Canella, tomo 4 de la serie popular de Obras Completas, Lima, 1959, Empresa Editora Amauta. ↩︎

  59. José Carlos Mariátegui: La escena contemporánea, op. cit. ↩︎

  60. Hugo Pesce: Testimonio personal. Documentos del Archivo José Carlos Mariátegui, Lima. ↩︎

  61. Rafael Tapia: “Mariátegui: lúdico y festivo”, op. cit. ↩︎

  62. Op. cit. ↩︎

  63. José Carlos Mariátegui: “La civilización y el caballo” en Mundial, Lima, 11 de noviembre de 1927. Reproducido en los textos agregados a La novela y la vida, op. cit. ↩︎

  64. José Carlos Mariátegui: “Advertencia” de 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, 1928, Editorial Minerva, Biblioteca Amauta. ↩︎