Los seudónimos de "Juan Croniqueur"

  • Alberto Tauro

Durante los meses y los años que siguieron a la sorpresiva inserción de la “crónica madrileña”, fueron escasos los artículos suscritos por “Juan Croniqueur”. Pues, a pesar de las muestras de estimación que pudo haberle brindado Alberto Ulloa Cisneros, no era fácil que el novel periodista fuese exonerado del ritual período de aprendizaje, ni la rutina del diario podía prescindir de los diligentes y versátiles servicios que rendía en su apoyo a las tareas de la redacción. Se había iniciado en la recepción de las informaciones enviadas a la dirección o acopiadas por los reporteros; pero luego intervino en la coordinación y la corrección de las precipitadas versiones que éstos preparaban en torno a las incidencias cotidianas; asumió la responsabilidad de la crónica policial; reforzó la atención exigida por los despliegues noticiosos que esporádicamente era preciso consagrar a ciertos acontecimientos de la vida nacional o extranjera; e inclusive efectuó la revisión de los canjes para seleccionar o compendiar artículos o informaciones cuya reproducción fuese pertinente. De modo que hubo de continuar en la noria, a pesar de la habilidad y la apreciable madurez que había demostrado. Sólo de tarde en tarde aparecieron algunas colaboraciones con su feliz seudónimo, e inclusive con su propio nombre o sus iniciales; pero además se adivina la agilidad de su pluma en numerosas notas que probablemente no quiso reivindicar, debido a su intrascendencia o el forzado tratamiento de sus temas.

Así transcurrieron cerca de tres años. Movido entonces por los coloquios de la redacción y su insaciable avidez de conocimientos, se familiarizó con la literatura peruana y frecuentó la lectura de los clásicos y los modernos escritores españoles; disfrutó la agudeza y los sugestivos cuadros de la sociedad en las obras representativas de la cultura francesa; y quedó seducido por las complejidades psicológicas y los desgarramientos humanos que magistralmente describen los grandes escritores rusos y escandinavos. Entre risas y veras, la estrecha relación con los redactores de La Prensa lo ayudó a reconocer muchos aspectos de la vida, que muy vagamente había intuido a través de los tímidos mirajes del hogar. La línea del horizonte hízose paulatinamente más amplia y luminosa ante sus ojos; el conocimiento de los valores y las personas infundió coherencia a su visión del mundo; y, sin llegar al deslumbramiento ocasionado por la novedad o la feérica sucesión de los hechos, alcanzó a definir sus contornos y dio prudencial alcance a sus juicios. Pero nada alteró su íntima tristeza, porque su impaciencia juvenil rechazaba las limitaciones impuestas a su propia habilidad; y sintiéndose detenido al comienzo del camino de la vida, percibiría tal vez la influencia roedora de la angustia, debido al doble temor de alcanzar sólo una existencia corta1 y no realizar su destino. E inclusive se agregaría a esa tristeza la impresión motivada por el sucesivo alejamiento de algunos dilectos amigos de la redacción, en cuyo trato había cultivado afinidades y disfrutado esparcimientos que hicieron aflorar los relieves de su personalidad. Dejaron de aparecer los artículos del erudito y polémico Luis Ulloa; Alfredo González Prada hubo de consagrarse a sus tareas en el Archivo de Límites y a sus finales estudios en la Facultad de Derecho; Abraham Valdelomar, que revelaba la psicología de las gentes en los finos rasgos de su lápiz y volcaba la originalidad de su talento en relatos y crónicas inimitables, pasó a dirigir El Peruano (1912) y a desempeñar la secretaría de la legación en Italia; Félix del Valle, el cronista que describió los secretos de los fumaderos de opio y los tratos dados a los enfermos mentales, emprendió viaje a la fría Albión, para asumir la cancillería del consulado en Southampton (1914); y Antonio Garland, que prodigara su ingenio en la crítica de teatro y de arte, salió a España, para hacerse cargo de la cancillería del consulado en Barcelona (1914). Su ausencia abrió sensibles brechas en la redacción de La Prensa; y a la postre brindóse a “Juan Croniqueur” la oportunidad que su ánimo reclamaba.

Todavía atendió la relación de algunas incidencias policiales, con el detenimiento requerido para explicar las particulares motivaciones de los autores. Pero diríamos que en esa coyuntura se trató de ponerlo a prueba, para decidir el género periodístico adaptable a sus aptitudes, pues durante un breve lapso publicó notas de crítica artística y teatral, comentarios sobre asuntos políticos y de interés local, crónicas de actualidad internacional, y aun cuentos. Sin la menor reticencia, y con igual soltura, superó “Juan Croniqueur” las peculiares exigencias de esas formas literarias; y en cada caso demostraba notoria preocupación por el esclarecimiento del tema a tratar y por la mejor manera de hacerlo grato al público. Su estilo denota cierta actitud coloquial con respecto al lector, así como una creadora solución de los problemas que suele afrontar la comunicación; y favorablemente acogido por los corrillos callejeros y los círculos profesionales, muy pronto tuvo un lugar propio en La Prensa. Su colaboración fue también solicitada por otras publicaciones, que así deseaban realzar sus páginas; y escritos suyos aparecieron en Mundo Limeño, Lulú, Variedades, Alma Latina, Vesperal, e inclusive El Turf —revista hípica cuya dirección compartió con “Debel”—. Y ya fuera para evitar la enojosa repetición de su nombre en una misma publicación, o para tipificar una relativa jerarquización de sus propios trabajos, “Juan Croniqueur” optó por asignar otros seudónimos a los que nacían de una mera obligación laboral2 y no armonizaban con su programa de vida.

El primero de esos seudónimos subsidiarios fue “Jack”, diminutivo del inglés “John”, y por lo tanto equivalente a “Juanito” o “Juancito”. Era fácilmente atribuible a “Juan Croniqueur”, pero la identificación respectiva fue hecha en El Turf (Nº 69, p. 19; 28 de abril de 1917) para satisfacer la curiosidad expresada por sus lectores: “Con el seudónimo de Jack inició Juan Croniqueur la publicación de algunos sonetos snobistas sobre aspectos y emociones del hipódromo, creando así un nuevo género de poesía elegante”. Apareció por primera vez en Mundo Limeño (Nº 5, pp. 26-27; 27 de julio de 1914), asociado a las observaciones hechas “desde las tribunas del Jockey Club”, en torno a los personajes que realzaban el espectáculo hípico. Al cabo de un año se lo halla varias veces en Lulú. Y desde entonces fue usado en El Turf, a través de dos años: no sólo en los sonetos mencionados sino en una serie de crónicas alusivas al ambiente social de las reuniones efectuadas en el hipódromo, y que acertó a desenvolver con ligereza, con ánimo travieso y familiarmente frívolo.
Otro seudónimo de Juan Croniqueur fue “El de siempre”. Unicamente apareció en Lulú (1915), y de modo muy efímero. Estuvo asociado a unas apuntaciones muy zalameras, destinadas a realzar la belleza de las damiselas que exornaban la respectiva página; y se diría que fue ideado para inquietar a las aludidas con la identificación de la personalidad que así se ocultaba. Pero la incógnita no duró mucho, porque la propia revista se encargó de agradecer a Juan Croniqueur (Nº 14, de 21 de octubre de 1915) por “la bondad de brindarnos su colaboración, ya escribiendo al margen de las cabecitas limeñas madrigalerías y galantes elogios que bien se merecen ‘ellas’, ya sobre nuestras reuniones hípicas”.
Aparte de las iniciales correspondientes a su propio nombre y su principal seudónimo, José Carlos Mariátegui utilizó en La Prensa dos embozos circunstanciales (“El Joven H” y “X. Y. Z.”) y uno en El Tiempo (“Sigfrido”). Del primero hemos obtenido noticia merced a la aclaración que el propio autor comunicó epistolarmente a su platónica amiga “Ruth” (26 de abril de 1916): “hace poco tiempo firmé algunas revistas teatrales con el seudónimo de El Joven H, simultáneamente con Yerovi que firmaba otras sobre la misma compañía con el suyo de “El Joven X”. Con respecto al segundo, sólo fue usado (30 de abril de 1916) en los irónicos razonamientos enderezados a desmantelar los alardes eruditos que José de la Riva Agüero y Osma volcó en el discurso que pronunciara en la Universidad Mayor de San Marcos durante la ceremonia conmemorativa del tercer centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega. Y en cuanto al seudónimo de “Sigfrido”, que revela al joven periodista como un entusiasta admirador de la música wagneriana, fue eventualmente empleado en una crónica teatral (26 de diciembre de 1916).
Dedicamos atención separada a los seudónimos usados por “Juan Croniqueur” en las páginas de El Turf (1915-1917): porque en ellos se revela claramente el propósito de satisfacer un compromiso laboral, esforzándose por darle una difícil amenidad a la revista, y contribuyendo a excitar el desarrollo de la naciente afición al destacar la elegante distinción de las reuniones hípicas y su carácter de fiesta social. Es decir, que esa reiterada apelación a nombres circunstanciales, en la publicación de las crónicas pertinentes a las tardes del hipódromo, obedeció: de una parte, a la temporal conveniencia de exhibir trabajo; y de otra, al lógico reconocimiento del efímero destino que les aguardaba. Pero juzgamos que el autor no pudo vencerse a sí mismo, y en esas crónicas volanderas deslizó algunas líneas testimoniales que favorecen la comprensión de sus vivencias.

Los seudónimos que Juan Croniqueur adoptó, en armonía con las perspectivas de El Turf, fueron los siguientes: “Monsieur de Camomille”, “Val D’Or”, “Kendal”, “Kendalif” y “Kendeliz Cadet”, “Cyrano lll” y “Revoltoso”.

Una tarde de carreras, contada por Kendalif (1916). El Turf, Año 3, n. 39.
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Una tarde de carreras, contada por Kendalif (1916). El Turf, Año 3, n. 39. Archivo José Carlos Mariátegui.

“Monsieur de Camomille” fue probablemente imaginado para compartir las afinidades francesas de “Juan Croniqueur”. Pero al mismo tiempo se advierte en sus términos el deseo de adecuarlo al carácter de los temas a los cuales sería consagrado: pues, al entenderlo como “Señor de Camomila” o de manzanilla, guarda armonía con la ligereza de sus comentarios hípicos. No fue, por eso, muy duradero (julio a octubre de 1915); y pronto pasó la respectiva tarea a un redactor anónimo.
“Val D’Or” fue adoptado en virtud de un equívoco. Autorizó uno de aquellos “reportajes de El Turf” (Nº 14, pp. 21- 22; 10 de julio de 1915), ingeniosamente urdidos para presentar un supuesto diálogo con algún crack de las pistas limeñas; pero Juan Croniqueur incurrió con ello en lamentable inadvertencia, porque “existía un inteligente y distinguido escritor” que en la misma revista había usado ya ese seudónimo y amistosamente se apresuró a reivindicarlo, y al mismo tiempo le llovieron al cronista las aclaraciones y los reproches de periodistas y turfmen que reconocían la pluma de Carlos Bustamante y Ballivián en la del “Val D’Or”. Como era lógico, apareció la rectificación adecuada en la siguiente edición de El Turf (Nº 15, p. 18; 17 de julio de 1915). Y como es claro que Juan Croniqueur limitó a esa ocasión el uso de tal seudónimo, debe advertirse que no fueron suyos los reportajes anteriores, ni los posteriores “Comentarios en ripio libre” aparecidos con esa firma.
“Kendal” es un seudónimo cuya resonancia parece asociarse al voceado nombre de un caballo de carrera; pero también pudo derivarse del patronímico de León Kendal, “quiromántico y astrólogo de fama mundial”, cuya visita a Lima (agosto de 1915) fue reiteradamente anunciada en la prensa coetánea. Lo cierto es que ese falso nombre acompañó especialmente a la publicación de “reportajes” hechos a los caballos que adquirían notoriedad por su actuación en alguna carrera clásica o la continuidad de sus triunfos; y, aparte de ejercitar su humor, el autor valiose de esa ficción para expresar sus opiniones e impresiones en torno al espectáculo. Fue celebrado por ello en los animados círculos que en el hipódromo formaban sus amigos y algunos aficionados habituales, y animose a dejar estampada la huella que permitía identificarlo: “cronista, menor de edad, dolido de un remo, dormilón y desmemoriado”3.
“Cyrano III”, usado sólo una vez (en El Turf: Nº 47, pp. 32-33; 28 de julio de 1916), sugiere claramente su asociación con circunstancias hípicas: porque a la sazón corría en el hipódromo un potro llamado Cyrano II; y porque apareció al pie de unas rimas, inspiradas en los ensayos cumplidos por los caballos durante una mañana invernal. Pero es interesante apuntar que “Cyrano III” traza una huella destinada a permitir su identificación, en cuanto alude a “mi amigo Kendalif”, e inclusive describe el paisaje matutino a la manera “como escribiría Kendalif”; y, por añadidura, alude amablemente a la placentera tertulia del Palais Concert, así como a una voz popularizada por “El Tunante” Abelardo Gamarra.

José Carlos Mariátegui a los 20 años (1914). Foto-postal, 13.7 x 8.7 cm.
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José Carlos Mariátegui a los 20 años (1914). Foto-postal, 13.7 x 8.7 cm. Archivo José Carlos Mariátegui.

“Revoltoso” fue usado sólo una vez, en “Carta abierta al Conde de Lemos”4. Era el nombre de un caballo, que a la sazón destacaba en el hipódromo de Santa Beatriz; y su “carta” ofrece caudalosa e irónica respuesta a uno de los “Diálogos Máximos” del escritor pisqueño5, que en los fingidos razonamientos de Mercadante y Heliodemo había incidido en la significación de las carreras de caballos. Tan displicente y afectado como solía serlo cuando se enfrentaba a la mediocridad, el famoso “Conde de Lemos” había atribuido al segundo una declarada creencia en la transmigración y, a base de ella, una risueña hipótesis sobre la velocidad que en las pistas desarrollaban los equinos: “Tengo para mí que los mejores caballos de carrera fueron en otro tiempo hombres que corrieron en las batallas… Alguno de nuestros coroneles, por medio de la transmigración, llegará en otra vida a ser favorito del público. Alcanzará como caballo triunfos que nunca alcanzara en su papel de hombre”. A su vez, “Revoltoso” no quiso consentir que se le atribuyera esa oscura progenie, y rechazó la ofensa hecha a los caballos de carrera: porque halló “su origen en el centauro alígero”, vinculó su ligereza al “ideal perenne del horizonte”, y evocó a los congéneres perpetuados en la mitología y los fastos heroicos, para apuntar que existe notoria disimilitud “entre el alma de un caballo de carrera y el alma de un coronel con virtualidad metafísica de desertor.
Quizá llegue a identificarse más tarde algún otro seudónimo de “Juan Croniqueur”. Pero lo más probable es que sólo respalde alguno de esos escritos que suelen responder a un estímulo fugaz. Y aún quedará mucho por explorar en los esfuerzos que desplegó durante los años de su formación profesional, pues las exigencias cotidianas y la empinación de su figura lo obligaron a prodigarse: unas veces en el tratamiento de temas anodinos e intrascendentes, y otras en los ignorados tributos del anonimato. Su desvelada inquietud creadora hubo de ser amainada con frecuencia, ante la compulsiva tarea de cada día, según lo sabemos hoy por la confidencia hecha a su incógnita amiga “Ruth” (10 de abril de 1916): “Intenté un artículo y lo rompí a la primera cuartilla, y para cumplir con el periódico tuve sin embargo que llenar algunas ocupándome de la guerra y los socialistas alemanes. ¡Qué horror!” Pero no sólo debía vencer la pesantez de la rutina y ceñirse a los precarios alcances de la información, la glosa o la intencionada ironía que se ajustaba a la estrechez de la política criolla. También debía superar los márgenes que a la sazón contenían la libertad de las formas e imponían al periodismo la pobre resonancia de un eco. Y enfáticamente, con visión de futuro, diría: “Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la miseria del medio, yo no escribiría diariamente, fatigando y agotando mis aptitudes, artículos de periódico. Escribiría ensayos artísticos o científicos más de mi gusto”6. Aspiraba a evitar los riesgos de la automatización; a elevarse sobre las limitaciones del contorno y cumplir una misión constructiva, al servicio de la verdad y los bien entendidos intereses del país.

Referencias


  1. En los versos de “Spleen”, confesó tener “una vaga inquietud /ante la certidumbre de que haré de morir/ y aunque siento infecunda mi fatal juventud / una pena muy honda, muy honda de partir…”. ↩︎

  2. No sólo una, sino muchas expresiones deslizadas en sus escritos juveniles, nos hacen saber cómo venció José Carlos Mariátegui su desgano, o su rechazo ante la tarea periodística realizada para justificar un compromiso de trabajo. Por ejemplo: en la “Causerie social”, con la cual inició su colaboración en El Turf (Nº 13, pp. 15-16, Lima, 3 de julio de 1915), anota: “Una página por lo menos, me han dicho los directores de esta revista, que mal saben si Jack, tan respetuoso del lector, tiene con qué ocuparla”. Pero sus responsabilidades y apremios lo incitaron a prodigarse, aun con cierta alegría, según advierte en los corteses elogios que le dirigían los empresarios de la hípica, y que alguna vez recogió en un reportaje (Nº 36, p. 6; 6 de mayo de 1916): “Usted habrá llenado El Turf. ¡Tan entusiasta como es usted!” Y en su hípica “Loa a Febo” (N˚ 41, pp. 1-2, Lima, 10 de junio de 1916), la donosa confidencia acerca de una posible relación entre la extensión dada a una colaboración y la mayor o menor largueza de la retribución correspondiente: “Y yo he escrito las hojas necesarias / para cobrar mi colaboración”. ↩︎

  3. Cf . “Cinco minutos de palique con un crack”. En El Turf, Nº 25, pp. 20-21, Lima, 9 de octubre de 1915. ↩︎

  4. Cf. en El Turf, Nº 74, pp. 17-18, Lima. 2 de julio de 1917. ↩︎

  5. Cf. en El Turf, Nº 72, pp. 5-6, Lima, 16 de mayo de 1917. ↩︎

  6. En El Tiempo, Lima, 27 de junio de 1918. ↩︎