1.9. Un millonario peruano, muerto en Constantinopla
- José Carlos Mariátegui
1Hace dos días, el cable nos trajo la noticia de la trágica muerte en Constantinopla del millonario don Ramiro Velando de Portela, representante de una de las poderosas firmas industriales y bancarias de la Europa oriental. Una bala asesina había puesto término a la vida de este hombre férreo, en su propio y suntuoso palacio de Gálata.
Incidentalmente y hace muy poco supimos que don Ramiro Velando de Portela era peruano de origen y nacionalizado como tal. Y supimos con esto al mismo tiempo que, fuera del Perú, teníamos también un Creso fabuloso, émulo de aquellos reyes del dinero que se llaman Rostchild y Rockefeller, cuyas fortunas incalculables nos asombran. Cesaría ya esta admiración y poco tendríamos que envidiar a los países más pródigos en grandes fortunas privadas.
Casi de inmediato nos ha sorprendido la noticia fatal que dejamos ya apuntada. Don Ramiro Velando, aquel modelo de voluntad y de talento, latino de origen y de espíritu, ha muerto asesinado.
Dicen las referencias en cuya posesión estamos, que fue peruano el abuelo de don Ramiro Velando. Ramiro se llamó también su padre, y aunque nacido en México, conservó la nacionalidad peruana. Espíritu emprendedor y noblemente ambicioso, su afán de trabajo y fortuna lo condujo a Turquía, donde quedó establecido y donde adquirieron rápida prosperidad sus negocios. A poco poseía una crecida fortuna y un vasto comercio en el imperio otomano y en los países balcánicos.
El señor Velando formó su hogar en la tierra que tan hospitalaria acogida le brindase. Casado con una dama turca, tuvo siete hijos: Ramiro, que acaba de perder la vida trágicamente; Harkisch, Boris, Danilo, Josef, Mary Karit y Natalie. Y todos ellos fueron inscritos como peruanos.
La fortuna de los Velando, al influjo del entusiasta esfuerzo del extinto don Ramiro y sus hermanos, adquirió enorme desarrollo. Su comercio tomó mayor amplitud y se extendió a apartados países. El talento financiero del malogrado comerciante tuvo ancho campo de acción y sus energías le conquistaron alta y espectable situación en el mundo de los negocios. La firma Velando estableció casas industriales y bancarias en Constantinopla, Esmirna, Damasco, Jerusalén y el Cairo, y agencias en Londres, París, Viena, San Petersburgo y capitales balcánicas.
Don Ramiro Velando conservó siempre pública devoción a su nacionalidad. Se nos refiere que, en lo alto de sus grandes fábricas y usinas, en que se agitaba un vértigo de actividad y de trabajo, flameaba la bandera peruana, apenas conocida en esos lejanos países. Y se nos agrega que, en una ocasión, de vuelta de Jerusalén, el señor Goyeneche, conde de Guaqui, fue sorprendido muy gratamente al hallar el pabellón del Perú, dominando la vasta extensión de territorio comprendida por las posesiones de los hermanos Velando en Turquía.
Don Ramiro poseía en Gálata, el barrio europeo en Constantinopla, una suntuosa residencia, en que vivía a la usanza oriental con todo el lujo y el esplendor de un nabab. Poseedor de una riqueza prodigiosa, árbitro casi de la vida comercial otomana, amo de un harem sultánico, en que florecía la gracia y la belleza de las mujeres orientales, gozaba de una situación privilegiada de dicha y de regalo. Era fuerte y poderoso como un monarca y ante el tesoro fantástico de sus millones, se inclinaba humildemente el mismo Estado. Ayer no más vivía en plena fiebre de negocio y de especulaciones y le asediaban las instancias del gobierno turco para la contratación de un préstamo que pusiese al imperio otomano en condición de salvar sus necesidades económicas frente a la crisis europea del presente.
Este ejemplar modelo de voluntad y de carácter, este hombre enérgico, emprendedor, talentoso, que supo triunfar, que supo imponerse, que supo vencer todos los obstáculos y colmar sus aspiraciones, bien merece que, desde la distante patria de sus antecesores, se le tribute un postrero homenaje de admiración. Fue un maestro de energía, que, al influjo de educación e ideales distintos, ha demostrado brillantemente las dotes excepcionales de voluntad y de fe que existen también en la raza latinoamericana y que no son únicamente patrimonio de los sajones del norte.
Incidentalmente y hace muy poco supimos que don Ramiro Velando de Portela era peruano de origen y nacionalizado como tal. Y supimos con esto al mismo tiempo que, fuera del Perú, teníamos también un Creso fabuloso, émulo de aquellos reyes del dinero que se llaman Rostchild y Rockefeller, cuyas fortunas incalculables nos asombran. Cesaría ya esta admiración y poco tendríamos que envidiar a los países más pródigos en grandes fortunas privadas.
Casi de inmediato nos ha sorprendido la noticia fatal que dejamos ya apuntada. Don Ramiro Velando, aquel modelo de voluntad y de talento, latino de origen y de espíritu, ha muerto asesinado.
Dicen las referencias en cuya posesión estamos, que fue peruano el abuelo de don Ramiro Velando. Ramiro se llamó también su padre, y aunque nacido en México, conservó la nacionalidad peruana. Espíritu emprendedor y noblemente ambicioso, su afán de trabajo y fortuna lo condujo a Turquía, donde quedó establecido y donde adquirieron rápida prosperidad sus negocios. A poco poseía una crecida fortuna y un vasto comercio en el imperio otomano y en los países balcánicos.
El señor Velando formó su hogar en la tierra que tan hospitalaria acogida le brindase. Casado con una dama turca, tuvo siete hijos: Ramiro, que acaba de perder la vida trágicamente; Harkisch, Boris, Danilo, Josef, Mary Karit y Natalie. Y todos ellos fueron inscritos como peruanos.
La fortuna de los Velando, al influjo del entusiasta esfuerzo del extinto don Ramiro y sus hermanos, adquirió enorme desarrollo. Su comercio tomó mayor amplitud y se extendió a apartados países. El talento financiero del malogrado comerciante tuvo ancho campo de acción y sus energías le conquistaron alta y espectable situación en el mundo de los negocios. La firma Velando estableció casas industriales y bancarias en Constantinopla, Esmirna, Damasco, Jerusalén y el Cairo, y agencias en Londres, París, Viena, San Petersburgo y capitales balcánicas.
Don Ramiro Velando conservó siempre pública devoción a su nacionalidad. Se nos refiere que, en lo alto de sus grandes fábricas y usinas, en que se agitaba un vértigo de actividad y de trabajo, flameaba la bandera peruana, apenas conocida en esos lejanos países. Y se nos agrega que, en una ocasión, de vuelta de Jerusalén, el señor Goyeneche, conde de Guaqui, fue sorprendido muy gratamente al hallar el pabellón del Perú, dominando la vasta extensión de territorio comprendida por las posesiones de los hermanos Velando en Turquía.
Don Ramiro poseía en Gálata, el barrio europeo en Constantinopla, una suntuosa residencia, en que vivía a la usanza oriental con todo el lujo y el esplendor de un nabab. Poseedor de una riqueza prodigiosa, árbitro casi de la vida comercial otomana, amo de un harem sultánico, en que florecía la gracia y la belleza de las mujeres orientales, gozaba de una situación privilegiada de dicha y de regalo. Era fuerte y poderoso como un monarca y ante el tesoro fantástico de sus millones, se inclinaba humildemente el mismo Estado. Ayer no más vivía en plena fiebre de negocio y de especulaciones y le asediaban las instancias del gobierno turco para la contratación de un préstamo que pusiese al imperio otomano en condición de salvar sus necesidades económicas frente a la crisis europea del presente.
Este ejemplar modelo de voluntad y de carácter, este hombre enérgico, emprendedor, talentoso, que supo triunfar, que supo imponerse, que supo vencer todos los obstáculos y colmar sus aspiraciones, bien merece que, desde la distante patria de sus antecesores, se le tribute un postrero homenaje de admiración. Fue un maestro de energía, que, al influjo de educación e ideales distintos, ha demostrado brillantemente las dotes excepcionales de voluntad y de fe que existen también en la raza latinoamericana y que no son únicamente patrimonio de los sajones del norte.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 17 de agosto de 1914. ↩︎
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