1.10.. La muerte de Max Linder

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El cable nos trajo ayer la noticia de la muerte de Max Linder, el actor cómico admirable a quien popularizaran en el mundo entero las películas cinematográficas.
         Max Linder ha muerto en la guerra, batiéndose heroicamente por la causa de Francia, que es, para todos, la causa de la civilización y la justicia.
         Ha muerto como un valiente.
         Cuando al estallar el conflicto, un formidable vértigo de patriotismo y entusiasmo agitó su país, Max Linder fue de los primeros en enrolarse en las filas del ejército, junto con esa pléyade gloriosa de literatos, artistas y académicos. Y fue también de los primeros en entrar en acción. Su porte heroico en las operaciones del norte de Bélgica le conquistó inmediata recompensa.
         Y has ido en esta batalla fabulosa, que reúne en un vasto territorio al mayor número de combatientes que la historia y la leyenda registran, que Max Linder ha muerto gloriosamente, peleando con el denuedo heroico de los hijos de Francia.
         No hace muchos años que el nombre de Max Linder alcanzó celebridad mundial. Era el actor inconmensurablemente gracioso, que encerraba la más irresistible de las comicidades en su gesto y su expresión.
         Las empresas cinematográficas lo asediaban, ansiosas de las poses del artista, que apresaban avaramente en las películas de todas partes demandadas.
         Max Linder era el predilecto de los públicos. El solo anuncio de una cinta suya, llenaba los cinemas de niños y de viejos, de hombres maduros y hombres jóvenes que iban a gozar infantilmente unos, a ahogar las horas de aburrimiento los otros. Amigo de los niños y consuelo de los hipocondríacos, tenía la más rara, la más sugestiva, la más envidiable de las popularidades.
         Mimo admirable sabía cómo nadie reflejar en sus ademanes, todo un mundo de sensaciones y provocar en el público francas y bulliciosas manifestaciones de hilaridad.
         Él comprendió hábilmente que la faz más amable de las cosas es la faz cómica. Él proclamó el triunfo divino y optimista de la risa, por encima de todas las miserias y dolores de la vida. Supo reírlo todo, ironizarlo todo, supo ser un espíritu de robusta y generosa alegría, que compendiase la más compleja de sus expresiones en la sonora mueca de una carcajada.
         El recuerdo del artista simpático, cuya muerte nos trasmite el cable, nos sugiere ideas múltiples y caprichosas sobre esta sana filosofía de la vida que él llevó a la práctica. Quién sabe si Max Linder tuvo enorme razón en preferir el aspecto risueño de las cosas, que tan placenteras explosiones de alborozo despierta en los espíritus.
         Deteniéndose en este punto, puede preguntarse si su alegre comicidad, su ansia de divertirnos, no encerraba un bondadoso altruismo. Tal vez muchas veces, se debatían en su alma dolorosas angustias, cuando su rostro expresaba jocosas situaciones, y hubo de ahogar la pena íntima en gracia al público que le quería y le mimaba, deseoso de reír y entretenerse.
         Su vida de artista, que fue, para todos, una regocijada cinta de cómicos incidentes, ha tenido un epílogo dolorosamente trágico, fatalmente trágico. Glorioso epílogo, que podría dar título a una película póstuma: Max Linder, héroe. Pero que probablemente no alcanzaría en el público el ruidoso éxito de sus comedias, llenas de alborozada alegría, que tan irresistiblemente
JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 3 de octubre de 1914. Y en las Páginas Literarias, seleccionadas por Edmundo Cornejo Ubillús, 3ra. ed., Lima, 1985, pp. 135-137 ↩︎