1.8. El fin heroico de Garrós

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Entre las innumerables noticias que el cable transmite a diario sobre el actual y tremendo conflicto europeo, hubo una hace dos días que despertó en todos los ánimos vivo sentimiento de admiración. Se refería a la destrucción de un dirigible alemán por un arrojado aviador francés, que sucumbió también víctima de su hazaña.
         “Garrós fue el héroe de esta proeza”, agregó ayer el cable, acrecentando aún más esa admiración con el nombre sobradamente conocido del glorioso piloto.
         No hace dos años que comenzara a sorprendernos la noticia de las extraordinarias hazañas realizadas por Roland Garrós. Su audacia, su valor, su habilidad le elevaron muy pronto entre los más notables aviadores del mundo. Garrós era excepcional, Garrós era único, Garrós sobresalía sobre todos.
         Fueron los primeros en darle fama y llevar triunfador su nombre por lodos los confines del mundo, sus estupendos raids aéreos a través de Europa. Arrostrando todos los peligros en un vuelo vertiginoso, febril, grandioso, Garrós recorrió casi todos los países de Europa, de- teniéndose en sus respectivas capitales, en medio de estruendosas demostraciones de júbilo y de aplauso.
         Y como esta fueron muchas las proezas asombrosas que llevara a cabo Garrós, en su infinita sed de emociones, en su afán desesperado de peligros. Raids atrevidos que sorprendían a profesionales y profanos, ascensiones inverosímiles, acometidas en un ansia insaciable de altura, acrobacias audaces y apenas concebibles. Garrós no tuvo miedo nunca y llegó a las más extraordinarias empresas.
         La vida de este hombre admirable ha tenido un final heroico, un final que colma sus glorias y exalta sus prestigios. Final de Ícaro, de titán, de mitológico gigante castigado por su empeño de ascender al cielo. Final grandioso que nos habla de la Francia heroica, pujante y triunfadora, que paseara otrora sus legiones por todo un continente, que agitara al mundo con la más trascendental de las revoluciones y que ostenta en su historia extraordinarias acciones de abnegación y de valor.
         Garrós ha dado el ejemplo en el camino del sacrificio a todos los soldados de su patria y en especial a todos sus compañeros de profesión. Tal vez si la santa ambición de ser dueño de este honor, le empujó a la realización de tan estupenda hazaña, en cuyo elogio quisiéramos escribir la más calurosa y elocuente de las glorificaciones.
         Ayer no más Garrós anunció su propósito de realizar la portentosa empresa de atravesar el Atlántico en aeroplano. Estudiaba desde entonces la ejecución de su proyecto que tanta admiración despertara en el mundo al ser revelada. Garrós habría conseguido con esta travesía el mayor triunfo posible en la aviación, dentro de sus actuales progresos, y habría conquistado brillante coronación para su triunfal carrera de piloto.
         Ha sido en este instante que la patria reclamó el concurso de todos sus hijos para la guerra. Garrós quiso ser el primero en ofrendarle el suyo. Y partió en busca de la gloria y de la muerte. Bien sabía que casi siempre se ofrecen juntas.
         Valiente, resuelto, sereno, agitado solo por la inquietud de lo desconocido y por el presentimiento del fin, viajaba en pos de una ocasión, que no quiso tardar. Hacia él avanzaba raudamente otra máquina prodigiosa y gigantesca, ante la cual aparecía insignificante su aeroplano. Garrós creyó propicio el instante para una proeza atrevida. Sus conocimientos, su experiencia, le hablaban bien claro de que la muerte sería inevitable, de que junto con el dirigible destruido se precipitarían en el espacio los fragmentos de su avión y los ensangrentados despojos de su cuerpo. Pero quien nunca sintió miedo, no pudo vacilar. Y fue al sacrificio, con la misma serenidad, con el mismo valor con que afrontara el peligro en sus vuelos famosos.
         Ha sido el glorioso término de una vida hecha de ensueños y de triunfos.
         El fin de un valiente lleno de audacia y de heroísmo, enamorado del espacio, sediento de victoria, que supo unir al culto de lo bello la santa religión del patriotismo.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 5 de agosto de 1914. ↩︎