2.8. Una carta del doctor Sequi
- José Carlos Mariátegui
1Creería faltar a un deber de consideración personal e intelectual para el doctor Emilio Sequi, si no prestase a la carta que se ha servido dirigirme y que publica La Prensa en la edición de la mañana de ayer, toda la atención que se merece por la autoridad de quien la escribe, la cortesía en que se encuadran sus términos y el espíritu de patriotismo muy justo y muy respetable que la inspira.
Y, sobre todo, hace necesaria la respuesta la circunstancia de que, al referirme a la propaganda de Maeterlinck en Italia, no he deseado en ningún momento juzgar mal de la actitud de esta frente a la guerra, pues no podría hacerlo quien como yo guarda arraigadas devociones por ese pueblo grande e histórico.
Ha querido el doctor Sequi, en la carta que comento, dedicarme elogios tan calurosos como exagerados, que por su sinceridad y por venir de quien provienen tengo que agradecer de veras. Solo que debo atribuirlos, no a mis merecimientos —que si los tengo son muy menguados—, sino a la bondad y a la indulgencia en que tan pródigo es para conmigo el distinguido director de La Voce d’ltalia. Apenas si de este modo podría explicarme que en tanto precie mi labor periodística y le conceda magnitud e interés que yo no voy a hacerme el engaño de aceptar.
Reconoce el doctor Sequi, que no ha habido en mí intención de ofender al pueblo italiano, en forma alguna, pero sí declara, a propósito de uno de mis conceptos, que nunca en Italia se ha buscado ni admitido las compensaciones ofrecidas por Alemania con tanta insistencia como infructuosidad. El doctor Sequi, cuyo patriotismo me complazco en exaltar, no quiere que se suponga a la diplomacia de su país sentimientos inspirados en el cálculo y presuntos generadores de resistencias a intervenir en la guerra, al lado de la “entente”. Pero yo, que admiro y respeto al pueblo italiano, tengo que decirle al doctor Sequi que al atribuir cálculo a determinada gestión diplomática de Italia, no he supuesto una monstruosidad, ni pecado venial siquiera en sus dirigentes, pues es sabido que un concepto utilitario y no sentimental es el que informa la conducta de todas las cancillerías del mundo, desde las más ingenuas —si las hay— hasta las más descaradas, verbigracia aquella que hace letra muerta de los más santos convenios y proclama sobre todos los principios del derecho, los de la fuerza. Que los pueblos débiles, paguen el crimen de no haber sabido ser fuertes, dice, más o menos, Von Bernhardi, uno de los apóstoles más grandes de esta osada doctrina de la súper-nación.
Es, pues, tan solo una ligera divergencia de concepto la que me separa del doctor Sequi. Si yo hablé de que la diplomacia italiana había mirado ávidamente a las compensaciones alemanas, fue, como ya he expresado, porque pienso que es legítimo en estas épocas el anhelo de los gobiernos de realizar sus negociaciones externas con un criterio práctico. Y ocurre, tal vez, también, que el doctor Sequi que es un espíritu maduro y sereno, desea la conservación de la neutralidad de Italia y no aprecia como yo, romántico y vehemente, la necesidad de que sus gestos respondan solo a la voz y las tradiciones de la raza. Tal la divergencia que me impide ver las cosas con la razonadora prudencia del doctor Sequi.
De otro lado, y esto lo sabe muy bien el doctor Sequi, son muy grandes y muy sinceros mis sentimientos de admiración por el pueblo italiano, por sus hombres, por sus artes y por su historia, para que fuese por motivo alguno a imaginar de él actitudes que traicionen su pasado y su presente.
Está explicada la intención del concepto recogido por el doctor Sequi en forma deferente y galana que obliga mis agradecimientos hacia tan culto periodista.
Y, sobre todo, hace necesaria la respuesta la circunstancia de que, al referirme a la propaganda de Maeterlinck en Italia, no he deseado en ningún momento juzgar mal de la actitud de esta frente a la guerra, pues no podría hacerlo quien como yo guarda arraigadas devociones por ese pueblo grande e histórico.
Ha querido el doctor Sequi, en la carta que comento, dedicarme elogios tan calurosos como exagerados, que por su sinceridad y por venir de quien provienen tengo que agradecer de veras. Solo que debo atribuirlos, no a mis merecimientos —que si los tengo son muy menguados—, sino a la bondad y a la indulgencia en que tan pródigo es para conmigo el distinguido director de La Voce d’ltalia. Apenas si de este modo podría explicarme que en tanto precie mi labor periodística y le conceda magnitud e interés que yo no voy a hacerme el engaño de aceptar.
Reconoce el doctor Sequi, que no ha habido en mí intención de ofender al pueblo italiano, en forma alguna, pero sí declara, a propósito de uno de mis conceptos, que nunca en Italia se ha buscado ni admitido las compensaciones ofrecidas por Alemania con tanta insistencia como infructuosidad. El doctor Sequi, cuyo patriotismo me complazco en exaltar, no quiere que se suponga a la diplomacia de su país sentimientos inspirados en el cálculo y presuntos generadores de resistencias a intervenir en la guerra, al lado de la “entente”. Pero yo, que admiro y respeto al pueblo italiano, tengo que decirle al doctor Sequi que al atribuir cálculo a determinada gestión diplomática de Italia, no he supuesto una monstruosidad, ni pecado venial siquiera en sus dirigentes, pues es sabido que un concepto utilitario y no sentimental es el que informa la conducta de todas las cancillerías del mundo, desde las más ingenuas —si las hay— hasta las más descaradas, verbigracia aquella que hace letra muerta de los más santos convenios y proclama sobre todos los principios del derecho, los de la fuerza. Que los pueblos débiles, paguen el crimen de no haber sabido ser fuertes, dice, más o menos, Von Bernhardi, uno de los apóstoles más grandes de esta osada doctrina de la súper-nación.
Es, pues, tan solo una ligera divergencia de concepto la que me separa del doctor Sequi. Si yo hablé de que la diplomacia italiana había mirado ávidamente a las compensaciones alemanas, fue, como ya he expresado, porque pienso que es legítimo en estas épocas el anhelo de los gobiernos de realizar sus negociaciones externas con un criterio práctico. Y ocurre, tal vez, también, que el doctor Sequi que es un espíritu maduro y sereno, desea la conservación de la neutralidad de Italia y no aprecia como yo, romántico y vehemente, la necesidad de que sus gestos respondan solo a la voz y las tradiciones de la raza. Tal la divergencia que me impide ver las cosas con la razonadora prudencia del doctor Sequi.
De otro lado, y esto lo sabe muy bien el doctor Sequi, son muy grandes y muy sinceros mis sentimientos de admiración por el pueblo italiano, por sus hombres, por sus artes y por su historia, para que fuese por motivo alguno a imaginar de él actitudes que traicionen su pasado y su presente.
Está explicada la intención del concepto recogido por el doctor Sequi en forma deferente y galana que obliga mis agradecimientos hacia tan culto periodista.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 21 de marzo de 1915. ↩︎