2.25. El libro de un español sobre la guerra
- José Carlos Mariátegui
1Quiero dedicar a mi culto amigo e irreductible germanófilo don Emilio Huidobro estas breves líneas destinadas a glosar las ideas que en un interesante volumen intitulado La verdad sobre la guerra y que acaba de llegar a mis manos, expone el escritor español don Álvaro Alcalá Galiano.
Parecerá a primera vista pretencioso el título de La verdad sobre la guerra, pero a pocos que con espíritu desapasionado —hasta donde es posible tenerlo— lo lean, habrá de escapárseles que este es uno de los libros en que más justas apreciaciones se hace de la gran contienda.
Alcalá Galiano efectúa el análisis de los orígenes del conflicto y establece las responsabilidades de Alemania. No admite ni cree en la escrupulosidad diplomática de Rusia, Francia ni Inglaterra —mucho menos en la de Inglaterra—, porque sabe que casi siempre, siempre más bien, quien dijo diplomacia dijo cálculo y perfidia. Mas sostiene y fundamenta su convicción de que Alemania es la causante de la guerra, pues que para ella ha venido preparándose día a día y han sido de dominación e imperialismo sus más arraigados anhelos patrióticos.
Alemania, para Alcalá Galiano, es un país guerrero. Sus ideales han sido siempre caracterizados por el más definido espíritu de fuerza. Nietzsche, Treitsche y Von Bernhardi son los voceros de los sentimientos en su esfera directriz. Y ya sabemos cómo adoctrinan los tres. Nietzsche proclama la teoría egoísta de la fuerza. Treitsche, que, como Guillermo II, disfraza su audacia de ideas con un devoto convencimiento deísta, escribe que “Dios cuidará siempre de que la guerra se repita como un drástico medicamento para la humanidad”. Y Von Bernhardi, que ha asombrado al mundo con sus osadas tesis y sus vaticinios imperialistas, sostuvo ya que “los pueblos débiles no tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes” y habla de la supernación.
Si Alemania ha alentado estos anhelos, si su emperador —ídolo y amo— ha mirado en las de poderío y dominio sus más caras aspiraciones. Si, por último, ella resulta la intransigente, la alentadora de la agresividad austriaca en los días de dolorosa inquietud que precedieron al estallido del conflicto y la que lanza primero sus legiones invasoras precipitándolo, claro está que es ante la historia la responsable lógica de la contienda. Piensa también así Alcalá Galiano, quien, para pronunciarse favorablemente a esas conclusiones, recurre a una argumentación sólida, precisa y fundamentada.
Para condenar el sacrificio de Bélgica por Alemania, tiene vibrantes frases que traen a mi espíritu hondo consuelo en estas horas en que uno de los más nobles gestos de heroicidad, bizarría y abnegación que hallaremos en la historia, merece ser conceptuado de insensatez, antihumanitarismo y antipatriotismo.
Leed a Alcalá Galiano en el párrafo pertinente:
«La invasión de Bélgica ha sido la invasión del “vandalismo” armado. En esta universal tragedia de intereses, surge una figura alegórica de abnegación, de valor, de heroísmo, de dignidad y de sublime patriotismo coronado por el sacrificio: el reino de Bélgica, pequeño David que se atrevió a ponerse frente al atropello, la fuerza bruta y la injusticia simbolizados por el Goliat prusiano. ¡Pobre Bélgica! Su nombre será grabado con letras de oro en el libro de la Historia. Quien califique su heroísmo de necia temeridad, no tiene en sus venas una sola gota de sangre que corrió por Agustina de Aragón, por Daoiz y Velarde. La violación del territorio patrio es el mayor ultraje que puede hacerse a una raza. Todo ser civilizado ha debido estremecerse ante el resurgimiento de la barbarie armada aniquilando al débil, arrasando ciudades y destruyendo la industria y la riqueza de este país admirable».
Combate rudamente Alcalá Galiano las consideraciones que parecen influir en España para determinar una corriente de opinión germanófila. EI concepto alemán de que los pueblos débiles no tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes no es de los que deben merecer poca atención por parte de España y el caso de Bélgica podría representar una advertencia de cómo la trataría Alemania si la encontrase alguna vez en su camino. Se burla de los germanófilos que fundan su devoción por Alemania en que está peleando a la vez con muchas naciones, “como si se tratase de una riña callejera” y de los francófobos que detestan a Francia, porque miran solo, con ojos de moralistas trasnochados, a las corrupciones de que es foco París, como si esas corrupciones tuvieran su origen en el pueblo francés que desconocen y no en el cosmopolitismo que las fomenta y para el cual la Ville Lumière es un gran oasis de placer y de refinamiento.
Extrema la claridad y solidez de su lógica para oponerse a las razones en que pretenden encontrar asidero que explique su germanofilia muchos católicos que no solo abundan en España, sino también en América. Ni el pensamiento enciclopédico, ni el radicalismo de la filosofía francesa han hecho tanto daño al catolicismo como el cisma luterano y las ideas atrevidas de Nietzsche, Hegel, Kant, Schopenhauer y otros que han herido tan profundamente el sentimiento cristiano. En medio de todo, Renan es un filósofo dulce y amable mientras que el autor de Así hablaba Zaratustra combate a Cristo y odia sus enseñanzas. Y Guillermo de Hohenzollern es un príncipe luterano que adula a los católicos seguramente con la misma sinceridad con que se llama aliado al oído de los musulmanes y los azuza para la guerra santa.
A mi juicio, es el de Alcalá Galiano, un libro sereno y concienzudo que entre otros actos de justicia realiza el de rendir homenaje merecido a esa pequeña gran nación que se llama Bélgica y que irguiéndose denodada ante el ultraje germano ha dado al mundo el más noble ejemplo de altivez y heroísmo…
Parecerá a primera vista pretencioso el título de La verdad sobre la guerra, pero a pocos que con espíritu desapasionado —hasta donde es posible tenerlo— lo lean, habrá de escapárseles que este es uno de los libros en que más justas apreciaciones se hace de la gran contienda.
Alcalá Galiano efectúa el análisis de los orígenes del conflicto y establece las responsabilidades de Alemania. No admite ni cree en la escrupulosidad diplomática de Rusia, Francia ni Inglaterra —mucho menos en la de Inglaterra—, porque sabe que casi siempre, siempre más bien, quien dijo diplomacia dijo cálculo y perfidia. Mas sostiene y fundamenta su convicción de que Alemania es la causante de la guerra, pues que para ella ha venido preparándose día a día y han sido de dominación e imperialismo sus más arraigados anhelos patrióticos.
Alemania, para Alcalá Galiano, es un país guerrero. Sus ideales han sido siempre caracterizados por el más definido espíritu de fuerza. Nietzsche, Treitsche y Von Bernhardi son los voceros de los sentimientos en su esfera directriz. Y ya sabemos cómo adoctrinan los tres. Nietzsche proclama la teoría egoísta de la fuerza. Treitsche, que, como Guillermo II, disfraza su audacia de ideas con un devoto convencimiento deísta, escribe que “Dios cuidará siempre de que la guerra se repita como un drástico medicamento para la humanidad”. Y Von Bernhardi, que ha asombrado al mundo con sus osadas tesis y sus vaticinios imperialistas, sostuvo ya que “los pueblos débiles no tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes” y habla de la supernación.
Si Alemania ha alentado estos anhelos, si su emperador —ídolo y amo— ha mirado en las de poderío y dominio sus más caras aspiraciones. Si, por último, ella resulta la intransigente, la alentadora de la agresividad austriaca en los días de dolorosa inquietud que precedieron al estallido del conflicto y la que lanza primero sus legiones invasoras precipitándolo, claro está que es ante la historia la responsable lógica de la contienda. Piensa también así Alcalá Galiano, quien, para pronunciarse favorablemente a esas conclusiones, recurre a una argumentación sólida, precisa y fundamentada.
Para condenar el sacrificio de Bélgica por Alemania, tiene vibrantes frases que traen a mi espíritu hondo consuelo en estas horas en que uno de los más nobles gestos de heroicidad, bizarría y abnegación que hallaremos en la historia, merece ser conceptuado de insensatez, antihumanitarismo y antipatriotismo.
Leed a Alcalá Galiano en el párrafo pertinente:
«La invasión de Bélgica ha sido la invasión del “vandalismo” armado. En esta universal tragedia de intereses, surge una figura alegórica de abnegación, de valor, de heroísmo, de dignidad y de sublime patriotismo coronado por el sacrificio: el reino de Bélgica, pequeño David que se atrevió a ponerse frente al atropello, la fuerza bruta y la injusticia simbolizados por el Goliat prusiano. ¡Pobre Bélgica! Su nombre será grabado con letras de oro en el libro de la Historia. Quien califique su heroísmo de necia temeridad, no tiene en sus venas una sola gota de sangre que corrió por Agustina de Aragón, por Daoiz y Velarde. La violación del territorio patrio es el mayor ultraje que puede hacerse a una raza. Todo ser civilizado ha debido estremecerse ante el resurgimiento de la barbarie armada aniquilando al débil, arrasando ciudades y destruyendo la industria y la riqueza de este país admirable».
Combate rudamente Alcalá Galiano las consideraciones que parecen influir en España para determinar una corriente de opinión germanófila. EI concepto alemán de que los pueblos débiles no tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes no es de los que deben merecer poca atención por parte de España y el caso de Bélgica podría representar una advertencia de cómo la trataría Alemania si la encontrase alguna vez en su camino. Se burla de los germanófilos que fundan su devoción por Alemania en que está peleando a la vez con muchas naciones, “como si se tratase de una riña callejera” y de los francófobos que detestan a Francia, porque miran solo, con ojos de moralistas trasnochados, a las corrupciones de que es foco París, como si esas corrupciones tuvieran su origen en el pueblo francés que desconocen y no en el cosmopolitismo que las fomenta y para el cual la Ville Lumière es un gran oasis de placer y de refinamiento.
Extrema la claridad y solidez de su lógica para oponerse a las razones en que pretenden encontrar asidero que explique su germanofilia muchos católicos que no solo abundan en España, sino también en América. Ni el pensamiento enciclopédico, ni el radicalismo de la filosofía francesa han hecho tanto daño al catolicismo como el cisma luterano y las ideas atrevidas de Nietzsche, Hegel, Kant, Schopenhauer y otros que han herido tan profundamente el sentimiento cristiano. En medio de todo, Renan es un filósofo dulce y amable mientras que el autor de Así hablaba Zaratustra combate a Cristo y odia sus enseñanzas. Y Guillermo de Hohenzollern es un príncipe luterano que adula a los católicos seguramente con la misma sinceridad con que se llama aliado al oído de los musulmanes y los azuza para la guerra santa.
A mi juicio, es el de Alcalá Galiano, un libro sereno y concienzudo que entre otros actos de justicia realiza el de rendir homenaje merecido a esa pequeña gran nación que se llama Bélgica y que irguiéndose denodada ante el ultraje germano ha dado al mundo el más noble ejemplo de altivez y heroísmo…
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 21 de mayo de 1915. ↩︎