2.26. El centenario de Waterloo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La evocación de la figura grandiosa de Napoleón I, surge hoy en todos los espíritus. No es que la recuerde un pasaje cualquiera de su heroica epopeya triunfal, sino que se conmemora la derrota del prócer que pusiera término doloroso a esa misma epopeya. Y envuelta en los celajes de su ocaso, la magnífica figura nos parece más admirable, más altísima, más gloriosa.
         Vence un siglo desde el día en que fatigado por la lucha y hostigado por el rencor de los rivales, el más grande guerrero de Europa fue vencido. Y el sol que alumbrara la llanura fatal de Waterloo el 18 de junio de 1815 fulge otra vez.
         La eterna lucha por la hegemonía, por el predominio, la aspiración perenne de ser el más fuerte, culmina nuevamente en los episodios de esta hora trágica. La historia torna a repetirse, burlándose de las civilizaciones que no han sabido, sino anestesiar la latente barbarie de los hombres. Y en idéntico escenario de sangre y de dolor se pelea una primacía hacia la cual convergieron en todas las edades las ambiciones de los pueblos forzudos.
         El centenario de Waterloo podría acaso tener un alto valor simbólico en estos momentos. Con él la historia de una vívida lección de cosas, pero no a la patria del coloso abatido el 18 de junio de 1815, como tal vez pretenderían aquellos a quienes la pujanza de la Germania deslumbra por todo lo grande de su brutalidad. Es a los pueblos que ambicionan el triunfo de sus ideales imperialistas, es a los hombres que caricaturizan la grandeza del César francés a quienes va dirigida. Los responsables de este crimen horrendo que nos ha dicho la verdad angustiosa de cómo todas las bellas teorías de la paz, del derecho y de la civilización son tan solo palabras y nada más que palabras, sentirán hoy acaso la lacerante amargura de esta dura enseñanza.
         Si el prócer genial, si el conquistador invencible, no supo coronar sus sueños de poderío, si no pudo sustraerse al cumplimiento de leyes inmutables de la historia, menos puede suponerse tal virtud en los héroes histriónicos de esta hazaña de barbarie. La fortuna que propició las ambiciones de Napoleón y que le abandonó, sin embargo, con una mueca hostil en la jornada de Waterloo, no va a brindar sus favores a S.M. Guillermo de Hohenzollern que nunca tuvo del emperador de Francia, ni la arrogante bizarría de gran capitán, ni la vasta visión de estrategia.
         Y como hace cien años, los legionarios de la Albión, herida en su orgullo por osados golpes, combaten contra los soldados del emperador tudesco, alma y brazo de la hegemonía nueva. Su misión es la misma, su rol es igual. Nada importa que luchen al lado de Francia que no quiere ya saber de cesarismos y tiranos. Waterloo no fue derrota de Francia: fue derrota de Napoleón. El poderío del genio fue el único que sufrió en esa batalla quebranto decisivo. Y es por eso que la fecha de hoy no recuerda un desastre de la nación gloriosa, sino la caída, el ocaso de un gran hombre cuyos anhelos infinitos de dominio han creado la aspiración enfermiza de su émulo presunto.
         Dije líneas más arriba que en la derrota de Waterloo, la figura del primero de los Bonaparte crece a más excelsa altura que nunca. En el crepúsculo de su vida, más enormes y admirables se alzan sus triunfos y tiene voces más épicas su epopeya. Sobre la desgracia del prócer cae el olvido generoso de los pueblos que humillara su espada victoriosa. Y si hay quienes lancen el grito estéril de su denuesto contra la gloria del héroe vencedor de Alemania, de Austria, de Rusia, de España, no hay quienes no rindan reverente homenaje de admiración ante el héroe cautivo y solitario de Santa Elena.
         No sé si este centenario va a ser o no festejado por los vencedores de Waterloo y si se va a ver en él caracteres de símbolo. A mis ojos, visionarios o no, los tiene y de gran relieve. La fecha de hoy dirá tal vez a su majestad Guillermo de Hohenzollern el principio de su caída.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 18 de junio de 1915. ↩︎