2.1. Puntos sentimentales
- José Carlos Mariátegui
1Los diarios de ayer, registran en su crónica parlamentaria una interesante postura del diputado por Huaraz, señor Eleodoro Macedo, quien ha querido que se suprima la subvención destinada al sostenimiento de la Academia Nacional de Música. Pero como no fuese de igual parecer el ministro del ramo y el señor Macedo es tenaz e insistente, y guarda entre otras devociones la del más obstinado regionalismo, ha querido ahora que se reduzca en trescientas libras esa subvención y se dedique esta suma al colegio nacional de Huaraz, que no sabemos cuál mayor significación reviste en cuanto a nuestra cultura respecta.
Pero no existiría hasta esta parte, motivo para extrañarse mayormente ni para considerar interesante la postura parlamentaria del señor Macedo, si el señor Macedo al fundamentar su pedido —que encontró asequible la voluntad de la mayoría— no hubiera dicho que la Academia Nacional de Música no sirve para nada, no presta prácticas ventajas, y si no tratase a un arte sublime como algo más que inútil y superfluo. ¡La música! ¡Psch! ¿Para qué sirve eso?, ha dicho su señoría honorable.
Y lo más sensible y lo que con más dolor anoto, pues que tengo esta chifladura sentimental por las cosas bellas, es que no hubiese una voz, una voz tan solo que opusiese su opinión a la del señor Macedo y tomase la defensa de la pobre y maltratada música, que nada ha hecho al señor Macedo, como no sea regalar su espíritu —que no suponemos reacio a las emociones artísticas— en muchas tediosas horas de aburrimiento.
Esto es lo que me duele, esto es lo que me lanza a pintar mi impresión de pena y desconsuelo, porque tengo ante tal hecho que preguntarme ansioso si será realmente el criterio de la cámara este que ha expresado el señor Macedo, de que la música para nada sirve…
Ni la penuria fiscal, ni las angustias de nuestra situación económica, pueden justificar que, en nuestro país, que es en el mundo el que menos dinero dedica al fomento del arte, se quiera la supresión de la única academia de música que poseemos y que está bajo los auspicios de una institución como la Filarmónica, formada y mantenida en bendita hora, y cuya subsistencia, aunque solo fuese, como se pretende por unos pocos, en el nombre, libra de un bochorno a nuestra cultura. Y tampoco puede, en mi concepto, justificarse que lo que se quita a la Academia, se emplee en incrementar los ingresos de un colegio de instrucción media, de uno de aquellos colegios que precisamente son los que menor beneficio hacen a la instrucción pública y de los cuales con razón se dice que solo contribuyen a la creación de una clase parasitaria, de un colegio que será sin duda alguna un foco más de burocracia empecinada y provinciana y al abrigo de cuyos claustros germinarán quién sabe cuántas tempranas aspiraciones a puestos parlamentarios.
No sirve para nada. No presta utilidad práctica. Así ha dicho el señor Macedo, de la música, alentado por el silencio con que se asentía a sus palabras. Y no es posible dejar pasar opiniones tan curiosas, porque el señor Macedo, iniciada su labor, podría querer proscribir por entero de entre nosotros, un arte que con tanto afán detracta. Porque el señor Macedo, es muy positivista, muy práctico, personalidad muy a tono con el siglo, que solo quiere para nuestro país puentes, caminos, cañerías, vías férreas y otras cosas provechosas y prácticas. Y no desea saber de sentimientos artísticos ni de emociones estéticas.
¡Oh, genios maravillosos de Wagner, Beethoven, Schumanny Chopin que perseguisteis la quimera de este arte excelso! El senador Macedo os abomina…
Tal vez algún lector, tan práctico, tan positivista, tan utilitario como el señor Macedo, sonría del romanticismo inocente con que este cronista se extraña de que se hagan tales apreciaciones singulares en el propio Parlamento peruano.
Tal vez esta apacible y pobrecita protesta encuentre apenas eco simpático en los menos, en los pocos, en los chiflados que aman cosas así inútiles y superfluas.
Tal vez esté muy de acuerdo con las tendencias modernas este afán iconoclasta y novedoso.
Tal vez es que yo pienso con un siglo de atraso y no entiendo de los beneficios del progreso. No importa. Más fuerte que todas estas consideraciones, que todos estos temores, que todas estas incertidumbres, habla en el espíritu de los que tenemos ideas tan sentimentales, nuestro porfiado culto por esas míseras cosas que son el ARTE y la BELLEZA…
Pero no existiría hasta esta parte, motivo para extrañarse mayormente ni para considerar interesante la postura parlamentaria del señor Macedo, si el señor Macedo al fundamentar su pedido —que encontró asequible la voluntad de la mayoría— no hubiera dicho que la Academia Nacional de Música no sirve para nada, no presta prácticas ventajas, y si no tratase a un arte sublime como algo más que inútil y superfluo. ¡La música! ¡Psch! ¿Para qué sirve eso?, ha dicho su señoría honorable.
Y lo más sensible y lo que con más dolor anoto, pues que tengo esta chifladura sentimental por las cosas bellas, es que no hubiese una voz, una voz tan solo que opusiese su opinión a la del señor Macedo y tomase la defensa de la pobre y maltratada música, que nada ha hecho al señor Macedo, como no sea regalar su espíritu —que no suponemos reacio a las emociones artísticas— en muchas tediosas horas de aburrimiento.
Esto es lo que me duele, esto es lo que me lanza a pintar mi impresión de pena y desconsuelo, porque tengo ante tal hecho que preguntarme ansioso si será realmente el criterio de la cámara este que ha expresado el señor Macedo, de que la música para nada sirve…
Ni la penuria fiscal, ni las angustias de nuestra situación económica, pueden justificar que, en nuestro país, que es en el mundo el que menos dinero dedica al fomento del arte, se quiera la supresión de la única academia de música que poseemos y que está bajo los auspicios de una institución como la Filarmónica, formada y mantenida en bendita hora, y cuya subsistencia, aunque solo fuese, como se pretende por unos pocos, en el nombre, libra de un bochorno a nuestra cultura. Y tampoco puede, en mi concepto, justificarse que lo que se quita a la Academia, se emplee en incrementar los ingresos de un colegio de instrucción media, de uno de aquellos colegios que precisamente son los que menor beneficio hacen a la instrucción pública y de los cuales con razón se dice que solo contribuyen a la creación de una clase parasitaria, de un colegio que será sin duda alguna un foco más de burocracia empecinada y provinciana y al abrigo de cuyos claustros germinarán quién sabe cuántas tempranas aspiraciones a puestos parlamentarios.
No sirve para nada. No presta utilidad práctica. Así ha dicho el señor Macedo, de la música, alentado por el silencio con que se asentía a sus palabras. Y no es posible dejar pasar opiniones tan curiosas, porque el señor Macedo, iniciada su labor, podría querer proscribir por entero de entre nosotros, un arte que con tanto afán detracta. Porque el señor Macedo, es muy positivista, muy práctico, personalidad muy a tono con el siglo, que solo quiere para nuestro país puentes, caminos, cañerías, vías férreas y otras cosas provechosas y prácticas. Y no desea saber de sentimientos artísticos ni de emociones estéticas.
¡Oh, genios maravillosos de Wagner, Beethoven, Schumanny Chopin que perseguisteis la quimera de este arte excelso! El senador Macedo os abomina…
Tal vez algún lector, tan práctico, tan positivista, tan utilitario como el señor Macedo, sonría del romanticismo inocente con que este cronista se extraña de que se hagan tales apreciaciones singulares en el propio Parlamento peruano.
Tal vez esta apacible y pobrecita protesta encuentre apenas eco simpático en los menos, en los pocos, en los chiflados que aman cosas así inútiles y superfluas.
Tal vez esté muy de acuerdo con las tendencias modernas este afán iconoclasta y novedoso.
Tal vez es que yo pienso con un siglo de atraso y no entiendo de los beneficios del progreso. No importa. Más fuerte que todas estas consideraciones, que todos estos temores, que todas estas incertidumbres, habla en el espíritu de los que tenemos ideas tan sentimentales, nuestro porfiado culto por esas míseras cosas que son el ARTE y la BELLEZA…
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 27 de enero de 1915. ↩︎
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