2.2. Dos tragedias

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La Prensa dio ayer cuenta del triunfo alcanzado por Felipe Sassone con el estreno de su tragedia Un intérprete de Hamlet, y, al consignar con satisfacción la noticia, dijo la amarga ironía, la cruel ironía de la suerte, que encerraba este éxito para nuestro compatriota, cuando al mismo tiempo le abrumaba el pesar de perder a su amada compañera.
         Fue una dolorosa, una irreparable, una ruda desgracia la que afligió a Sassone con la muerte de su esposa. Él que durante diez años paseara su caprichosa bohemia por España, Italia y la Argentina, él que tuviera una existencia siempre inquieta, siempre tornadiza, de trovero peregrino, de vagabundo y de nómade, él que buscara ansiosamente el camino de la gloria, llena el alma de generosas idealidades, él que sacrificara todo a la locura de sus sueños de poeta, sintió un buen día el cansancio de esta vida agitada pero infecunda, alegre pero sin recompensa, libre pero amargada por infinitas tristezas y ansias insatisfechas, y anheló el descanso y quiso un hogar.
         En medio a la vorágine de su bohemia intranquila y vehemente, se vio solo, experimentó el hastío de sus placeres y de sus amores fáciles y deseó una compañera amorosa y buena que le diera nuevos alientos para la lucha y que pusiera un oasis de amor y de alegría en el desierto infinito de su vida. El poeta hizo alto en su camino y buscó el santo refugio del amor. Y fueron sus nupcias el preludio de una vida reposada y dichosa. En la triunfal sonoridad de su epitalamio, Sassone cantó la aurora de un día nuevo.
         A España lo devolvieron sus anhelos de gloria y en España florecieron para él hermosas promesas de éxitos y de victorias. Un día una comedia, otro una página de pulida prosa, otro unos versos mantenían creciente la reputación de Sassone y consolidaban sus prestigios de literato galano y talentoso. Se enamoró de una idea, de un “asunto”, hermoso como casi todos los que su imaginación concibiera y quiso llevarlo al teatro. Y escribió una tragedia, robusta, intensa, vibrante, una concepción luminosa, en la cual palpitaban todas las amargas filosofías de la genial obra de Shakespeare y de su personaje símbolo. En ella cifraba las más firmes esperanzas de triunfo. La dicha más completa presidía sus destinos.
         Pero sobrevino fatal, dolorosa, la desgracia. Sassone perdió a su compañera, a su bella y amada compañera, a su buena musa, a la más eficaz colaboradora de su obra. El oasis naciente y florecido, cuyo amparo había buscado el peregrino ansioso de descanso, se marchitaba, desaparecía y en la senda de su vida todo volvía a ser desierto, desierto yermo, desolado, candente. Penosa, cruel tragedia, que ponía inesperado término a un idilio, que destrozaba las ilusiones del poeta, que lo abandonaba a la desesperación.
         Y en estos angustiosos instantes, cuando la pérdida de su esposa acababa de afligirlo y abría un infinito paréntesis de dolor en su vida, ha sido que a Sassone ha mimado la victoria. El éxito de la tragedia, el éxito anhelado, el éxito buscado ha sido completo, rotundo, clamoroso. Hasta el doliente recogimiento de Sassone, en Madrid, han llegado los ecos de su triunfo. Un telegrama de Francisco Morano, el gran actor que estrenara en Zaragoza su tragedia, le avisaba el éxito en los precisos momentos en que el poeta veía derrumbarse el castillo de sus ensueños. El telegrama dice así:
         “Acabo estrenar Intérprete Hamlet con grandísimo éxito. Lo felicitó orgullosamente. Todos los actos han sido aplaudidísimos y tengo la satisfacción de comunicarle, inmodestamente, he obtenido personalísimo triunfo, grande, hermoso. Puedo asegurarle que puse en interpretación cuanto cariño usted merece y que ahora tengo verdadera alegría en decirle hemos triunfado. Para que todo fuera felicísima satisfacción, deseo que su querida compañera haya vencido todo peligro. Escríbole mañana y mándole sueltos. Abrázole”.
         Este es el mensaje que ha dicho a Sassone el más amargo de los contrastes de la suerte. Mientras perdía a su esposa y sufría un rudo golpe del Destino, la Gloria le sonreía y la obra con calor concebida, la obra que el cariño de su musa le inspirara, arrancaba al público ruidosas ovaciones, daba motivo al actor para hacer una portentosa creación y le ganaba el mejor laurel de su carrera literaria. La musa muerta le ha dejado este recuerdo, hondamente triste en medio del triunfo que representa. ¡Pobre amigo, a quien la suerte ha herido con tanto ensañamiento! ¡Pobre peregrino, que vuelve a sentirse solo, triste, abandonado! ¡Pobre bohemio, que asiste al desbaratamiento de sus queridos ideales! ¡Pobre poeta, que mira destruirse su mejor y más sentido poema: el de su Amor!

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 27 de febrero de 1915. ↩︎