1.3. La fiebre de los deportes
- José Carlos Mariátegui
1La atención pública se encuentra fija en este instante en la gran hazaña deportiva que un audaz deportista peruano, Carlos Olavegoya y Kruger, intenta efectuar. Las dificultades innumerables que es preciso vencer para la realización de esta empresa, con la cual se habrá batido el récord mundial de altura en automóvil, la rodean de excepcional interés.
Fue el mismo señor Olavegoya quien no hace mucho llevó a cabo en su automóvil una ascensión al Cerro San Cristóbal, hazaña que adquirió natural resonancia en nuestra vida deportiva tan lánguida y pobre en sucesos de tal magnitud. Varios lo siguieron en esta prueba que después de realizada y, como siempre ocurre en estos casos, pareció sencilla y fácil. Pero todo el mérito de la ascensión corresponde, por supuesto, solo al señor Olavegoya, que fue quien demostró lo factible que era practicarla y lo escaso del riesgo, circunstancias ambas que animaron seguramente a sus imitadores.
Posteriormente, el señor Olavego ya practicó una ascensión al Morro Solar, empresa bastante más peligrosa y difícil, por lo escarpado del camino que en aquel cerro lleva a la cumbre. Y así fueron no pocas sus hazañas automovilistas que evidenciaron en él bravas condiciones de deportista hábil y atrevido.
Es que la fiebre de las más inverosímiles empresas del deporte, que por todas partes se difunde, ha llegado también hasta nosotros. Los hombres rivalizan hoy, heroicamente, en las pruebas más peligrosas y tremendas. Ora es un nadador vigoroso que atraviesa a nado el Canal de la Mancha, ora un inventor que se arroja desde la torre de Eiffel ensayando un paracaídas, ora incontables aviadores que ensayan las más fantásticas y riesgosas acrobacias y que ascienden a alturas prodigiosas enamorados del azul y del peligro. Son hazañas que tienen un poco de quijotescas y un mucho de heroicas y que, en épocas distintas, caso de haber sido posibles, habrían sido tal vez desdeñadas como inútiles y nada prácticas. Porque, evidentemente, en este momento no es muy fácil darse cuenta de lo que va a ganar la civilización y el mundo con que un océano sea atravesado a nado, con que los aeroplanos vuelen invertidos y con que los automóviles realicen el looping the loop, en dos segundos. Y, sin que haga falta distraerse en deducciones, bastará que digamos que ha habido ya quien niegue la utilidad real. de los deportes para la salud, sus efectos favorables en el desarrollo progresivo de la raza y hasta su pretendida influencia en orden a la prolongación de la vida, y quien afirme que, con o sin los ejercicios atléticos, nuestros descendientes no serán menos degenerados y débiles ni más longevos que nosotros.
Es solo que el espíritu humano se refina, como podríamos decir, y busca febrilmente sensaciones nuevas y violentas, ansioso de sentir lo más cerca que sea posible el hálito de la muerte.
Indudablemente, deben ser de una intensidad y de una sutileza inconcebibles las emociones de las pruebas a que hoy lanza a los hombres esta delirante afición a los más audaces deportes. No es posible imaginarlas. Y, probablemente será más difícil describirlas, aun a aquellos que han sentido en toda su fuerza las más fuertes sensaciones del peligro y de su angustia.
Entre nosotros, hasta ayer, eran casi del todo desconocidas estas empresas deportivas de tan grande atrevimiento. Ausentes los aviadores nacionales que bien saben la inutilidad de un esfuerzo en esta tierra, nuestra vida deportiva se reducía a los tumultuosos juegos de football, a las elegantes y delicadas partidas de lawn tennis puestas de moda en nuestro medio por extranjeros aficionados.
Poco a poco han ido naciendo aisladas aficiones al automovilismo, aficiones que no han encontrado campo propicio principalmente por la incomodidad de nuestras carreteras y avenidas. De entre estas la más definida y sincera tal vez ha sido la revelada por Carlos Olavegoya y Kruger, empeñado hoy en atravesar los Andes en su automóvil, sin temor a las múltiples dificultades que ofrece la realización de tan atrevida empresa.
Y Olavegoya cuenta en su favor con condiciones de energía y carácter bastantes para vencer todas las dificultades materiales y alcanzar la coronación de su propósito.
Si el éxito premia su valiente esfuerzo de hoy, habrá conseguido para su país un triunfo y habrá unido su nombre al de todos los que, en esta ansia que empuja a los hombres en pos de las emociones más violentas del peligro, han culminado una empresa, ciclópea algunas veces, vertiginosa y febril siempre.
Fue el mismo señor Olavegoya quien no hace mucho llevó a cabo en su automóvil una ascensión al Cerro San Cristóbal, hazaña que adquirió natural resonancia en nuestra vida deportiva tan lánguida y pobre en sucesos de tal magnitud. Varios lo siguieron en esta prueba que después de realizada y, como siempre ocurre en estos casos, pareció sencilla y fácil. Pero todo el mérito de la ascensión corresponde, por supuesto, solo al señor Olavegoya, que fue quien demostró lo factible que era practicarla y lo escaso del riesgo, circunstancias ambas que animaron seguramente a sus imitadores.
Posteriormente, el señor Olavego ya practicó una ascensión al Morro Solar, empresa bastante más peligrosa y difícil, por lo escarpado del camino que en aquel cerro lleva a la cumbre. Y así fueron no pocas sus hazañas automovilistas que evidenciaron en él bravas condiciones de deportista hábil y atrevido.
Es que la fiebre de las más inverosímiles empresas del deporte, que por todas partes se difunde, ha llegado también hasta nosotros. Los hombres rivalizan hoy, heroicamente, en las pruebas más peligrosas y tremendas. Ora es un nadador vigoroso que atraviesa a nado el Canal de la Mancha, ora un inventor que se arroja desde la torre de Eiffel ensayando un paracaídas, ora incontables aviadores que ensayan las más fantásticas y riesgosas acrobacias y que ascienden a alturas prodigiosas enamorados del azul y del peligro. Son hazañas que tienen un poco de quijotescas y un mucho de heroicas y que, en épocas distintas, caso de haber sido posibles, habrían sido tal vez desdeñadas como inútiles y nada prácticas. Porque, evidentemente, en este momento no es muy fácil darse cuenta de lo que va a ganar la civilización y el mundo con que un océano sea atravesado a nado, con que los aeroplanos vuelen invertidos y con que los automóviles realicen el looping the loop, en dos segundos. Y, sin que haga falta distraerse en deducciones, bastará que digamos que ha habido ya quien niegue la utilidad real. de los deportes para la salud, sus efectos favorables en el desarrollo progresivo de la raza y hasta su pretendida influencia en orden a la prolongación de la vida, y quien afirme que, con o sin los ejercicios atléticos, nuestros descendientes no serán menos degenerados y débiles ni más longevos que nosotros.
Es solo que el espíritu humano se refina, como podríamos decir, y busca febrilmente sensaciones nuevas y violentas, ansioso de sentir lo más cerca que sea posible el hálito de la muerte.
Indudablemente, deben ser de una intensidad y de una sutileza inconcebibles las emociones de las pruebas a que hoy lanza a los hombres esta delirante afición a los más audaces deportes. No es posible imaginarlas. Y, probablemente será más difícil describirlas, aun a aquellos que han sentido en toda su fuerza las más fuertes sensaciones del peligro y de su angustia.
Entre nosotros, hasta ayer, eran casi del todo desconocidas estas empresas deportivas de tan grande atrevimiento. Ausentes los aviadores nacionales que bien saben la inutilidad de un esfuerzo en esta tierra, nuestra vida deportiva se reducía a los tumultuosos juegos de football, a las elegantes y delicadas partidas de lawn tennis puestas de moda en nuestro medio por extranjeros aficionados.
Poco a poco han ido naciendo aisladas aficiones al automovilismo, aficiones que no han encontrado campo propicio principalmente por la incomodidad de nuestras carreteras y avenidas. De entre estas la más definida y sincera tal vez ha sido la revelada por Carlos Olavegoya y Kruger, empeñado hoy en atravesar los Andes en su automóvil, sin temor a las múltiples dificultades que ofrece la realización de tan atrevida empresa.
Y Olavegoya cuenta en su favor con condiciones de energía y carácter bastantes para vencer todas las dificultades materiales y alcanzar la coronación de su propósito.
Si el éxito premia su valiente esfuerzo de hoy, habrá conseguido para su país un triunfo y habrá unido su nombre al de todos los que, en esta ansia que empuja a los hombres en pos de las emociones más violentas del peligro, han culminado una empresa, ciclópea algunas veces, vertiginosa y febril siempre.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 12 de julio de 1914. ↩︎
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