2.11. Comentarios
- José Carlos Mariátegui
Bonafoux proscrito1
Es muy importante el cablegrama de París, que ayer publicaron los diarios y que anuncia la expulsión del territorio francés del conocido escritor Luis Bonafoux, sin mencionar las causas determinantes de esta medida radical.
La figura literaria de Bonafoux tiene un inconfundible sello personal. Es uno de aquellos literatos que, sin llegar a las alturas de lo definitivo, ni de lo genial, ni de lo trascendente, alcanza, sin embargo, en su época, una popularidad que muchos con mayores méritos envidiarían. Mientras decenas de escritores, cuyo valor intrínseco es mucho mayor que el de Luis Bonafoux, laboran ignorados para el gran público y son apenas los serenos compañeros de horas selectas para ciertas gentes cuyo buen gusto paladea sus sabrosas mieles, ese atrabiliario e insolente literato puertorriqueño domina a los públicos y se apodera de ellos con el látigo de su crítica mordaz, injusta muchas veces, fogosa siempre, talentosa invariablemente, y recibida con el indiscutible placer con que la bestia humana satisface sus instintos de crueldad.
Poco o nada, en cierto orden de ideas, ha escapado y en buena parte de América y de Europa a algún ataque de Bonafoux. Él ha clavado las garras de su crítica sobre todos los prestigios que han cruzado su mirada y sobre las cosas que no se adaptaban a su manera de enfocarlas. Con Fray Candil y con Souza Reylly, pudieran formar, a pesar de sus diferencias específicas, una satánica trilogía, ante la cual los públicos satisfechos en su gula de reputaciones y de ideas destrozadas, se inclinarían pletóricos y aclamadores.
Y es curioso que la Francia de todas las libertades, la Francia única en su inmutable devoción a la idea, la Francia liberal, expulse a un escritor extranjero por un delito de opinión. Bonafoux debe haber inquietado a las masas con una propaganda peligrosa para el sentimiento público, debe haber llevado a muchos espíritus sin firmeza, el virus de la renegación y a muchas almas débiles la semilla de la desconfianza. Se habrá enseñoreado como siempre del gran público y habrá pontificado brutalmente contra supremos intereses nacionales que podrán ser equívocos o engañosos, pero que son siempre supremos intereses nacionales.
Y vamos a oírlo seguramente. Su pluma rebosará rudeza y aplicará el cáustico de sus pasiones en esta nueva y mundial oportunidad que se le brinda de hacerse oír ávidamente por la galería. Se va a correr el telón. Tras de él espera el gran trágico para hacer convulsivamente su papel que, aun cuando pueda ser efectivamente sentido, es en todo caso teatral.
La figura literaria de Bonafoux tiene un inconfundible sello personal. Es uno de aquellos literatos que, sin llegar a las alturas de lo definitivo, ni de lo genial, ni de lo trascendente, alcanza, sin embargo, en su época, una popularidad que muchos con mayores méritos envidiarían. Mientras decenas de escritores, cuyo valor intrínseco es mucho mayor que el de Luis Bonafoux, laboran ignorados para el gran público y son apenas los serenos compañeros de horas selectas para ciertas gentes cuyo buen gusto paladea sus sabrosas mieles, ese atrabiliario e insolente literato puertorriqueño domina a los públicos y se apodera de ellos con el látigo de su crítica mordaz, injusta muchas veces, fogosa siempre, talentosa invariablemente, y recibida con el indiscutible placer con que la bestia humana satisface sus instintos de crueldad.
Poco o nada, en cierto orden de ideas, ha escapado y en buena parte de América y de Europa a algún ataque de Bonafoux. Él ha clavado las garras de su crítica sobre todos los prestigios que han cruzado su mirada y sobre las cosas que no se adaptaban a su manera de enfocarlas. Con Fray Candil y con Souza Reylly, pudieran formar, a pesar de sus diferencias específicas, una satánica trilogía, ante la cual los públicos satisfechos en su gula de reputaciones y de ideas destrozadas, se inclinarían pletóricos y aclamadores.
Y es curioso que la Francia de todas las libertades, la Francia única en su inmutable devoción a la idea, la Francia liberal, expulse a un escritor extranjero por un delito de opinión. Bonafoux debe haber inquietado a las masas con una propaganda peligrosa para el sentimiento público, debe haber llevado a muchos espíritus sin firmeza, el virus de la renegación y a muchas almas débiles la semilla de la desconfianza. Se habrá enseñoreado como siempre del gran público y habrá pontificado brutalmente contra supremos intereses nacionales que podrán ser equívocos o engañosos, pero que son siempre supremos intereses nacionales.
Y vamos a oírlo seguramente. Su pluma rebosará rudeza y aplicará el cáustico de sus pasiones en esta nueva y mundial oportunidad que se le brinda de hacerse oír ávidamente por la galería. Se va a correr el telón. Tras de él espera el gran trágico para hacer convulsivamente su papel que, aun cuando pueda ser efectivamente sentido, es en todo caso teatral.
Referencias
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Publicado en La Prensa, Lima, 10 de julio de 1915. ↩︎