2.10.. A la vera del camino

  • José Carlos Mariátegui

Los santimbanquis1
 

                           Huanta, julio 30. La municipalidad, si bien es acreedora al aplauso público por los                            estímulos que hace para incrementar las industrias locales, también merece censura, por                            consentir frecuentes corridas de toros y exhibiciones de saltimbanquis; diversiones que                            hablan desfavorablemente de la cultura de la provincia y que parecían ya definitivamente                            proscritas.

         Ha sonado la hora final de los saltimbanquis. Y no suena, así como así, de cualquier modo y en un gran centro donde nadie perciba el tañido de la campana sepultural. Esta vez el reloj del tiempo es el buen reloj tric traquero de la torre de la iglesia de Huanta. Los huantinos esperan impacientes que la cultura de su Municipio la impela a expulsar a las artistas parias. Y casi están tentados de pedirle al señor alcalde que adelante las agujas del reloj.
         Y como no quieren ser injustos los huantinos; como no quieren ir en boca de los payasos en desgracia con título de enemigos de los saltimbanquis, no solo la emprenden contra ellos, sino que se van de un solo envío contra las corridas de toros. Estamos por creer que Noel, el antitaurófilo apasionado de España, ha mandado unas cuantas circulares de propaganda hasta Huanta. Pero no, no es posible; aquello de la campaña contra los toros es ya gastado. Gastado en los grandes centros. De modo que aun cuando los huantinos lo disimulen, su odiosidad es solo contra los saltimbanquis. Y, como son gente brava, los huantinos expulsan a los artistas hambrientos, de las piruetas y del trapecio.
         Aprendamos en Lima. Hasta hace poco se exhibían en las calles más céntricas de la ciudad un oso, un pandero y un hombre. La gente se arremolinaba y el oso cantaba, y el pandero tañía y el hombre ganaba. Nadie se escandalizó. Y era en Lima. Somos unos incultos. ¿Para qué habrá venido aquí María Guerrero? ¿Para qué irá a venir Caruso? No es este su medio. Aquí recibiremos siempre con los brazos abiertos a los saltimbanquis expulsados de Huanta.
         En Huanta hay un convento que recuerda aquellos monasterios de monjes guerreros y bravíos, legendarios en la tradición y en la historia. Esos monjes son árbitros de vidas y haciendas, al decir de las crónicas, en la provincia. Ya los concebimos con el cilicio justiciero en la diestra, a la cabeza de los huantinos indignados, expulsando del templo —es decir de Huanta, en este caso— a los fariseos.
         Ya vemos a los nuevos rabís de la serrana Galilea de estas tierras, impidiendo la profanación hecha por las piruetas y por los cantos de los pobres vagabundos. Y no sabemos por qué nos viene a la imaginación la idea de una pícara transformación de la escena, si de pronto rasgara la escena la marcha espléndida y sonora de I Saltimbanchi y frailes y huantinos sintieran correr por las venas una inquieta sangre pecadora.

 
J. C.


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 2 de julio de 1915. ↩︎