1.8. Un vaticinador de desgracias

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Poco tiempo hace, nos hizo saber el cable, queen Chile, un profesional reputado, con especiales conocimientos en Astronomía, apellidado Cooper, había anunciado que a fines del presente mes ocurriría un espantoso terremoto en Valparaíso.
         La reputación de que goza Cooper y la certeza acerca de lo que sostenía y expresaba en su vaticinio hizo que este produjera inmensa alarma en las gentes sencillas. La profecía fue conocida a poco por todos los pobladores de Valparaíso y lugares circunvecinos, y no fueron escasos los que pensaron en la necesidad de rogativas, para conjurar el peligro que los amenazaba. Hubo, también quienes, por tener el alma limpia de pecados para cuando llegara la vaticinada catástrofe, resolvieron donar sus bienes entre los indigentes y comenzaron a hacerlo con gran regocijo de los favorecidos por la donación, que bendecían al milagroso astrónomo. Los creyentes se dieron a la penitencia, esperando consternados la catástrofe que había de arrebatarlos, probablemente, a la vida.
         Contribuyó a que la predicción de Cooper causara gran espanto, el hecho de que antes del terremoto que asoló Valparaíso hace varios años, hiciera igual pronóstico. La alarma estaba, pues, justificada por este antecedente.
         Natural y lógicamente, las personas entendidas en materia científica trataron de hacer comprender a Cooper lo infundado de su vaticinio. No había motivo alguno para esperar que ocurriera un fenómeno sísmico. Y agotaban los razonamientos, llenando las columnas de los diarios.
         Pero el astrónomo en cuestión se manifestaba empeñado en sostener su aterrorizador pronóstico, y, solemnemente, seguía anunciando un terremoto, un espantoso terremoto, que destruiría Valparaíso y enterraría a sus pobladores bajo los escombros de las construcciones.
         Entonces, se dieron cuenta todos de que no se trataba de un hombre de ciencia equivocado, sino de un loco, de un obcecado, de un sujeto que estaba llevando el terror con sus predicciones siniestras a todos los habitantes del puerto y de las poblaciones cercanas. Y sobre el vaticinador, que lanzaba a todos los vientos un pronóstico absurdo, destinado únicamente a causar temor en los sencillos y en los ignorantes, fueron los ataques de los profesionales de Chile y de muchos de la Argentina.
         El pobre vaticinador está abrumado con los ataques de que se le hace objeto. Pero, con la inconsciencia de un desequilibrado, sostiene su predicción, tenazmente. ¡Pobre sabio! Le imaginamos perdido entre un maremágnum de volúmenes inmensos, enflaquecido y con el semblante cadavérico, extraviado y centelleante el mirar, poseído de la fiebre de las investigaciones científicas. Y enloquecido, perdida la razón en los estudios, en la sed de conocer lo desconocido, de suponer próxima una catástrofe, de pensar que está en el deber de anunciarla, y con todo el calor de un apóstol, con todo el convencimiento de un profeta, abandonar el gabinete en que consume su existencia, y salir a predecir un terremoto, una convulsión terrestre horrorosa que hundiría en la ruina al puerto y haría perecer de espanto a los pobladores. Y en su locura, recorrer las calles, hablar a las muchedumbres, alarmándolas intensamente con lo espantoso de su vaticinio. Porque estamos convencidos, porque tenemos la arraigada persuasión de que nunca tras de uno de estos profetizadores de catástrofes, se esconde un pillo, un bribón dispuesto a burlarse de los incautos, sino siempre alucinados sujetos, en cuyo cerebro la agitación tempestuosa de las investigaciones científicas ha apagado la luz de la razón, que, al hablarles, sugestionan a las gentes sencillas y buenas, que saben del goce inefable de orar devotamente y de hacer penitencia.


J.C.M


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 14 de setiembre de 1912. ↩︎