1.1. Crónicas Madrileñas
- José Carlos Mariátegui
La popularidad de Lerroux. El mitin de Jai Alai. Un poeta festivo. Madrid, enero de 1911.1
Señores redactores:
De tanto hay que hablar, en esta alegre y bella capital de España, que mis crónicas se limitarán a tratar de todo aquello más interesante y seductor.
En mis correspondencias no hallarán, pues, cabida, aquellos asuntos dignos de ser tratados por un criterio imperturbable y maduro, ni encontrarán en ellas tampoco los lectores de La Prensa, disertaciones sesudas, serias investigaciones de carácter científico, ni intrincamientos psicológicos que no son para tratarlos por esta pluma pecadora.
En cambio, hablaré de las cosas del día con un criterio ligero, sin detenerme en reflexiones de sabihondo y sin pedanterías ni remilgos de estilo pedestre y aliñado, contaré lo más importante que ocurre en España y en esta su metrópoli, la coronada villa del oso y del madroño.
En Jai Alai Valencia, se verificó el primero del presente un mitin organizado por los radicales, en el que hubo mucha gente, mucha bulla y mucha ociosa palabrería. Asistieron a dicho mitin, entre otros prominentes y conspicuos radicales, los señores Azzati, Iglesias (don Emiliano) y el estupendo señor Lerroux.
Hablando en verdad, y sin pizca de intención de ofender al talentoso Lerroux, este político español ha tenido y tiene, quizás más que ninguno de sus colegas, el poder mágico de atraer irresistiblemente las multitudes. Ni Sol y Ortega, el famoso republicano, ni Melquiades Álvarez, el orador eminente y talentoso, han podido hacerse de la popularidad de Lerroux, a quien todos conocen y de quien todos hablan. Es que Lerroux es el prototipo del orador sensacional, el de las palabras sonoras y convincentes y el del gesto persuasivo: habla al pueblo ávido de aplaudir, que lo comprende y enloquece vitoreándolo.
Un escritor famoso decía: el libro que todos leen huele a plebe, y si parodiamos este proverbio elocuente diremos: el hombre que todos conocen y aplauden huele a plebe. Porque así es la idiosincrasia de la muchedumbre, y los que estudian con detención su particular psicología y la explicitan con inteligencia en su provecho: esos son los endiosados, los fetiches predilectos de las masas, que no comprenderían quizás a talentos superiores irreprochables.
Pero veo que me aparto de mi tema y que nada aún he dicho del mitin de Jai Alai. Es justo decir que la concurrencia fue inmensa, y que no faltaron bastantes mujeres, lo que prueba el progreso del feminismo en España.
Los discursos que se pronunciaron fueron encaminados en su mayoría a atacar a los grandes y eminentes republicanos, Azcárate y Pablo Iglesias, y a los solidarios, de lo que se deduce que estos íntegros señores radicales, no quieren amalgamarse con el gran número de republicanos, que por ser estos moderados difieren de ellos en que no están tocando sin descanso el clarín de guerra. Los radicales quieren precipitar los acontecimientos mientras que sus colegas republicanos trabajan activamente —y ya en gran parte lo han conseguido— por hacer evolucionar el espíritu nacional. Quien como Pablo Iglesias ha dedicado y dedica, hoy como ayer, su talento y aptitudes luchando por la causa republicana, no merece pues el calificativo infame de traidor, con que se le obsequia Y este odio tan gratuito de los radicales hacia los republicanos conscientes, como Iglesias, proviene sin duda, entre otras causas y pretextos nimios, del espíritu absorbente de los satélites del radicalismo, que ansiosos de gloria y popularidad quieren para ellos el orgullo de ser los fundadores de la república de España.
Ellos quieren ser los que aprovechen los frutos de la planta republicana, cuyas simientes echaron con tanto trabajo y tan incansable lucha aquellos valientes paladines que se llamaron Pí y Margall y Joaquín Costa, y que son hoy Pablo Iglesias, Azcárate y el mismo Lerroux que hoy provoca la disidencia.
Entre otros discursos pronunciados mencionaré solo aquellos que más merecen citarse.
El señor Azzati, tribuno fogoso, pronunció un discurso que terminó diciendo entre otras cosas “que Lerroux es como un gigante de la fábula griega al que cuanto más se trataba de hundir más se elevaba su estatura”.
El joven y elocuente orador Emiliano Iglesias dijo durante su peroración que la Bastilla no la tomarían los libros, sino las picas de los ciudadanos.
Para terminar, Lerroux, en medio de la expectación general, pronunció un discurso lleno de conceptos brillantes y de frases asombrosas. Y la multitud le escuchaba embebida, recogiendo de sus labios las frases sonoras y elocuentes. Recordó Lerroux el nacimiento del radicalismo en España, hizo historia de todas las vicisitudes sufridas por los que patrocinaban su causa, manifiestos en que los solidarios quedaban aislados de la opinión. “No quieren enterarse —dijo— que ya les llegó la hora del relevo como a los generales cuando cumplen su edad y quieren permanecer en sus destinos”. (¡Olé!) y terminó diciendo entre otras cosas: “El primer combate se trabará el día que Maura y La Cierva sean llamados al poder. Ese día me veo fusilado”.
La ovación que siguió a este discurso no es para ser descrita. Todos enronquecían, vivando a Lerroux y al Partido Radical.
Por la noche del día en que se verificó el mitin se dio un banquete en Miramar, en honor de Lerroux y —claro está— sobraron los brindis… y las libaciones de champagne.
Juan Pérez Zúñiga es un poeta festivo español, que todos los días nos prodiga las radiosidades de su numen selecto. Escribe sus versos graciosos y sutiles, impregnados de un decir burlesco y de un salero netamente madrileño. Porque mientras los hermanos Álvarez Quintero, poetas andaluces hartos de gloria y de prestigio, nos hablan solo del castillo solariego, del cortijo rústico y amable, del baturro decidor y de la aldeana robusta y guapota, Pérez Zúñiga se burla a más no poder del pollo futre y vanidoso, del señor de banca grueso y agitado y de las porteras madrileñas, nuevas madamas Pipelet, parleras y regañonas. A todos nos hace reír este sátiro burlesco, que solo vive para mofarse de cosas serias.
¿Quién no recuerda de sus “viajes morrocotudos”, esa obra impregnada de su risa loca y estrepitosa? Nadie. Todos nos sabemos de memoria aquellos pasajes chistosísimos, en que Pérez Zúñiga y su amigo Xaudaró ruedan por este pícaro mundo en busca del “trifinus melancólicus”, como en otros tiempos el hidalgo manchego, amador de Dulcinea, vagaba, acompañado de su locuaz escudero, por cortijos y serranías, en busca de aventuras con gigantes y encantadores quiméricos.
Y tiene Pérez Zúñiga otra particularidad: él no se ha pegado a ninguna escuela literaria; su literatura lleva el sello de su originalidad característica. Y es que Pérez Zúñiga, solo sabe hablarnos en su lenguaje vulgarizado, suyo y muy suyo, despreciando los refinamientos del habla castellana y los acicalamientos del estilista que él no usa en sus fáciles composiciones. Y no me pidáis nada serio, porque este sátiro de patas de chivo y cara peluda solo sabe reírse, reírse siempre con su risa alocada y sarcástica.
De tanto hay que hablar, en esta alegre y bella capital de España, que mis crónicas se limitarán a tratar de todo aquello más interesante y seductor.
En mis correspondencias no hallarán, pues, cabida, aquellos asuntos dignos de ser tratados por un criterio imperturbable y maduro, ni encontrarán en ellas tampoco los lectores de La Prensa, disertaciones sesudas, serias investigaciones de carácter científico, ni intrincamientos psicológicos que no son para tratarlos por esta pluma pecadora.
En cambio, hablaré de las cosas del día con un criterio ligero, sin detenerme en reflexiones de sabihondo y sin pedanterías ni remilgos de estilo pedestre y aliñado, contaré lo más importante que ocurre en España y en esta su metrópoli, la coronada villa del oso y del madroño.
En Jai Alai Valencia, se verificó el primero del presente un mitin organizado por los radicales, en el que hubo mucha gente, mucha bulla y mucha ociosa palabrería. Asistieron a dicho mitin, entre otros prominentes y conspicuos radicales, los señores Azzati, Iglesias (don Emiliano) y el estupendo señor Lerroux.
Hablando en verdad, y sin pizca de intención de ofender al talentoso Lerroux, este político español ha tenido y tiene, quizás más que ninguno de sus colegas, el poder mágico de atraer irresistiblemente las multitudes. Ni Sol y Ortega, el famoso republicano, ni Melquiades Álvarez, el orador eminente y talentoso, han podido hacerse de la popularidad de Lerroux, a quien todos conocen y de quien todos hablan. Es que Lerroux es el prototipo del orador sensacional, el de las palabras sonoras y convincentes y el del gesto persuasivo: habla al pueblo ávido de aplaudir, que lo comprende y enloquece vitoreándolo.
Un escritor famoso decía: el libro que todos leen huele a plebe, y si parodiamos este proverbio elocuente diremos: el hombre que todos conocen y aplauden huele a plebe. Porque así es la idiosincrasia de la muchedumbre, y los que estudian con detención su particular psicología y la explicitan con inteligencia en su provecho: esos son los endiosados, los fetiches predilectos de las masas, que no comprenderían quizás a talentos superiores irreprochables.
Pero veo que me aparto de mi tema y que nada aún he dicho del mitin de Jai Alai. Es justo decir que la concurrencia fue inmensa, y que no faltaron bastantes mujeres, lo que prueba el progreso del feminismo en España.
Los discursos que se pronunciaron fueron encaminados en su mayoría a atacar a los grandes y eminentes republicanos, Azcárate y Pablo Iglesias, y a los solidarios, de lo que se deduce que estos íntegros señores radicales, no quieren amalgamarse con el gran número de republicanos, que por ser estos moderados difieren de ellos en que no están tocando sin descanso el clarín de guerra. Los radicales quieren precipitar los acontecimientos mientras que sus colegas republicanos trabajan activamente —y ya en gran parte lo han conseguido— por hacer evolucionar el espíritu nacional. Quien como Pablo Iglesias ha dedicado y dedica, hoy como ayer, su talento y aptitudes luchando por la causa republicana, no merece pues el calificativo infame de traidor, con que se le obsequia Y este odio tan gratuito de los radicales hacia los republicanos conscientes, como Iglesias, proviene sin duda, entre otras causas y pretextos nimios, del espíritu absorbente de los satélites del radicalismo, que ansiosos de gloria y popularidad quieren para ellos el orgullo de ser los fundadores de la república de España.
Ellos quieren ser los que aprovechen los frutos de la planta republicana, cuyas simientes echaron con tanto trabajo y tan incansable lucha aquellos valientes paladines que se llamaron Pí y Margall y Joaquín Costa, y que son hoy Pablo Iglesias, Azcárate y el mismo Lerroux que hoy provoca la disidencia.
Entre otros discursos pronunciados mencionaré solo aquellos que más merecen citarse.
El señor Azzati, tribuno fogoso, pronunció un discurso que terminó diciendo entre otras cosas “que Lerroux es como un gigante de la fábula griega al que cuanto más se trataba de hundir más se elevaba su estatura”.
El joven y elocuente orador Emiliano Iglesias dijo durante su peroración que la Bastilla no la tomarían los libros, sino las picas de los ciudadanos.
Para terminar, Lerroux, en medio de la expectación general, pronunció un discurso lleno de conceptos brillantes y de frases asombrosas. Y la multitud le escuchaba embebida, recogiendo de sus labios las frases sonoras y elocuentes. Recordó Lerroux el nacimiento del radicalismo en España, hizo historia de todas las vicisitudes sufridas por los que patrocinaban su causa, manifiestos en que los solidarios quedaban aislados de la opinión. “No quieren enterarse —dijo— que ya les llegó la hora del relevo como a los generales cuando cumplen su edad y quieren permanecer en sus destinos”. (¡Olé!) y terminó diciendo entre otras cosas: “El primer combate se trabará el día que Maura y La Cierva sean llamados al poder. Ese día me veo fusilado”.
La ovación que siguió a este discurso no es para ser descrita. Todos enronquecían, vivando a Lerroux y al Partido Radical.
Por la noche del día en que se verificó el mitin se dio un banquete en Miramar, en honor de Lerroux y —claro está— sobraron los brindis… y las libaciones de champagne.
Juan Pérez Zúñiga es un poeta festivo español, que todos los días nos prodiga las radiosidades de su numen selecto. Escribe sus versos graciosos y sutiles, impregnados de un decir burlesco y de un salero netamente madrileño. Porque mientras los hermanos Álvarez Quintero, poetas andaluces hartos de gloria y de prestigio, nos hablan solo del castillo solariego, del cortijo rústico y amable, del baturro decidor y de la aldeana robusta y guapota, Pérez Zúñiga se burla a más no poder del pollo futre y vanidoso, del señor de banca grueso y agitado y de las porteras madrileñas, nuevas madamas Pipelet, parleras y regañonas. A todos nos hace reír este sátiro burlesco, que solo vive para mofarse de cosas serias.
¿Quién no recuerda de sus “viajes morrocotudos”, esa obra impregnada de su risa loca y estrepitosa? Nadie. Todos nos sabemos de memoria aquellos pasajes chistosísimos, en que Pérez Zúñiga y su amigo Xaudaró ruedan por este pícaro mundo en busca del “trifinus melancólicus”, como en otros tiempos el hidalgo manchego, amador de Dulcinea, vagaba, acompañado de su locuaz escudero, por cortijos y serranías, en busca de aventuras con gigantes y encantadores quiméricos.
Y tiene Pérez Zúñiga otra particularidad: él no se ha pegado a ninguna escuela literaria; su literatura lleva el sello de su originalidad característica. Y es que Pérez Zúñiga, solo sabe hablarnos en su lenguaje vulgarizado, suyo y muy suyo, despreciando los refinamientos del habla castellana y los acicalamientos del estilista que él no usa en sus fáciles composiciones. Y no me pidáis nada serio, porque este sátiro de patas de chivo y cara peluda solo sabe reírse, reírse siempre con su risa alocada y sarcástica.
Juan Croniqueur
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 24 de febrero de 1911. Y en Invitación a la vida heroica - Antología, Lima, 1989, pp. 31-34. ↩︎
| palabras