7.3. Una nota sorpresiva

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Balta nos ha hecho pegar un salto.
Nos habían dicho al oído que el señor Balta y el señor Miró Quesada se proponían citar a sus Cámaras a juntas preparatorias. Mas, por supuesto, no lo habíamos tomado en serio. Teníamos la seguridad de que el Congreso estaba muerto. No le faltaba sino un epitafio. Un epitafio, por ejemplo, del señor Criado y Tejada, que no sabemos por qué recónditas razones nos parece un orador orgánicamente elegiaco.
         Pero el señor Balta nos ha desconcertado.
         El señor Balta, puesta una mano sobre la Constitución y sobre los Evangelios, les ha preguntado a los vocales de la Suprema:
         —¿Por qué han suspendido ustedes la revisión de los procesos electorales?
         Y con el ademán les ha añadido:
         —Supongo que habrá sido primero por el aniversario americano. Y después por las bullas del cambio de gobierno. Y más tarde por el domingo de carreras. Y finalmente por la libertad de Barba y Gutarra.
         Los vocales de la Suprema se han mirado entre sí. Se han sonreído con toda la boca. Se han pasado la mano por la cabeza calva. Y le han guiñado el ojo al señor Balta.
         Mas el señor Balta ha seguido impertérrito.
         —¡No, señores! ¡Nada de perezas! ¡Nada de olvidos! ¡El lunes tienen que inaugurarse las juntas preparatorias! ¡El 27 tiene que elegirse las mesas! ¡Y el 28 tiene que instalarse el congreso! ¡Con convocatoria o sin ella, como dice la Constitución!
         Los vocales de la Suprema se han mirado otra vez. Se han mirado perplejos. Y por toda respuesta al señor Balta han estirado displicentemente un brazo señalando al Palacio de Gobierno.
         El señor Balta, sin embargo, ha mantenido su afirmación:
         —¡El 28 de julio tiene que instalarse el Congreso!
         Y ha declarado luego privadamente:
         —Mientras no haya una nueva Constitución, aceptada por el país, rige la Constitución antigua. Y mientras rija la Constitución antigua, las cámaras tienen que reunirse en juntas preparatorias el 13 de julio y tienen que reunirse en sesión solemne el 28 de julio. Yo, como presidente de la Cámara de Diputados, no sé sino esto. No sé nada más.
         Las gentes han comentado entusiastas:
         —¡Balta “se arrima”!
         Ni más ni menos que si el señor Balta hubiera iniciado una emocionante faena de muleta. Ni más ni menos que si su nota al presidente de la Suprema hubiera sido un pase natural. Ni más ni menos que si el toro hubiera pasado rozándole la chaquetilla.
         Y los leguiístas se han alborotado:
         —¡Pero si lo estamos diciendo a cada rato! ¡Esos decretos de la convocatoria a Congreso y de la reforma de la Constitución no deben demorar más! ¡En la demora está el peligro! ¡Pero si lo estamos diciendo a cada rato!
         Y han exclamado luego:
         —¡Ese Cornejo!
         Así hemos pasado la noche.
         Y así hemos amanecido, sin los decretos todavía. Sin los decretos otra vez. Y con el señor Balta sentado en la presidencia de la Cámara de Diputados, esperando muy serio la respuesta del señor Anselmo Barreto.
         Que se ha puesto más serio aún que el señor Balta.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 53, Lima, 10 de julio de 1919. ↩︎