6.6. Ni una palabra

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los políticos le tienen miedo al conflicto entre los trabajadores y el Estado. No acontece en este país lo que acontece en otros países. Los estadistas, en otros países, sirven para dirigir la conciencia pública. En este país no sirven para eso. Frecuentemente, los estadistas peruanos, en vez de contribuir a la orientación de la conciencia pública, contribuyen a su desorientación. Frente a un problema grave y complicado, no es su empeño estudiarlo. Su empeño es no opinar sobre él.
         Aquí no son los políticos los que forman los estados de opinión ni los estados de ánimo de la república. Son los estados de opinión y los estados de ánimo de la república los que determinan los actos y los pensamientos de los políticos. Nuestros políticos nunca encuentran sensato, por esto, contrariar un error colectivo. Están siempre dispuestos a acomodar su criterio dentro del criterio de la mayoría.
         Ahora, siguiendo su costumbre, los políticos callan. No hablan sino los políticos comisionados por los trabajadores para gestionar algunas medidas gubernamentales: el señor Bernales y el señor Miró Quesada. No habla nadie más. Explicable es que no hablen los políticos que no intervienen activamente en la lucha presente. Explicable es que no hablen los políticos que por tradición no hablan jamás. Aquellos tienen la excusa circunstancial de que no desean que se les atribuya el propósito de atraer sobre ellos la atención pública. Estos tienen la excusa permanente de la naturaleza decorativa de su rol. Pero es el caso que tampoco habla el señor Leguía que, según sus propagandistas, es el caudillo de un movimiento reformador. Y que, según su prensa, es el presidente electo de la República.
         Se agitan las clases populares, se organiza el comité Pro-Abaratamiento, se efectúa un mitin en la Alameda de los Descalzos, se pide al gobierno que tome tales y cuales medidas contra la carestía, se amenaza con el paro general. La gente comienza a decir que se trata de los primeros síntomas de un gran conflicto. Los periódicos recogen uno que otro eco de la hiperestesia de Gutarra.
         Y el señor Leguía ni una palabra.
         Las mujeres de los talleres, de las fábricas y de los campos, se adhieren a las peticiones de los obreros. La policía sablea y hiere a algunas. El proletariado en masa protesta contra la sableadura. A los gritos contra el hambre se unen los gritos contra el abuso.
         Y del señor Leguía ni una palabra.
         La aprehensión de los agitadores causa, precipitadamente, el paro general. Sobrevienen los desmanes de una parte del pueblo. Sobrevienen los tiros. Sobrevienen las pedradas. Sobreviene la represión. Sobreviene la ley marcial. El gobierno exagera las proporciones del conflicto. Se organiza la guardia urbana para disolverla al día siguiente. Un diario y un hebdomadario leguiístas son clausurados por la policía. Espíritus aprensivos descubren en la huelga un tétrico tinte maximalista. La alarma y la inquietud cunden en la ciudad.
         Y el señor Leguía ni una palabra.
         Y, luego, cesan las huelgas. Vuelven los obreros a sus fábricas. Suenan aplausos sinceros al ejército. Pero, naturalmente, no hay quien no se preocupe de los problemas de la carestía. El señor Miró Quesada y el señor Bernales elaboran en comandita proyectos y más proyectos. El señor Pardo que nos manda se pasa una mañana entera estudiando los proyectos y las iniciativas del señor Miró Quesada y del señor Bernales. La prensa consagra sus columnas principales a la cuestión palpitante.
         Y del señor Leguía ni una palabra.
         Pero, eso sí, el señor Leguía continúa aspirando a la Presidencia de la República. Continúa espantándose de la incapacidad del señor Pardo. Continúa hablando de la necesidad de nuevos métodos, de nuevas ideas, de nuevos hombres.
         Y sus amigos lo llaman presidente electo de la República.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 20, Lima, 6 de junio de 1919.
    Y en la revista Buelna, Nº 4-5, pp. 46, México, 1 de marzo de 1980. ↩︎