6.5. Los delegados del pueblo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Cargados de iniciativas, proyectos, esperanzas y papeles, entran al Palacio de Gobierno dos senadores conspicuos: el señor Bernales y el señor Miró Quesada. El comité pro—abaratamiento ha puesto en sus manos la defensa de las garantías personales de sus miembros y de las conclusiones de su memorial sobre las subsistencias. Y uno y otro sienten la grata responsabilidad de ser delegados del pueblo.
         Este papel de delegado del pueblo es, por supuesto, muy del gusto del señor Bernales. El señor Bernales no solo quiere que los obreros miren en él a un grande y buen amigo. Quiere que miren en él a un obrero. El señor Bernales, lo mismo que el señor Irigoyen, sostiene que no es un burgués. Que es un proletario. Que es un empleado. Un alto empleado de la Compañía Recaudadora de Impuestos.
         Su automóvil, su elegancia y sus escarpines no le impiden amar el socialismo. Antes bien, parece que lo impelen hacia el socialismo. Por lo menos, el señor Bernales se olvida de su automóvil, de su elegancia y de sus escarpines cuando se habla de socialismo en su presencia.
         El señor Miró Quesada no participa mucho del entusiasmo del señor Bernales. Su posición de civilista lo aleja de los optimismos populares. Tiene un espíritu un poco frío y escéptico. Sin embargo, su cultura de hombre moderno crea en él la más viva adhesión intelectual a las doctrinas dominantes. Y, sobre todo, el señor Miró Quesada posee una cualidad valiosa para servir con eficacia a las clases trabajadoras: su sagacidad elocuente y persuasiva.
         El señor Miró Quesada y el señor Bernales se hallan, pues, en aptitud de ser dos buenos mediadores o embajadores de las clases trabajadoras. Su deseo de satisfacer a los obreros no puede ser puesto en duda. No solo influyen en el señor Miró Quesada y en el señor Bernales sus naturales simpatías por la causa del proletariado. Influye además su condición de políticos. Y de políticos cuyos nombres suenan como nombres de aspirantes a la Presidencia de la República.
         Es lógico, por consiguiente, que viéndolos conferenciar a diario con el presidente de la República, se encienda una llama de ilusión en el ánimo de la ciudad. Que se renueven el debate y la polémica sobre el problema de las subsistencias. Y hasta que el señor Pardo que nos manda, con todos sus énfasis y toda su arrogancia orgánica, declare que su mayor aspiración es abaratar la alimentación del pueblo.
         Pero, a pesar de todo, nosotros somos obstinadamente pesimistas. No sabemos por qué todos estos afanes se nos antojan estériles. Creemos en la bondad de las intenciones de los señores Miró Quesada y Bernales; pero no creemos más. No creemos en la cooperación sincera y comprensiva del señor Pardo. No creemos en la persistencia de la actividad burocrática. Y, en general, no creemos en la eficacia del esfuerzo. No creemos en nada. La vida nacional nos ha vuelto absolutamente incrédulos.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 19, Lima, 5 de junio de 1919. ↩︎