6.4. Tren de Ancón

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La fantasía metropolitana suponía al señor don Isaías de Piérola en plena aventura revolucionaria. Para la fantasía metropolitana el señor de Piérola no estaba en Ancón. No estaba, como se creía, solazándose a la orilla del mar. El señor de Piérola estaba en el Cerro de Pasco. Estaba en Huánuco. O estaba en Huacho. Y no estaba solo. Estaba acompañado de una montonera.
         Los periodistas, pobres gentes perseguidas sin piedad y con saña por la curiosidad pública, éramos terriblemente interpelados en las calles:
         —¿Por qué no dicen ustedes dónde está don Isaías de Piérola?
Nosotros respondíamos sorprendidos:
         —Porque ya lo hemos dicho.
         Y entonces nos replicaban:
         —¡Es que don Isaías de Piérola no está en Ancón! ¡Don Isaías de Piérola está en la sierra!
         No había quien convenciera al público de que se engañaba. De que el señor de Piérola no había abandonado la arenosa y apacible playa de Ancón. De que se pasaba los días paseando y durmiendo plácidamente. De que no lo acompañaba ninguna montonera. De que únicamente lo acompañaba su grande y buen amigo míster Beader, varón de reposado discernimiento, de ponderado espíritu y de británica voluntad.
         La ciudad entera movía incrédulamente la cabeza.
         Y tanta intensidad adquirió el raro rumor que hasta Ancón llegaron sus ecos.
         El señor de Piérola vino, por eso, a Lima ayer. Quiso que la ciudad se convenciese de que no era exacto que estuviese metido en una andanza emocionante. Quiso estrechar la mano de sus amigos, partidarios y contertulios. Quiso informarse detalladamente de todo lo que había acaecido en la ciudad y en el mundo durante su ausencia.
         —¿Se queda usted? —le preguntaban los amigos.
         Y él respondía que no.
—Me vuelvo hoy a Ancón. No he venido sino para tener el gusto de verlos.
         Y se sonreía con travesura.
         A las seis de la tarde, efectivamente, tomaba otra vez el tren. Ancón lo reclamaba. Su necesidad de descanso no se hallaba satisfecha todavía. Aún había menester de un poco más de mar, de brisa, de holganza y de vacaciones. Doce días de temporada eran insuficientes.
         La noticia de su venida se propagó rápidamente. Muchas personas acudieron al teléfono para verificarla. Otras personas se encaminaron a la calle de Minería para asegurarse con sus propios ojos de su exactitud.
         Y, en la noche, cuando nosotros dijimos en un grupo de gentes tan murmuradoras e imaginativas como todas:
         —Hoy ha estado en Lima don Isaías de Piérola.
         Sonó una exclamación unánime:
         —¡Y había quienes afirmaban que estaba en el Cerro de Pasco! ¡Algo absurdo! ¡Quién iba a darle crédito! Quién iba a imaginarlo siquiera.
         ¿No es cierto, señores periodistas?
         Y nosotros asentimos mansamente:
         —Es cierto. ¡Quién iba a darle crédito!


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 18, Lima, 4 de junio de 1919. ↩︎