6.16. El hombre del día

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El personaje más eminente de la actualidad criolla es el señor Pizarro. Ese señor Pizarro, gordo, montañés y taimado que comparte con el metropolitano señor Gazzani la representación del departamento de Amazonas en la Cámara de Senadores. Ese señor Pizarro dueño de las gracias, favores y mercedes del señor Pardo durante dos legislaturas ordinarias y varias extraordinarias. Ese señor Pizarro a quien sujetaba el gobierno en la ciudad para que no entrase en el parlamento el señor don Miguel Grau. Ese señor Pizarro tan vituperado por la oposición y por la barra en las grandes tardes parlamentarias en que todos hubiéramos querido oír la voz emocionante y prócera del hijo del héroe.
         Amazonas está en rebelión. Y el señor Pizarro es el caudillo de los rebeldes. En Amazonas gobierna un prefecto nombrado por el señor Pizarro. No gobierna el prefecto nombrado por el gobierno. Los pizarristas cierran el paso a Amazonas a los comisionados, funcionarios y gendarmes del señor Pardo. Amazonas no reclama su autonomía: se la da de hecho. No se separa del país; pero se aboca el derecho de designar a sus gobernantes. Y, por consiguiente, se aboca el derecho de administrar por sí misma las rentas de su presupuesto departamental y de sus presupuestos municipales.
         Sin embargo, el señor Pizarro circula tranquilamente por las calles de Lima, enaltece la actitud de su departamento, declara que se siente muy a gusto bajo la administración prefectural del señor Perea y que no quiere cambiarla por otra y se ríe de las gentes tímidas apocadas y medrosas que le hablan de la posibilidad de que el gobierno mande a Amazonas un regimiento.
         Y se ríe más aún de las gentes que le preguntan:
         —¿No teme usted, señor Pizarro, que lo tomen preso? ¿No teme usted que lo procesen?
         El señor Pizarro, ufano y orgulloso de su señorío en Amazonas, se encoge de hombros ante los temores de sus amigotes, mueve la cabeza y exclama:
         —¡Que me tomen preso! ¡Se incorporará Grau!
         Y, acoderado al mostrador del Estrasburgo, se regodea campechanamente.
         El señor Pizarro ha sido un favorito del gobierno. Desde que puso los elementos gubernamentales de Amazonas al servicio del leguiísmo ha dejado naturalmente de serlo. Pero, para él, como si continuara siéndolo. El gobierno no puede tratarlo como a enemigo. Tiene que tratarlo como a amigo. Tiene que respetar su libertad. Tiene que considerarlo inmune. Tiene que amnistiarlo por sí y ante sí. Entre el señor Pizarro y el gobierno existe el vínculo de una antigua solidaridad.
         Las gentes de la ciudad miran al señor Pizarro con la boca abierta.
         Se resisten a creer que una persona como el señor Pizarro que usa lentes negros, sea el curaca todopoderoso que ha rebelado al departamento de Amazonas y que ha venido a la capital a defender, amparar y loar su rebelión.
         —¿Este es el señor Pizarro de Amazonas? —se preguntan cuando lo contemplan en una esquina, obeso y carretón como el señor don Manuel Bernardino Pérez, encerrado dentro de una circunferencia de interlocutores.
         Y se preguntan otra vez:
         —¿Es posible que esto sea el señor Pizarro?
         El señor Pizarro, por supuesto, no se preocupa del comentario ciudadano, ni del sentimiento gubernamental ni de las opiniones de la prensa. Comprende que está por encima de estas cosas. Se da cuenta de que se encuentra en el umbral de la celebridad.
         Y apenas si se digna oír un consejo que el doctor Cornejo le da resplandeciente de elocuencia:
         —¡Pizarro! ¡Acuérdese usted de que es dueño de un apellido legendario! ¡Acuérdese de que otro Pizarro de la historia del Perú, Gonzalo Pizarro, tuvo en sus manos la bandera de una insurrección! ¡Piense usted en su responsabilidad histórica! Y, por lo menos, pida usted para Amazonas el home rule.
         Claro que esto del home rule le parece al señor Pizarro una barbaridad del señor Cornejo.


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 38, Lima, 25 de junio de 1919. ↩︎