5.4. Los telegramas
- José Carlos Mariátegui
1Siguen llegando los telegramas de provincias. Telegramas de color de rosa para el señor Aspíllaga y telegramas de color de rosa para el señor Leguía. Según los leguiístas el triunfo ha sido, pues, para el señor Leguía. Según los aspillaguistas, ha sido para señor Aspíllaga. Los telegramas, se amontonan, faustos, optimistas, sobre las mesas de ambos candidatos.
Pero los resultados globales son todavía desconocidos. Y por mucho tiempo tienen que continuar siéndolo. La elección se ha dualizado en la mayor parte de las provincias. A la Corte Suprema le toca revisarla y sancionarla o anularla. Mientras la Corte Suprema no examine los procesos no se puede, por consiguiente, calcular aproximadamente las cifras decisivas.
Esto pone descontentas a las gentes:
—Pero entonces, ¿hasta que la Corte Suprema no lo diga no va a saberse quién ha obtenido la mayoría de los sufragios?
—Eso es.
—¡Pero los vocales no van a acabar nunca de estudiar los procesos! ¡Los vocales de la Suprema están muy viejos!
—No tanto.
—¿Y después de que la Corte Suprema sancione los procesos buenos y anule las elecciones malas? ¿Habrá que esperar algo aún?
—Habrá que esperar el dictamen de la comisión de cómputo.
—¿Y después del dictamen de la comisión de cómputo habrá que esperar algo más?
—Habrá que esperar el voto del Congreso.
—¡El voto del Congreso aprobando por mayoría de votos las elecciones del señor Leguía! ¡Y al día siguiente la entrega del mando! ¡Y al otro día la acusación al Sr. Pardo en la Cámara de Diputados!
Los leguiístas necesitan a todo trance saturar la atmósfera con la creencia de que el señor Leguía ha triunfado. Para ellos esta es cuestión de vida o muerte. Si los leguiístas aceptan la discusión del triunfo del señor Leguía, el leguiísmo callejero se apagaría rápidamente. Dentro de dos meses, la candidatura del señor Leguía estaría tan sobada, tan gastada, que no tendría fuerzas para llegar a los umbrales del Congreso. Los leguiístas, pues, tienen que hacer del triunfo del señor Leguía una cuestión de fe. El señor Leguía ha ganado en las provincias lo mismo que en la ciudad. ¡Ha ganado, ha ganado y ha ganado!
Este es su único camino posible. Por él pueden llegar a dos metas distintas la captación de la voluntad del Congreso o la revolución reivindicadora. La primera meta es, naturalmente, la que más seduce a casi todos los leguiístas, que, pese a su retórica truculenta, en el fondo son gente pacífica. Pero es, al mismo tiempo, una meta demasiado difícil. Puede ocurrir muy bien que cuando el Congreso se reúna, el leguiísmo del ambiente metropolitano se haya enfriado totalmente. Y que entonces se haya perdido, por ende, la esperanza de llegar a la otra meta…
Pero los resultados globales son todavía desconocidos. Y por mucho tiempo tienen que continuar siéndolo. La elección se ha dualizado en la mayor parte de las provincias. A la Corte Suprema le toca revisarla y sancionarla o anularla. Mientras la Corte Suprema no examine los procesos no se puede, por consiguiente, calcular aproximadamente las cifras decisivas.
Esto pone descontentas a las gentes:
—Pero entonces, ¿hasta que la Corte Suprema no lo diga no va a saberse quién ha obtenido la mayoría de los sufragios?
—Eso es.
—¡Pero los vocales no van a acabar nunca de estudiar los procesos! ¡Los vocales de la Suprema están muy viejos!
—No tanto.
—¿Y después de que la Corte Suprema sancione los procesos buenos y anule las elecciones malas? ¿Habrá que esperar algo aún?
—Habrá que esperar el dictamen de la comisión de cómputo.
—¿Y después del dictamen de la comisión de cómputo habrá que esperar algo más?
—Habrá que esperar el voto del Congreso.
—¡El voto del Congreso aprobando por mayoría de votos las elecciones del señor Leguía! ¡Y al día siguiente la entrega del mando! ¡Y al otro día la acusación al Sr. Pardo en la Cámara de Diputados!
Los leguiístas necesitan a todo trance saturar la atmósfera con la creencia de que el señor Leguía ha triunfado. Para ellos esta es cuestión de vida o muerte. Si los leguiístas aceptan la discusión del triunfo del señor Leguía, el leguiísmo callejero se apagaría rápidamente. Dentro de dos meses, la candidatura del señor Leguía estaría tan sobada, tan gastada, que no tendría fuerzas para llegar a los umbrales del Congreso. Los leguiístas, pues, tienen que hacer del triunfo del señor Leguía una cuestión de fe. El señor Leguía ha ganado en las provincias lo mismo que en la ciudad. ¡Ha ganado, ha ganado y ha ganado!
Este es su único camino posible. Por él pueden llegar a dos metas distintas la captación de la voluntad del Congreso o la revolución reivindicadora. La primera meta es, naturalmente, la que más seduce a casi todos los leguiístas, que, pese a su retórica truculenta, en el fondo son gente pacífica. Pero es, al mismo tiempo, una meta demasiado difícil. Puede ocurrir muy bien que cuando el Congreso se reúna, el leguiísmo del ambiente metropolitano se haya enfriado totalmente. Y que entonces se haya perdido, por ende, la esperanza de llegar a la otra meta…
Referencias
-
Publicado en la La Razón, Nº 8, Lima, 21 de mayo de 1919. ↩︎