5.3. Por fin – Hacia el Congreso – El orientalismo
- José Carlos Mariátegui
Por fin1
Las elecciones han pasado. Han pasado entre los disparos, los gritos y los petardos de las muchedumbres, entre los galopes bizarros de la caballería, entre las arengas de los candidatos y los capituleros y entre los alaridos dramáticos del automóvil de la asistencia pública. El ejército ha recorrido las calles y ha acampado en las plazuelas. Don Isaías de Piérola ha conmovido a las gentes con un manifiesto rotundo y tundente. La votación ha sido rala, tibia y desganada. Y, mientras los leguiístas han celebrado su victoria en ella, el gobierno, solemnemente neutral en Lima, se ha lavado las manos. Y ha aguardado, socarrón, redomado, risueño y cazurro, los telegramas de las provincias.
Pero, tal como estaba previsto, son muy pocas las gentes que tienen la sensación de que existe ya presidente electo. Las gentes creen que esto no ha terminado todavía.
Gritan los leguiístas en las esquinas:
—¡Viva Leguía! ¡Viva el presidente electo!
Y convidan a los transeúntes a seguirlos:
—¡Vamos donde Leguía! ¡Vamos donde el presidente electo! ¡Vamos a felicitarlo!
Los transeúntes, incrédulos y taimados, se sonríen.
No quieren creer, por nada de esta vida, en eso de presidente electo.
¿Presidente electo? —se preguntan— ¿Presidente electo? —Y se responden: —¡Pero si estas elecciones tienen que filtrarlas primero la opinión pública! ¡Y, después de la opinión pública, la Corte Suprema! ¡Y, después de la Corte Suprema, el Congreso! ¡Después de tantas filtraciones no va a quedar de ellas casi nada!
Y es que, en verdad, los ciudadanos han estado muy traviesos en estas elecciones. Primero se han entretenido en dualizarlas. Después se han entretenido en distribuir a prorrateo los sufragios entre todos los hombres ilustres de la república. No han querido que los votos se dividiesen entre los dos candidatos formalmente presentados. No. Han querido que, además de esos candidatos, además del señor de Piérola, además del señor Bernales, tuviesen votos los demás políticos de primera línea. El doctor Durand, caudillo y prócer del partido liberal. El doctor Javier Prado, maestro de maestros. El doctor Villarán, grande y “divino calvo” de nuestro flamenquismo. Todos los peruanos esclarecidos. Todos, menos el doctor Cornejo, olvidado en esta ocasión por la admiración nacional.
Los electores han querido ser los primeros en jugar con las elecciones. Ya que se iba a jugar con ellas, les correspondía, por lo menos, la preferencia en el turno. Y han jugado a la elección del señor Leguía. Han jugado con fuego —dicen los leguiístas—. Pero, de toda suerte, han jugado no más…
Pero, tal como estaba previsto, son muy pocas las gentes que tienen la sensación de que existe ya presidente electo. Las gentes creen que esto no ha terminado todavía.
Gritan los leguiístas en las esquinas:
—¡Viva Leguía! ¡Viva el presidente electo!
Y convidan a los transeúntes a seguirlos:
—¡Vamos donde Leguía! ¡Vamos donde el presidente electo! ¡Vamos a felicitarlo!
Los transeúntes, incrédulos y taimados, se sonríen.
No quieren creer, por nada de esta vida, en eso de presidente electo.
¿Presidente electo? —se preguntan— ¿Presidente electo? —Y se responden: —¡Pero si estas elecciones tienen que filtrarlas primero la opinión pública! ¡Y, después de la opinión pública, la Corte Suprema! ¡Y, después de la Corte Suprema, el Congreso! ¡Después de tantas filtraciones no va a quedar de ellas casi nada!
Y es que, en verdad, los ciudadanos han estado muy traviesos en estas elecciones. Primero se han entretenido en dualizarlas. Después se han entretenido en distribuir a prorrateo los sufragios entre todos los hombres ilustres de la república. No han querido que los votos se dividiesen entre los dos candidatos formalmente presentados. No. Han querido que, además de esos candidatos, además del señor de Piérola, además del señor Bernales, tuviesen votos los demás políticos de primera línea. El doctor Durand, caudillo y prócer del partido liberal. El doctor Javier Prado, maestro de maestros. El doctor Villarán, grande y “divino calvo” de nuestro flamenquismo. Todos los peruanos esclarecidos. Todos, menos el doctor Cornejo, olvidado en esta ocasión por la admiración nacional.
Los electores han querido ser los primeros en jugar con las elecciones. Ya que se iba a jugar con ellas, les correspondía, por lo menos, la preferencia en el turno. Y han jugado a la elección del señor Leguía. Han jugado con fuego —dicen los leguiístas—. Pero, de toda suerte, han jugado no más…
Hacia el Congreso
El telégrafo nos ha hecho conocer las insólitas aspiraciones electorales que matizan y decoran la actualidad política. Gentes sin significación, sin merecimiento, sin título alguno, tratan de introducirse en el Congreso. Creen, probablemente, que es la hora de las audacias y de los colmos.
Candidatos hay que no exhiben más título a la estimación ciudadana que el de su analfabetismo o el de su matonería. Y mientras la gente de valía se retrae, estos pretendientes osados se fabrican elecciones, simulan popularidades y organizan los papeles destinados a ganarles un asiento en la Cámara.
Casi en ninguna ocasión como en la presente, los hombres capaces y reputados de la república se han apartado tanto de la lucha política. En las elecciones para representantes no ha figurado ningún nombre verdaderamente ilustre. Los pocos que aparecieron en un principio desaparecieron rápidamente. Y hubo en sus desistimientos cierto tono de repulsa y de orgullo.
A este paso vamos a acabar, pues, de repente, con un parlamento compuesto por palurdos y por faites, al cual no querrá pertenecer ningún ciudadano mental, moral y físicamente aseado.
Candidatos hay que no exhiben más título a la estimación ciudadana que el de su analfabetismo o el de su matonería. Y mientras la gente de valía se retrae, estos pretendientes osados se fabrican elecciones, simulan popularidades y organizan los papeles destinados a ganarles un asiento en la Cámara.
Casi en ninguna ocasión como en la presente, los hombres capaces y reputados de la república se han apartado tanto de la lucha política. En las elecciones para representantes no ha figurado ningún nombre verdaderamente ilustre. Los pocos que aparecieron en un principio desaparecieron rápidamente. Y hubo en sus desistimientos cierto tono de repulsa y de orgullo.
A este paso vamos a acabar, pues, de repente, con un parlamento compuesto por palurdos y por faites, al cual no querrá pertenecer ningún ciudadano mental, moral y físicamente aseado.
El orientalismo
Este es un país de orientalistas. La ciencia política consiste aquí en adivinar oportunamente quién va a ganar en una contienda política. El orientalismo no se equivoca jamás. A cierta siempre. Es en el panorama de la política criolla una aguja imanada que señala automáticamente el éxito.
Y bien. ¿Qué dice ahora ese orientalismo? ¿Hacia qué bando se inclina? Aunque las elecciones han pasado ya, el orientalismo continúa indeciso. Algunos orientalistas se han plegado al señor Leguía; pero son la menor parte y su leguiísmo es tímido e irresoluto.
Este es un gran síntoma. Si no hubiera otras manifestaciones de la incertidumbre de la actualidad, esta de la indecisión del orientalismo sería decisiva.
Un periodista, excelente amigo nuestro, condensando en cuatro palabras esta indecisión, nos decía últimamente:
—Al lado del señor Leguía faltan los grandes sabuesos.
Y es la verdad.
Y bien. ¿Qué dice ahora ese orientalismo? ¿Hacia qué bando se inclina? Aunque las elecciones han pasado ya, el orientalismo continúa indeciso. Algunos orientalistas se han plegado al señor Leguía; pero son la menor parte y su leguiísmo es tímido e irresoluto.
Este es un gran síntoma. Si no hubiera otras manifestaciones de la incertidumbre de la actualidad, esta de la indecisión del orientalismo sería decisiva.
Un periodista, excelente amigo nuestro, condensando en cuatro palabras esta indecisión, nos decía últimamente:
—Al lado del señor Leguía faltan los grandes sabuesos.
Y es la verdad.
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 7, Lima, 20 de mayo de 1919. ↩︎