5.5. La embajada

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El correo arequipeño nos cuenta mil sustanciosos detalles de la visita del general Canevaro a la noble e ilustre tierra de Percy Gibson y Atahualpa Rodríguez. Y el público se refocila con todos y cada uno de ellos. Nada alboroza al público tanto como eso de que la misión leguiísta que preside el viejo militar se titule a sí misma embajada. El correo arequipeño no la llama de otra suerte. En este párrafo habla del recibimiento de la embajada, en aquel, habla del saludo de la ciudad a la embajada, en el de más allá habla de las declaraciones de la embajada. Las crónicas sociales de la prensa arequipeña no se ocupan más que de la embajada, de la embajada y de la embajada.
         El público metropolitano experimenta la más festiva sorpresa:
         —Conque el general Canevaro ha ido a Arequipa de embajador del señor Leguía! ¡Conque el general Canevaro ha tomado en serio su papel de embajador! ¡Conque el señor Tudela y Varela no es entonces el único embajador que tenemos los peruanos!
         Y desde la torre de Cachendo llega el eco de un grito marcial del general Canevaro:
         —¡Claro que soy embajador! ¡Embajador como Tudela y Varela! ¡Embajador como Saguier! ¡Embajador como Bunsen!
         Y llega después el eco de una ovación.
         Este es, sin duda alguna, un acontecimiento que sazona deliciosamente la actualidad criolla. Las generaciones venideras lo comentarán y lo celebrarán con regocijo. Y es que es un acontecimiento que consagra y canoniza el derecho del general Canevaro a la más sabrosa inmortalidad.
         La embajada leguiísta es, naturalmente, una embajada sin honores oficiales. Las autoridades de Arequipa no la han festejado, ni la han obsequiado, ni la han saludado… ni un Tedeum en la Catedral. La guarnición no le ha presentado armas. Pero esto no importa. Se trata de una embajada ante el pueblo de Arequipa. Una embajada democrática. Una embajada que no ha ido en busca de banquetes suntuosos, sino en busca de aplausos sinceros, en busca de adhesiones leales, en busca de corazones hospitalarios.
         El general Canevaro no podía haberse denominado emisario o delegado del señor Leguía, modesta, simple y sencillamente. Pero el general Canevaro gusta de los motes sonoros y de las investiduras aristocráticas.
         Le habría agradado, por ejemplo, que el señor Leguía lo nombrase Comisario Regio —¡Comisario Regio, como Menéndez Pidal! habría ex- clamado, tal vez, el general. Como no ha sido posible que lo nombrase Comisario Regio, ha exigido que lo nombren, por lo menos, Embajador. Embajador ante los pueblos del sur de la República.
         Solo que el general Canevaro no ha podido usar en Lima el título de embajador. No ha podido usarlo sino en Arequipa. Aquí las gentes son muy traviesas y burlonas. Aquí las gentes se atreven a mirar en el general Canevaro un personaje de miscelánea. Aquí la gente le atribuye al general Canevaro todas las frases cotidianas del disparatorio humorístico. Aquí las gentes suelen comportarse irrespetuosas y taimadas. Y no son capaces de tener en cuenta siquiera que el general Canevaro es leguiísta. Y candidato a la primera Vicepresidencia de la República. Y general de división…


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 11, Lima, 24 de mayo de 1919. ↩︎