4.5. Esperando el pacto…
- José Carlos Mariátegui
1Los liberales tienen detenido el desarrollo de la candidatura del señor Aspíllaga. Los civilistas no se animan a cargar solos con ella. Y los liberales, convencidos de que es muy oscuro el porvenir de la aventura civilista, rehúyen su colaboración. Se hallan dispuestos a no hostilizar la candidatura del señor Aspíllaga. Pero no se hallan dispuestos a patrocinarla.
Las negociaciones se desenvuelven pesadas y baldías. Los civilistas han cambiado un tanto de tono, pero nada más que de tono. Usan de mayor cortesanía y sagacidad en sus palabras y en sus ademanes. Se muestran más cordiales y zalameros. Ponderan la necesidad de que el partido civil y el partido liberal sigan solidarizados. Mas no abandonan su convencimiento arrogante y vanidoso de que no debe discutirse siquiera su derecho, su capacidad y su aptitud para prolongar su señorío. El poder es de ellos. Y debe ser para ellos. Los liberales no pueden tener más aspiración legítima que esta: conservar las posiciones que han adquirido a la sombra de la hegemonía pardista.
Y, por consiguiente, no se percibe probabilidades de pacto. Los propios parciales del señor Aspíllaga, que en un principio depositaban la más absoluta confianza en el buen éxito de las negociaciones, dudan y recelan ahora. Lo indica, entre otros síntomas, el aplazamiento de la asamblea destinada a consagrar la proclamación del candidato.
Esa asamblea debía haberse reunido hoy. Los señores Aspíllaga habían trabajado activamente para que resultase muy bonita y resonante. Se habían preocupado de todos los detalles indispensables para que más que apariencias de acto político tuviese apariencias de fiesta social. Y no habían querido que se efectuase en el General de Santo Domingo sino en el Hotel Maury. El General de Santo Domingo era, en verdad, el local histórico de las asambleas civilistas; pero era, al mismo tiempo, un local de malos recuerdos para el señor Aspíllaga. En ese local nació su pasada candidatura. Y el día de hoy les había parecido a los señores Aspíllaga un día precioso. Un día sin la alegría huachafa de los días domingos y sin la actividad plebeya de los días de trabajo. Un día sin pasacalles, sin toros, sin gaoneras y sin estocadas —según opinaba el bullicioso aspillaguista don Pedro de Ugarriza, amigo de Belmonte y confidente de Gaona.
Pero el taimado destino no consiente que se cumpla puntualmente el programa del señor Aspíllaga. El día de Pascua de Reyes transcurrirá sin que se bautice solemnemente la candidatura del rico gentilhombre. Los Reyes de Oriente no tendrán, fuera del Niño Dios, a quien ofrecer el presente religioso de sus resinas, de sus metales y de sus perfumes.
Y es que el partido civil no desea acometer la empresa de atravesarse en el camino del señor Leguía sin la certidumbre de que no estará solo en ella. Muchos civilistas dicen que la ocasión no es oportuna para una actitud intransigente. Preconizan, a la sordina, paz y conciliación. Y miran en el calendario —con grima y desazón— cómo se acorta el plazo que los separa de la llegada del señor Leguía…
Las negociaciones se desenvuelven pesadas y baldías. Los civilistas han cambiado un tanto de tono, pero nada más que de tono. Usan de mayor cortesanía y sagacidad en sus palabras y en sus ademanes. Se muestran más cordiales y zalameros. Ponderan la necesidad de que el partido civil y el partido liberal sigan solidarizados. Mas no abandonan su convencimiento arrogante y vanidoso de que no debe discutirse siquiera su derecho, su capacidad y su aptitud para prolongar su señorío. El poder es de ellos. Y debe ser para ellos. Los liberales no pueden tener más aspiración legítima que esta: conservar las posiciones que han adquirido a la sombra de la hegemonía pardista.
Y, por consiguiente, no se percibe probabilidades de pacto. Los propios parciales del señor Aspíllaga, que en un principio depositaban la más absoluta confianza en el buen éxito de las negociaciones, dudan y recelan ahora. Lo indica, entre otros síntomas, el aplazamiento de la asamblea destinada a consagrar la proclamación del candidato.
Esa asamblea debía haberse reunido hoy. Los señores Aspíllaga habían trabajado activamente para que resultase muy bonita y resonante. Se habían preocupado de todos los detalles indispensables para que más que apariencias de acto político tuviese apariencias de fiesta social. Y no habían querido que se efectuase en el General de Santo Domingo sino en el Hotel Maury. El General de Santo Domingo era, en verdad, el local histórico de las asambleas civilistas; pero era, al mismo tiempo, un local de malos recuerdos para el señor Aspíllaga. En ese local nació su pasada candidatura. Y el día de hoy les había parecido a los señores Aspíllaga un día precioso. Un día sin la alegría huachafa de los días domingos y sin la actividad plebeya de los días de trabajo. Un día sin pasacalles, sin toros, sin gaoneras y sin estocadas —según opinaba el bullicioso aspillaguista don Pedro de Ugarriza, amigo de Belmonte y confidente de Gaona.
Pero el taimado destino no consiente que se cumpla puntualmente el programa del señor Aspíllaga. El día de Pascua de Reyes transcurrirá sin que se bautice solemnemente la candidatura del rico gentilhombre. Los Reyes de Oriente no tendrán, fuera del Niño Dios, a quien ofrecer el presente religioso de sus resinas, de sus metales y de sus perfumes.
Y es que el partido civil no desea acometer la empresa de atravesarse en el camino del señor Leguía sin la certidumbre de que no estará solo en ella. Muchos civilistas dicen que la ocasión no es oportuna para una actitud intransigente. Preconizan, a la sordina, paz y conciliación. Y miran en el calendario —con grima y desazón— cómo se acorta el plazo que los separa de la llegada del señor Leguía…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de enero de 1919. ↩︎