4.4. Una mudanza

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Torres Balcázar está “mudándose”. Una legión de cargadores, de pelo ensortijado y de traza billinghurista, fervorosos partidarios suyos, traslada actualmente los muebles, chivaletes, cajas, tipos, máquinas, papeles y cachivaches de su tipografía a una casa de esta misma calle y de esta misma acera. La casa de la calle de Lártiga, en cuyo umbral se paraba consuetudinariamente, en mangas de camisa, el gran ciudadano, va a ser abandonada para siempre por el obeso, redondo y socarrón personaje que le ha dado tanta fama. No volverán a juntarse en ella bajo el auspicio del señor Torres Balcázar, el señor Miguel Grau, el señor Jorge Prado y sus otros contertulios cotidianos.
         Nosotros, naturalmente, asistimos con mucho gusto a esta mudanza. Nos place, sobremanera, ver al señor Torres Balcázar en la calle y en la acera donde tiene su hogar este diario bolchevique y donde tienen su casona solariega los ilustres señores Prado y Ugarteche, grandes y buenos amigos nuestros y de todos los hombres de buena voluntad y claro discernimiento. Y suponemos que al señor Torres Balcázar lo contente, también, ser vecino de nosotros.
         El señor Torres Balcázar, rozagante y alegre, se detuvo ayer en la puerta de esta imprenta para comunicarnos familiarmente su traslado:
         —Me “mudo”—nos dijo—. Me mudo de la calle de Lártiga a la calle del General La Fuente. ¡Cambio la vecindad del señor Riva Agüero, jefe del partido futurista, por la vecindad del doctor Javier Prado, profesor de energía y maestro de la juventud, y por la vecindad de ustedes, periodistas amados!
         Y nosotros le contestamos a gritos:
         —¡Entonces esta calle se inmortaliza definitivamente! ¡Entonces esta calle se convierte en una calle legendaria! ¡Entonces en esta calle se reconcentra la opinión nacional! ¡Entonces esta acera es una acera histórica! ¡Con los señores Prado y Ugarteche en la extrema derecha! ¡Con nosotros en la extrema izquierda! ¡Y con usted en el centro!
         Mas el señor Torres Balcázar tuvo enseguida una salida de “mataperro”:
         —Bueno. Pero a mí no me regocija tanto la vecindad de los señores Prado y de ustedes como otra vecindad más cercana. Reparen ustedes en mis dos colindantes inmediatos. ¡Estoy entre dos sombrereras! ¡Y un hombre a quien el destino coloca entre dos sombrereras debe declararse venturoso! ¡Siquiera por galantería!
         Y esto nos apenó un tanto. No porque nosotros no seamos psíquicamente tan “palomillas” como el señor Torres Balcázar. Sino porque habíamos tomado en serio la exaltación de nuestra calle. Y porque, claro, nos soliviantaba que el señor Torres Balcázar, burlón y travieso incorregible, no participase de este sentimiento.
         Pero el señor Torres Balcázar nos quitó de encima toda preocupación con un abrazo formidable y cordial de oposicionista gordo y convicto.
         Y al despedirse nos dijo criollamente:
         —Buenas tardes, vecinos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de enero de 1919. ↩︎