3.6. Crisis penosa

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Volvemos a amanecer sin gabinete. El señor Tudela y Varela se embarcó ayer. El vapor que conduce a Panamá su ilustre persona, su continente doctoral, su majestuosa gravedad, su sonoro nombramiento y su diccionario anglo—español se halla a la fecha muy lejano. Y estamos seguros de que ya no es nuestro ministro de Relaciones Exteriores sino nuestro ministro plenipotenciario en Washington. Sin embargo, volvemos a amanecer sin gabinete.
         Como en este país todos somos muy nerviosos, nos fastidiamos, nos soliviantamos y nos aburrimos con esta demora en renovar el gabinete.
         Y preguntamos a gritos:
         —¿Qué pasa? ¿Por qué no se soluciona de una vez la crisis? ¿O esta es una crisis crónica?
         Y, por supuesto, no nos falta razón para impacientarnos.
         Esta crisis parece, evidentemente, una crisis interminable. Hace más de un mes que un suelto del decano la descubrió con tono inocente y despreocupado. Y su historia consta, por eso, de varios capítulos.
         Su punto inicial fue el anuncio del nombramiento del señor Tudela y Varela. Los cinco compañeros del señor Tudela y Varela comprendieron que, publicado ese anuncio, su condición era la de cinco ministros interinos. Y se apresuraron a renunciar. Mas el instante no era propicio para la organización de otro gabinete. Era, por el contrario, adverso. Y el señor Pardo hubo de sujetar a los ministros en Palacio. Los ministros escondieron su dimisión. Se resignaron a aguardar, asimismo, que se decidiese la suerte de la proyectada convención a la cual, si los partidos se ponían de acuerdo, se hallaba vinculada la renovación ministerial.
         Pero el viaje del señor Tudela y Varela urgía demasiado. Era inaplazable que un personaje de importancia nos representara ante el presidente Wilson. Había que contrarrestar intensamente la propaganda diplomática de Chile. El señor Tudela y Varela tenía que tomar el primer vapor que saliera para Panamá.
         Y vino, forzosamente, la renuncia del gabinete. Vino antes de que el congreso se hubiera acabado. Y antes de que en la sala de sesiones del consejo de ministros hubiera fracasado para siempre la coordinación de los partidos. Hubo, pues, que buscar el modo de que el señor Tudela y Varela, presidente del ministerio y ministro de relaciones exteriores se marchara y de que los demás ministros se quedaran. El insigne facultativo, fotógrafo, chauffeur y juez de Acho doctor Flórez tuvo que acoplar a su pesado cargo de ministro de Justicia los cargos del señor Tudela y Varela.
         Hoy que no hay que esperar que el congreso concluya, tampoco hay que esperar que se defina lo de la convención.
         Pero todavía no se resuelve la crisis. La crisis continúa allí en el Palacio de gobierno.
         Nos aseguran a voces:
         —¡Ahora sí se solucionó! ¡Ahora sí! ¡Ahora sí!
         Y nosotros, perdida ya la fe en la posibilidad de que algún día se arregle, bostezamos con todo nuestro cansancio de espectadores soñolientos…
         La circunstancia de ser un hermano del presidente de la República el presidente de la Cámara, ha debido determinar a la presidencia a proceder con toda celeridad en presentar el proyecto. Solo de esta manera no se habría sospechado que ocultando el proyecto se servían los intereses del gobierno, opositor sistematizado e intransigente de todo mejoramiento a los empleados públicos.
         Tal vez si habría sido plausible que, en este caso, la presidencia de la Cámara no se pegase estrictamente al reglamento. El aumento a los empleados es un acto de alta justicia. Y la justicia, en este caso ni en ninguno, puede ser, dentro de un criterio de alta moralidad, entorpecida por un trámite perfectamente burocrático.
         Más daño se ha hecho al país retrasando la aprobación del proyecto de aumento a los empleados públicos que bien puede hacérsele cumpliendo las prescripciones reglamentarias. A la república no aprovechará en ninguna forma el escrúpulo exagerado del presidente de la Cámara por cumplir el reglamento en determinadas circunstancias. Y contrasta más este procedimiento de la mesa en el asunto de aumento a los empleados cuando, como es sabido, no siempre el actual presidente cumple estrictamente el reglamento.
         Hemos dicho todo lo anterior en el supuesto de que efectivamente haya llegado tarde a la Cámara de Diputados el proyecto aprobado por los senadores. Palpable era el sentimiento de la Cámara. Todos los representantes estaban propicios a dar su voto aprobatorio y a dispensar al proyecto de todo trámite. La retención, pues, en la presidencia ha determinado la postergación indefinida.
         Todos estos hechos nos hacen creer que el pardismo se mantiene firme en su propósito de no mejorar en ninguna forma a los empleados públicos. Claro está que esta resolución no se relaciona sino con los servidores idóneos y modestos. A sus favoritos, a sus allegados y parientes, le distribuye a destajo toda clase de prebendas y regalías.
         El país tiene que apreciar debidamente estos hechos y acumular la responsabilidad de ellos a las muchas que pesan sobre el pardismo. Durante estos cuatro últimos años de gobierno pardista parece que se ha dedicado primordialmente la labor gubernamental a hacer cada día más difícil la vida de las clases pobres. Solo así puede explicarse su oposición sistematizada e intransigente a todas las medidas propuestas para abaratar las subsistencias y, en general, para mejorar, efectivamente, la vida del pueblo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de diciembre de 1918. ↩︎