3.5. Los dos candidatos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Para muchos personajes peruanos el desahucio de la idea de la convención ha sido grato y plácido en demasía. Pero para el señor Aspíllaga y el señor Durand más que para ninguno. El señor Aspíllaga y el señor Durand han entrado en el más venturoso período de su historia política en el instante en que la idea de la convención cayó herida de muerte a los pies del señor Pardo.
         Y es que el señor Aspíllaga y el señor Durand son candidatos a la Presidencia de la República. Candidatos de partido. Candidatos de combate. Candidatos que, en consecuencia, no podían dominar en la convención. En la convención la atmósfera no podía ser favorable sino para un candidato transaccional. Para un candidato “de situación”. La convención estaba destinada, precisamente, a eliminar del terreno a los candidatos de combate. Por consiguiente, el señor Aspíllaga y el señor Durand miraban en la convención no el principio sino el término de sus candidaturas. Tenían el convencimiento de que sus candidaturas se extinguirían en el umbral mismo de esa asamblea.
         Ahora, frustrada definitivamente la convención, sus candidaturas son las únicas que emergen de las filas del gobierno. Una como candidatura del partido civil. Y otra como candidatura del partido liberal. El problema consiste hoy en saber cuál de ellas logrará quedarse sola. Y hasta este instante nadie lo sabe con exactitud. El partido civil cree que su candidato es el más fuerte. Y el partido liberal cree lo mismo del suyo. El partido civil lo afirma con la mano puesta sobre su dinero, su hegemonía y su autoridad. Y el partido liberal lo asegura con la mano puesta sobre la leyenda de sus revoluciones, de sus montoneras y de sus aventuras.
         Ambos candidatos pasan por la calle rebosantes de fe y de optimismo.
         El señor Aspíllaga parece rejuvenecido. Es más candidato que nunca. Su continente y su ademán son el continente y el ademán de un futuro presidente de la República. Su automóvil va regando felicidad por las calzadas. Y, probablemente, en su vasto latifundio la caña se ha tornado más dulce, en sus jardines las flores han cobrado mayores bellezas y en su stud los caballos de carrera han cabriolado locos de contento.
         No existe un aspillaguista que no lo proclame con la faz más risueña y resplandeciente.
         —¡El señor Aspíllaga —gritan los aspillaguistas— es desde el sábado el seguro sucesor del señor Pardo!
         —¿Irremediablemente? —les preguntan las gentes de la oposición.
         —¡Irremediablemente! —responden ellos sin percibir siquiera la socarronería de la palabra.
         Y otro tanto acontece con el señor Durand.
         El señor Durand no se alarma con el regocijo del señor Aspíllaga. Cree que el señor Aspíllaga deposita una confianza exagerada en los timbres y en los prestigios de su civilismo, de sus millones, de su aristocracia y de su hacienda. Y piensa que más eficaz que todos los cimientos de la candidatura civilista son los cimientos de la candidatura liberal: un partido de acción disciplinada y unánime.
Pero, al mismo tiempo, un partido sin latifundio de caña, sin flores maravillosas y sin caballos de carrera…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de diciembre de 1918. ↩︎