3.7. Solf, descartado

  • José Carlos Mariátegui

 

         1No sabemos hasta ahora quién va a ser ministro de Relaciones Exteriores. Pero sabemos, sin embargo, una cosa; que cualquiera de nuestros internacionalistas eminentes puede serlo. Aunque se halle desconectado de la política, de los partidos y del gobierno. Aunque sea mucha su gana de no abandonar su tranquilidad y de no romper su sosiego. Aunque algún motivo personal se obstine en alejarlo del poder y la notoriedad. No en balde el país atraviesa una hora grave y crítica. Ningún peruano ilustre y apto tiene derecho para negarle al país su esfuerzo si el país lo considera indispensable.
         Pero existe una excepción.
         Una excepción única. Una excepción que, anunciada así, de buenas a primeras, tiene que chocarles a ustedes. Sobre todo, en cuanto se enteren de que esta excepción es el señor Solf y Muro.
         Ustedes, seguramente, no se la explican. No alcanzan a explicársela a costa de ningún quebradero de cabeza. Y exclaman:
         —¡Eso no es posible! ¡Eso no es exacto! ¡Tal vez el señor Pinzás, germanófilo irreductible, esté inhabilitado para desempeñar la cancillería en las presentes emergencias! ¿Pero el señor Solf y Muro? ¡No es cierto! ¡No es posible!
         Y, sin duda alguna, no es poca la razón de ustedes para protestar de esta suerte.
         El señor Solf es un perfecto hombre de Estado.
         Es un catedrático esclarecido. Es un parlamentario pulcro. Es un político amable. Es un abogado insigne. Es un ciudadano modelo. Y, además, posee un espíritu exento de arrebatos, de pasiones, de violencias, de destemplanzas. Como gobernante, como legislador y como profesional, se ha distinguido siempre por su moderación, por su prudencia y por su mesura.
         Ninguna lucha partidarista ha atraído enojos, vituperios ni malquerencias sobre la figura política del señor Solf. Y es que el señor Solf no ha sido nunca un extremista. No le ha gustado jamás la extrema derecha ni la extrema izquierda. Casi siempre ha preferido el centro. Por eso en la época de la conflagración leguiísta-bloquista el señor Solf se declaró neutral. Y, junto con dos o tres diputados tan ecuánimes y apacibles como él, se aisló en el bloque chico.
         Muchas son, pues, las condiciones de discreción, de cultura, de cautela y de sagacidad que capacitan al señor Solf para la diplomacia. Tantas que es muy justo que las gentes se sorprendan de que nosotros aseguremos que el señor Solf no está en la misma inminencia que nuestros otros internacionalistas.
         Y, sin embargo, la excepción es cierta.
         Insistimos en afirmarlo categóricamente:
         —El señor Solf no puede ser ministro de relaciones exteriores.
         Nos asedian mil preguntas curiosas y anhelantes:
         —¿Se cree, acaso, que es aún muy joven?
         —¿Se cree, tal vez, que es demasiado adicto al doctor Prado y Ugarteche?
         —Se cree, ¿quién sabe, que es imperialista?
         Movemos negativamente la cabeza. El señor Solf es joven; pero no tanto. Es adicto al doctor Prado y Ugarteche; pero sin ser contrario al señor Pardo. Y no es imperialista. Profesa el más fervoroso amor a la justicia, a la solidaridad y al derecho. Alienta las más austeras convicciones democráticas.
         Mas, a pesar de todo, no puede ser ministro de Relaciones Exteriores. No puede ser, no puede ser, no puede ser. Tiene un impedimento tremendo. Nada menos que su apellido: Solf.
         El apellido no le permite al señor Solf llegar al Ministerio de Relaciones Exteriores en esta ocasión solemne y magna. El apellido solamente. No es que el señor Solf haya heredado de su ascendencia alemana tendencias imperialistas ni abolengos autocráticos. Es que se apellida Solf. Y Solf se apellida también el actual canciller alemán. Y no es dable que el canciller peruano se apellide de la misma manera que el canciller alemán. No es dable. A la república norteamericana, de la cual esperamos todo beneficio y toda merced, le daría muy mala espina. Mr. Lansingse imaginaría que el canciller peruano era pariente del canciller alemán. Y Mr. Wilson se escamaría igualmente. A pesar de ser Mr. Wilson. Y a pesar de que a nuestro amigo Clovis, por ejemplo, no le parecería propio de Mr. Wilson eso de escamarse.
         El acontecimiento, es sin duda alguna, muy interesante.
         El señor Solf resulta descartado de toda probabilidad de ser canciller únicamente por apellidarse Solf. Su apellido es un obstáculo insuperable. Su apellido no más. El lápiz taimado del destino ha querido darse el gusto de tarjarlo traviesamente de una lista en la cual lo habían colocado sus merecimientos, excelencias y prestancias. Y lo ha tarjado en el nombre de un sincronismo curioso. Lo ha tarjado murmurando:
         —Solf, no puede ser.
         Y el señor Pardo ha tenido que repetir lo mismo:
         —Solf, no.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de diciembre de 1918. ↩︎