2.3. Tantos de noviembre
- José Carlos Mariátegui
1Acabamos de salir de dos días fúnebres. Dos días de conmemoración de los difuntos. Dos días de cruces, de coronas y de crespones. Dos días de tumbas y de mausoleos. Dos días que nos han dejado con gripe el corazón.
Durante estos dos días la actividad política ha tenido una tregua. El comentario callejero ha languidecido. El chisme cotidiano se ha diluido en murmuraciones vagas e incoloras. El ambiente ha sido pesado y oscuro.
Los empresarios del concierto político casi no han querido que se les hablase de la Convención. Les ha parecido íntimamente que era de mal agüero para la Convención hablar de ella en los días de los muertos. Y les han desasosegado las preguntas de las gentes sobre la suerte y el porvenir de sus gestiones.
Nosotros nos hemos aproximado a ellos nada más que por oírlos decir:
—No mienten ustedes la Convención mientras se conmemore a los difuntos. No mienten ustedes la Convención mientras se represente en el teatro Don Juan Tenorio.
Y se han despedido muy de prisa.
El mismo fenómeno se ha presentado también entre los partidos de la candidatura del señor Aspíllaga. Tampoco a los partidarios de la candidatura del señor Aspíllaga les ha gustado en estos días que se les interrogase por la vida de esa candidatura. Han pasado como sobre espinas entre las conversaciones callejeras.
Y don Pedro de Ugarriza nos ha rogado con una entonación de partir el alma:
—No se acuerden Uds., hasta el domingo siquiera, de la candidatura de don Ántero. Miren ustedes que estos días son de los muertos. No sean ustedes malos, jóvenes periodistas. Ocúpense ustedes, más bien, del gabinete. Popularicen a su ministro bolchevique. O piensen, por ejemplo, en su amiga Norka Rouskaya. Escriban un artículo en memoria de la danza del Cementerio.
Pero nosotros hemos sentido la necesidad de rebelarnos contra tanto empeño de prolongar la incertidumbre de la política.
Y hemos gritado:
—¡No, señor! ¿Qué hay de la Convención? ¿Por qué no se declara de una vez que ha fracasado? ¿Qué hay de la candidatura del señor Aspíllaga? ¿Por qué no se proclaman de una vez en una plaza pública? ¿Qué hay de la crisis ministerial? ¿Por qué no se nos dice de una vez si va a ser renovado o que va ser remendado tan solo?
Sin duda alguna, hemos tenido mucha razón para impacientarnos tan desmandadamente.
Todos vemos que estamos en el mes de noviembre. Todos vemos que andamos muy cercanos del año nuevo. Todos vemos que no falta sino un semestre para las elecciones presidenciales. Y todavía no vemos una candidatura definida a la Presidencia de la República. Existe, naturalmente, una candidatura. Una gran candidatura. La candidatura del señor Leguía. Pero la candidatura del señor Leguía no se llama candidatura electoral. Todos sabemos muy bien cómo se llama…
Durante estos dos días la actividad política ha tenido una tregua. El comentario callejero ha languidecido. El chisme cotidiano se ha diluido en murmuraciones vagas e incoloras. El ambiente ha sido pesado y oscuro.
Los empresarios del concierto político casi no han querido que se les hablase de la Convención. Les ha parecido íntimamente que era de mal agüero para la Convención hablar de ella en los días de los muertos. Y les han desasosegado las preguntas de las gentes sobre la suerte y el porvenir de sus gestiones.
Nosotros nos hemos aproximado a ellos nada más que por oírlos decir:
—No mienten ustedes la Convención mientras se conmemore a los difuntos. No mienten ustedes la Convención mientras se represente en el teatro Don Juan Tenorio.
Y se han despedido muy de prisa.
El mismo fenómeno se ha presentado también entre los partidos de la candidatura del señor Aspíllaga. Tampoco a los partidarios de la candidatura del señor Aspíllaga les ha gustado en estos días que se les interrogase por la vida de esa candidatura. Han pasado como sobre espinas entre las conversaciones callejeras.
Y don Pedro de Ugarriza nos ha rogado con una entonación de partir el alma:
—No se acuerden Uds., hasta el domingo siquiera, de la candidatura de don Ántero. Miren ustedes que estos días son de los muertos. No sean ustedes malos, jóvenes periodistas. Ocúpense ustedes, más bien, del gabinete. Popularicen a su ministro bolchevique. O piensen, por ejemplo, en su amiga Norka Rouskaya. Escriban un artículo en memoria de la danza del Cementerio.
Pero nosotros hemos sentido la necesidad de rebelarnos contra tanto empeño de prolongar la incertidumbre de la política.
Y hemos gritado:
—¡No, señor! ¿Qué hay de la Convención? ¿Por qué no se declara de una vez que ha fracasado? ¿Qué hay de la candidatura del señor Aspíllaga? ¿Por qué no se proclaman de una vez en una plaza pública? ¿Qué hay de la crisis ministerial? ¿Por qué no se nos dice de una vez si va a ser renovado o que va ser remendado tan solo?
Sin duda alguna, hemos tenido mucha razón para impacientarnos tan desmandadamente.
Todos vemos que estamos en el mes de noviembre. Todos vemos que andamos muy cercanos del año nuevo. Todos vemos que no falta sino un semestre para las elecciones presidenciales. Y todavía no vemos una candidatura definida a la Presidencia de la República. Existe, naturalmente, una candidatura. Una gran candidatura. La candidatura del señor Leguía. Pero la candidatura del señor Leguía no se llama candidatura electoral. Todos sabemos muy bien cómo se llama…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de noviembre de 1918. ↩︎