2.4. Serenata

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Amanecemos con el “santo” del señor don José Carlos Bernales en el almanaque, en los periódicos, en los carteles, en los pensamientos, en los labios, en el cielo, en la tierra y en la atmósfera.
         No querríamos, por esto, amanecer delante de una máquina de escribir. El día no pide crónicas ni comentarios. Querríamos amanecer delante de una guitarra o de un bandolín. El día pide trovas y endechas. No es un día de la política. Es un día del calendario peruano.
         Pero tenemos que conformarnos con ser lo que somos: periodistas, y con no ser lo que no somos: trovadores. Y tenemos que conformarnos con poner en prosa, y en prosa de mecanógrafo, nuestra serenata. Tenemos que conformarnos con que nuestra serenata sea escrita en vez de ser cantada. Tenemos que conformarnos con que el señor Bernales, la lea en bata y con chinelas, a la hora en que revisa la prensa, en vez de escucharla al pie de su ventana tierna y enamoradamente despertado por ella. Tenemos que conformarnos. A nadie podemos echarle la culpa de que no seamos sino escritores.
         El señor Bernales es grande y buen amigo nuestro.
         Y, por supuesto, no es solamente grande y buen amigo nuestro. Es grande y buen amigo de todo el mundo. Lo estiman las gentes del gobierno y lo estiman las gentes de la oposición. Lo mima la prensa del gobierno y lo mima la prensa de la oposición. Nadie lo censura, nadie lo fastidia, nadie lo discute. Para todos los grupos, para todos los políticos y para todos los periódicos es el mismo personaje simpático, elegante, demócrata y distinguido.
         Viéndolo circular por las calles de la ciudad entre sonrisas y saludos, siempre contento, siempre alegre, siempre victorioso, siempre con un gran cigarro en la boca, siempre encantado de la vida, piensa el país que el señor Bernales tiene mucha suerte. Por no contradecir al país el señor Bernales piensa a veces lo mismo. Y se sonríe seguro de su buena estrella, de su buen talante y su buen porvenir.
         Solo nosotros, de vez en vez, movemos la cabeza y aseguramos que no es que el señor Bernales tenga mucha suerte. Que es que tiene otras cosas más. Otras cosas más que no tienen la mayoría de los que hablan de su mucha suerte.
         Lo que en el señor Bernales parece suerte es el resultado de las demás excelencias de que lo ha adornado el cielo. Es el resultado de su sagacidad, de su perspicacia, de su gentileza, de su cultura, de su galanía y de su carácter. El señor Bernales se abre el camino con sus propias manos. Pero no se lo abre agitándose, enardeciéndose ni encorajinándose. Se lo abre sonriendo. Y se lo abre, sobre todo, sin luchar contra los demás. Se lo abre, más bien, con el concurso de los demás. El señor Bernales no arremete, no hiere, no ataca. Se aproxima, tiende la mano y pide un permiso. Y lo pide con tanta cortesía que no hay más remedio que dárselo. Y no hay más remedio que decirle:
         —Pase usted, señor don José Carlos Bernales.
         Hoy, por estas razones y otras más que están en todos los espíritus, es un gran día social y político. El “santo” va a congregar en casa del señor Bernales a la ciudad entera. Sobre el escritorio del señor Bernales se van a amontonar las tarjetas, los telegramas y las cartas de saludo y abrazo. El retrato del señor Bernales va a engalanar las páginas de muchos modestos periódicos de la república. El cumpleaños va a ser para el señor Bernales, en una palabra, un año menos y no un año más. Que es lo que le ocurre todos los años al señor Bernales.
         Los obreros se adelantaron ayer a la felicitación general. Cargados de banderas, de discursos y de flores, se presentaron en la tarde en la casa del señor Bernales. Y le echaron mil piropos sinceros y entusiastas.
         Después de oírle a la memoria y al cronista social nosotros pronunciamos una observación:
         —¡Pero si hoy no es el cumpleaños del señor Bernales! ¡El cumpleaños del señor Bernales no es el tres sino el cuatro de noviembre!
         Apenas si fuimos escuchados. Los obreros nos abrumaron. Y nos rodearon con sus gritos:
         —¡El día del señor Bernales no puede ser un lunes! ¡Tiene que ser un domingo!¡Tiene que ser un día de fiesta! ¡Los partidarios del señor Bernales somos trabajadores! ¡No somos unos ociosos como ustedes!
         No acertamos a explicarles que los periodistas no tenemos descanso dominical. Gracias al señor Manzanilla, amigo de todos los periodistas de la Tierra.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de noviembre de 1918. ↩︎