2.2. Igual que ayer

  • José Carlos Mariátegui

 

         1En balde trabaja por la convención el partido nacional democrático. En balde conmina y ajocha a los civilistas y a los liberales para que no sean descomedidos y descorteses con el leguiísmo. En balde moviliza la dialéctica del señor don José María de la Jara y Ureta y del señor don Carlos Arana y Santa María. El partido civil volverá a tachar al leguiísmo. El partido liberal se escapará de puntillas. Y nos quedaremos sin concierto nacional irremediablemente.
         El fracaso flota en la atmósfera.
         Y esta vez se le siente más grande que la vez pasada. Porque la vez pasada resultó que había tres partidos de acuerdo sobre la convención: el partido civil, el partido liberal y el partido futurista. Y esta vez resulta que ni siquiera estos tres partidos andan de acuerdo. Que también entre ellos existe discrepancia. Que cada uno tira por un lado distinto.
         El porvenir, pues, es mucho más sombrío que antes. Aparentemente los partidos se dividen en dos grupos. El grupo de la derecha y el grupo de la izquierda. Pero esto es aparentemente no más. El grupo de la derecha carece de solidaridad, de cohesión y de armonía.
         Esa esperanza de que, convencidos de la imposibilidad del concierto nacional, se coaligarán por su cuenta y riesgo los liberales, los civilistas y los futuristas, es una esperanza que se esfuma. Los futuristas se conducen con una perspicacia y una cautela muy grandes. Saben que una convención unilateral sería una convención muy débil. Y esquivan esta clase de mancomunidad con los civilistas y liberales. La esquivan, por lo menos, mientras los civilistas y liberales no les acepten una condición: la de que esa mancomunidad se erija sobre la base de un candidato señalado por el partido nacional democrático. El partido nacional democrático les da su palabra de honor de que no será un candidato salido de su seno.
         No asoma, pues, una fórmula de solución agradable al gobierno. La pálida y marchita fórmula de la candidatura del señor Aspíllaga sigue siendo para el señor Pardo la única fórmula en pie. Y sigue siendo también la amenaza de una ruptura con los liberales y de un choque con los civilistas.
         La crisis ministerial, mientras tanto, desata su inclemencia en el Palacio de Gobierno. El señor Tudela y Varela ratifica su anuncio de que se marcha a los Estados Unidos. Los ministros se reúnen alrededor del señor Maúrtua para ver si se marcha también, aunque no sea a los Estados Unidos. Y el eco lúgubre de la palabra crisis se multiplica en todos los rincones de Palacio.
         —Crisis, crisis, crisis.
         Y, sin embargo, las gentes no abandonan ni por un momento siquiera la travesura. Siguen murmuradoras. Siguen festivas. Siguen malévolas.
         Son capaces de atajar en la calle al famoso leader de los constitucionales, doctor Osores, para preguntarle:
         —¿De veras va a formarse el gabinete de concentración propuesto por los constitucionales? ¿De veras va a usted a organizarlo? ¿De veras, doctor Osores?
         El doctor Osores, por su parte, es capaz de responder con un tono muy serio y reservado:
         —Yo no puedo decir nada todavía. Interroguen al señor Pardo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de noviembre de 1918. ↩︎