2.12. Un día grande

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ahora estamos seguros de que la guerra se ha acabado. Ahora sí estamos seguros. Ahora sí no nos cabe la menor duda. No tenemos, sino que salir a la calle, mezclarnos con las gentes que recorren entusiasmadas la ciudad, adherirnos al grupo más bullicioso, cantar a todo pulmón la Marsellesa y aclamar como unos locos a Wilson, para convencernos de que esta vez no nos engañamos.
         La paz reina en el mundo. Y no solo de esto nos alegramos. Nos alegramos, sobre todo, de que junto con la paz reinen la justicia y la democracia. Nos alegramos, en una palabra, de que esta paz que reina desde ayer en el mundo sea la paz de Wilson. La paz de Wilson y no la paz del Káiser.
         Y nos salimos de nuestras casillas cuando nos acordamos de que somos socialistas. Socialistas convencidos. Socialistas ardorosos. Socialistas máximos.
         El día, más que de la paz, nos parece del socialismo.
         Tanto que nos ponemos a punto de treparnos en un automóvil, agitar una bandera roja y lanzar el primer grito del socialismo peruano. Y nos negamos a ocuparnos de la política. Nos negamos a ocuparnos del señor Pardo. Nos negamos a ocuparnos del partido nacional democrático. Nos negamos a ocuparnos de la candidatura del señor Aspíllaga. Nos negamos a ocuparnos de la candidatura del señor Durand.
         Y es que aquí, en esta estancia, se han reunido espontáneamente nuestros amigos y camaradas de socialismo. A todos los ha conmovido como a nosotros el anuncio de la paz. A todos les ha devuelto la fe perdida. Y aquí han improvisado, sin preparativo alguno, algo así como un soviet.
         Aquí ha estado el ilustre médico y folklorista doctor Sebastián Lorente y Patrón. Aquí ha estado su hermano y correligionario don Ricardo. Aquí ha estado el leader de los universitarios, señor don Luis Denegri. Aquí ha estado el leader de los obreros señor don Carlos del Barzo. Aquí ha estado el diputado teosofista señor don Jorge Corbacho. Aquí ha estado Félix del Valle, escritor de Nuestra Época. Aquí han estado muchos otros más.
         Y aquí ha estado también, atraído por el hervor de la colectividad socialista, el doctor Curletti. El doctor Curletti ha sido uno de los últimos en llegar. Pero ha llegado siempre. Y cuando nosotros, movidos por el cariño que le profesamos, le hemos preguntado por qué no ha llegado antes, nos ha respondido con una frase del evangelio:
         —¡Los últimos serán los primeros!
         Y nos ha agregado una frase suya:
         —¡Y, además hijitos, yo soy una persona grande!
         Todos se han identificado en el regocijo. El señor don Luis Ulloa, socialista orgánico, agitando un periódico en una mano. Y los ha interpelado enseguida:
         —¿No creen ustedes que después de haber vencido a los junker en Alemania tenemos que vencer a los neogodos en el Perú?
         Y, a renglón seguido, ha entrado en la estancia, con los brazos abiertos, el semblante resplandeciente y el gesto jocundo, otro de nuestros grandes bolcheviques, el diputado por Lima señor don Jorge Prado.
         Ha entrado como siempre, optimista y afirmativo.
         Y nos ha dicho:
         —¡Estamos en un instante de abdicaciones! ¡En Alemania ha abdicado el Káiser! ¡En el Perú abdicará el señor Pardo!
         Y se ha reído enseguida con toda el alma.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de noviembre de 1918. ↩︎