1.6. Ambiente pesado

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tenemos un mundo de noticias sobre la mesa. Una nos cuenta que el señor Leguía se halla de veras con el pie en el estribo. Otra nos cuenta que el señor don Isaías de Piérola se prepara otra vez para montar a caballo. Otra nos cuenta que el partido demócrata va a declarar que tampoco le gusta la convención. Otra nos cuenta que el señor Pardo quiere dimitir.
         Todo esto a renglón seguido de la carta del general Cáceres al señor Bernales que tan estruendosamente ha repercutido en la ciudad y que tanto ha desasosegado al gobierno por su tono agorero y solemne.
         Pensamos, justificadamente, que este amontonamiento de sucesos es superior a nuestras fuerzas. Nos imaginábamos nosotros que ayer no íbamos a tener más acontecimiento que la reconsideración del empréstito municipal en la Cámara de Diputados. Y nos parecía bastante para un solo día. No necesitamos recordar que esa reconsideración, aunque haya sido pedida con mucha inocencia por el señor Químper, tiene mucha trastienda política.
         Tuvimos, pues, que sentirnos abrumados cuando en una esquina nos preguntaron si estábamos enterados de la probabilidad de que el señor Pardo se marchara del Palacio de Gobierno y en la otra esquina nos preguntaron si estábamos enterados de que el señor don Isaías de Piérola iba a dar la vuelta al Perú en dos meses.
         Y cuando en la esquina de más allá nos encontramos con unos futuristas despavoridos que, agarrándose la cabeza con las dos manos, nos gritaron:
         —¿Han leído ustedes la carta del general Cáceres? ¿Y se han fijado bien en lo que dice? ¿Y han averiguado algo de lo que no dice? ¿Y no opinan ustedes con nosotros que si el gobierno no se achica estamos todos perdidos? ¿Y que se nos viene encima la lucha más despiadada, truculenta y sombría? ¿Y que hemos perdido el único remedio posible: la presidencia de Villarán?
         Afortunadamente, estos futuristas se lo hablaron todo ellos solos. Afortunadamente, no nos exigieron ninguna contestación. Y, afortunadamente, no hicieron ningún esfuerzo por convencernos de que el señor Pardo se proponía renunciar a la Presidencia de la República.
         Aturdidos por tanto rumor, por tanta murmuración y por tanto vaticinio apenas si atinamos a coger con las dos manos el acaecimiento más grande.
         Y apenas si atinamos a exclamar:
         —¡Eso no puede ser! ¡No creemos al señor Pardo capaz de irse del gobierno así no más! ¡Queremos verlo vencer en la demanda o sucumbir en ella! ¡O con el escudo o sobre el escudo!
         Aunque entonces nos confundan con un razonamiento criollo:
         —¿Y qué tendría de malo que el señor Pardo dimitiese? ¿También no dicen que el Káiser va a abdicar? ¿Por qué el señor Pardo no puede hacer en el Perú lo mismo que el Káiser en Alemania?
         Prudentemente, nos abstenemos de responder que el señor Pardo no puede abdicar como el Káiser.
         Y que solo por esto no debemos esperar de él que se vaya del gobierno.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de octubre de 1918. ↩︎