1.5. Empieza la ofensiva

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Amanecemos con la respuesta del general Cáceres al señor Bernales entre las manos. Una respuesta que es la respuesta que esperábamos. El primer paso de una gran ofensiva. La primera señal del sentimiento de la oposición. El primer síntoma de las probabilidades del porvenir.
         El general Cáceres no ha querido contestar al señor Bernales por su cuenta y riesgo. Es en su partido, más que un jefe, un generalísimo. Pero es un generalísimo que no se fía únicamente en su discernimiento. Consulta siempre la opinión de su estado mayor. Y en esta oportunidad la ha consultado muy especialmente.
         Las declaraciones de su carta, sancionadas solamente en la tarde de ayer por la junta directiva del partido constitucional, representan más de quince días de análisis, de tanteos y reflexión. Ningún concepto ha sido puesto allí a humo de paja. Ninguna palabra ha sido puesta allí sin atención. Todo está allí muy compulsado, muy estudiado, muy tamizado, muy medido.
         Acaso por esto algunos miembros de la directiva constitucional no recibieron ayer con mucho entusiasmo esas declaraciones. Gentes francotas y bravías, amigas de la acometida ruda y temeraria, alababan su forma y su fondo, su estilo y su idea, su propósito y su manera de expresarlo; pero decían con los ojos que no les gustaban mucho. Las deseaban menos sagaces, menos políticas y menos cautas.
         Había, a su juicio, que gritar seca y ásperamente:
         —¡Al partido constitucional no le da la gana ir a la convención!
         Y había que gritarlo descargando un puñetazo tremendo sobre la mesa.
         Pero se convino siempre en que el general Cáceres no podía tener actitudes pasionales y agresivas jamás. Era necesario que hablase siempre con mucha solemnidad y con mucha mesura. Como un apóstol. Como un maestro. Como Wilson más o menos. Y, además, era necesario que el partido constitucional le probase al país que deseaba agotar todos los recursos conciliatorios. Y que su actitud tuviese un sello personal y propio. Y que sus palabras no pareciesen el reflejo de otras palabras.
         El señor Osores, persuasivo, discreto, sosegado y parsimonioso, supo, como de costumbre, decir lo indispensable para probar que el general Cáceres tenía mucha razón.
         El pensamiento de la directiva constitucional hubo de unificarse rápidamente. Militarmente. Y marcialmente.
         Y por eso llegamos a esta madrugada del dieciséis de octubre con un documento sensacional delante. Un documento que hemos releído muchas veces. Un documento que el gobierno habrá releído más veces que nosotros todavía. Porque es un documento muy grave tanto por lo que dice como por lo que no dice.
         Este documento nos declara que el partido constitucional no solo no confía en la convención, sino que no confía tampoco en las elecciones. Nos declara que el partido constitucional cree que antes que garantías para la convención hay que tener garantías para las elecciones. Y nos declara que esas garantías no pueden ser sino la renuncia del señor Pardo a sus dos grandes instrumentos electorales: los seis ministerios que se distribuyen las funciones de la administración pública y las matrículas de mayores contribuyentes. Dos grandes instrumentos que se reducen a uno solo: el gobierno mismo.
         Y es que cuando se pide a Dios no se puede pedir poco.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de octubre de 1918. ↩︎