1.7. Otra espera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El partido demócrata tiene ahora la palabra. Después del nombre histórico del general Cáceres va a sonar forzosamente el nombre histórico de don Isaías de Piérola. Seguirá a la voz de un personalismo ilustre la voz de otro personalismo ilustre. Aunque el esclarecido señor Cornejo, en el nombre de la democracia, se duela de tanto personalismo persistente y simbólico.
         Los demócratas se hallan en la inminencia de una declaración. Próximamente, según se nos cuenta, hablará su junta directiva. Hablará con el credo del partido en la mano. Hablará para sentar un principio únicamente. Hablará sin ocuparse de las modalidades ocasionales del problema político.
         Don Isaías de Piérola cree que los demócratas no necesitan reflexionar mucho para elegir su camino. Su camino debe ser el mismo que han seguido siempre. No tienen, sino que tomarlo de nuevo.
         Y, por eso, a don Isaías de Piérola, más que la próxima declaración del partido demócrata, le interesa su próxima gira por la república. Tiene puestos los ojos en el mapa del Perú. Y se siente ya enardeciendo y arrebatando a los pueblos.
         Muy natural es, por supuesto, que así sea.
         Don Isaías de Piérola no es un político de acción diplomática. Es un político de acción tumultuaria. No le acomoda ni le place vivir en la ciudad, entre discreteos, murmuraciones y reticencias. Quiere estar siempre cerca del pueblo. Quiere estar siempre a la cabeza de una jornada cívica.
         Además, desea que el pierolismo tenga en cada ciudad del Perú el mismo despertar que tuvo el otro día en la clásica Alameda de los Descalzos. No le contenta una resurrección teórica y protocolaria del partido demócrata. Anhela una resurrección práctica y ostensible. Y se marcha a conseguirla con su presencia, con su paso, con su palabra, con su apellido, con su leyenda.
         Y claro que no va a hacer por motivo alguno una gira ceremoniosa y solemne. Eso de ninguna manera. Su propósito es tomar el primer vapor que se le ocurra y aparecer súbitamente en el puerto que se le antoje. Y desembarcar con un puro y con una sonrisa en la boca. Y estrechar entre sus brazos a sus amigos y a sus prosélitos.
         No fletará un yate. No contratará un Pullman. No llevará cortejo. Tratará de batir, al mismo tiempo que un récord de político, un récord de turista.
         Y es muy probable que en cualquier ciudad donde le venga en gana acordarse de que también es comerciante, les diga muy risueño a sus partidarios:
         —No me traten ustedes con ceremonia. Yo no soy en estos momentos el jefe del partido demócrata. Yo no soy sino su agente viajero…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de octubre de 1918. ↩︎