1.4. Son de combate
- José Carlos Mariátegui
1Ha pasado la tregua política.
El general Cáceres ha venido de Ancón. Y ha llamado a la casa de San Ildefonso a sus amigos del partido constitucional. Y ha escuchado el parecer de cada uno que, por supuesto, ha sido siempre su parecer. Y ha conversado largamente con el señor Osores. Le ha preparado los párrafos de su contestación al señor Bernales.
Y ha convocado para esta tarde a su junta directiva.
La junta no va a acordar, por supuesto, sino lo que ya tiene acordado. No crean ustedes que va a leer recién la invitación del señor Bernales. Ni crean ustedes que recién va a ponerse a pensar en ella. Ni crean ustedes que recién va a discutirla y analizarla. Todo eso lo ha hecho oportuna y prolijamente. Hoy no va sino a formalizarlo, ejecutoriarlo y promulgarlo.
Es natural, por esto, que se haya percibido anticipadamente algo de lo que hoy se va a declarar. Y que los constitucionales le van a dar un punto final repentino y sonoro al debate sobre la asamblea de los partidos.
Para el público, saber que esta tarde se reúnen los constitucionales es, por consiguiente, saber que esta tarde se acaba el tema de la convención.
Los constitucionales van a anunciarnos implícita y explícitamente, no solo que no pueden concurrir a la convención, sino que, por lo pronto, no pueden discutirla siquiera. Y, si ni los constitucionales ni los leguiístas quieren concurrir a la convención, seguramente los demócratas tampoco querrán concurrir a ella. Las palabras del señor don Isaías de Piérola que lo indican están impresas en los periódicos. Y, probablemente, los futuristas harán lo mismo que los demócratas. La idea de la convención se quedará desamparada, en medio de la calle. Porque no es probable que a los partidos civil y liberal se les ocurra hacer una convención de familia ni aun en el caso de que los futuristas se avengan con ir a hacerles compañía.
El problema se complicará, pues, en demasía.
El partido constitucional, según parece, no se propone decir únicamente que la convención no serviría para resolver el problema electoral. Se propone decir mucho más aún. Que las elecciones mismas no servirían para resolverlo si el gobierno no las quisiese rodear de tales y cuales garantías. No garantías de palabra, naturalmente, sino garantías de hecho. Garantías al contado. Garantías que, sin duda alguna, el gobierno no va a conceder por nada de esta vida. Cosa que, por supuesto, no le importa al partido constitucional. Porque comprende perfectamente que el gobierno le negará esas garantías.
Y esto es precisamente lo que busca: que se las niegue. Que se las niegue en voz alta. Y que el país lo oiga.
El general Cáceres ha venido de Ancón. Y ha llamado a la casa de San Ildefonso a sus amigos del partido constitucional. Y ha escuchado el parecer de cada uno que, por supuesto, ha sido siempre su parecer. Y ha conversado largamente con el señor Osores. Le ha preparado los párrafos de su contestación al señor Bernales.
Y ha convocado para esta tarde a su junta directiva.
La junta no va a acordar, por supuesto, sino lo que ya tiene acordado. No crean ustedes que va a leer recién la invitación del señor Bernales. Ni crean ustedes que recién va a ponerse a pensar en ella. Ni crean ustedes que recién va a discutirla y analizarla. Todo eso lo ha hecho oportuna y prolijamente. Hoy no va sino a formalizarlo, ejecutoriarlo y promulgarlo.
Es natural, por esto, que se haya percibido anticipadamente algo de lo que hoy se va a declarar. Y que los constitucionales le van a dar un punto final repentino y sonoro al debate sobre la asamblea de los partidos.
Para el público, saber que esta tarde se reúnen los constitucionales es, por consiguiente, saber que esta tarde se acaba el tema de la convención.
Los constitucionales van a anunciarnos implícita y explícitamente, no solo que no pueden concurrir a la convención, sino que, por lo pronto, no pueden discutirla siquiera. Y, si ni los constitucionales ni los leguiístas quieren concurrir a la convención, seguramente los demócratas tampoco querrán concurrir a ella. Las palabras del señor don Isaías de Piérola que lo indican están impresas en los periódicos. Y, probablemente, los futuristas harán lo mismo que los demócratas. La idea de la convención se quedará desamparada, en medio de la calle. Porque no es probable que a los partidos civil y liberal se les ocurra hacer una convención de familia ni aun en el caso de que los futuristas se avengan con ir a hacerles compañía.
El problema se complicará, pues, en demasía.
El partido constitucional, según parece, no se propone decir únicamente que la convención no serviría para resolver el problema electoral. Se propone decir mucho más aún. Que las elecciones mismas no servirían para resolverlo si el gobierno no las quisiese rodear de tales y cuales garantías. No garantías de palabra, naturalmente, sino garantías de hecho. Garantías al contado. Garantías que, sin duda alguna, el gobierno no va a conceder por nada de esta vida. Cosa que, por supuesto, no le importa al partido constitucional. Porque comprende perfectamente que el gobierno le negará esas garantías.
Y esto es precisamente lo que busca: que se las niegue. Que se las niegue en voz alta. Y que el país lo oiga.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de octubre de 1918. ↩︎