8.6. En las mismas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1No hemos avanzado mucho con pensar en una convención de los partidos, encargarla al patriotismo de los políticos y recomendarla al amor de todos los hombres de buena voluntad de la tierra. El proyecto de la convención, después de caminar tanto y tanto, resulta otra vez en su punto de partida. Y el problema presidencial, aunque las elecciones se hallan ahora muy cercanas, permanece en el estado oscuro y azaroso de hace seis meses.
         Sigue el señor Aspíllaga de candidato a la presidencia de la República. Sigue el doctor Durand quitándole el hombro a la candidatura del señor Aspíllaga. Sigue hablándose de la necesidad de una convención como la de la vez pasada. Y sigue el señor Leguía, emocionante y simbólico, con el pie en el estribo.
         Y no es que la idea de la convención no le parezca admisible a las gentes llamadas a resolver su suerte. No es eso. Es que las gentes aprueban la convención; pero todas la quieren de distinta manera.
         El señor Aspíllaga, por ejemplo, quiere que sea únicamente una convención de partidos. Y niega la entrada en ella al señor Leguía. Y no considera partido político al partido leguiísta. Y se resiste a que se le ofrezca asiento especial al comercio, a la industria y al trabajo.
         El señor Durand, que también quiere la convención, no dice todavía cómo la quiere. Apenas se tiene noticia de que formula a la sordina una cuestión previa: la de que no debe volverse a conceder derecho propio para formar parte de la convención a los exministros y a los representantes a congreso. El señor Durand exige como condición sustantiva la de que ningún partido tenga más delegados que otro. Se opone a que se reconozca valor a la tradición de cada grupo. Cree que debe haber estricta igualdad numérica.
         El partido nacional democrático, de consuno con el señor Bernales, quiere que la convención represente un concierto de todas las facciones, de todos los matices y de todos los pareceres. No quiere convención partidarista. Quiere convención nacional.
         El señor don Isaías de Piérola no declara aún si quiere o no quiere la convención. Pero declara que no podrá quererla sino en el caso de que represente una verdadera fórmula de conciliación. Y de que no apañe ni favorezca interés alguno. Y de que no meta la mano en su organización el gobierno. Y de que se invite a ella al leguiísmo.
         El partido constitucional, cimiento, base y cabeza de la convención de 1915, tampoco contesta ahora si quiere o no quiere una nueva convención. Va a contestar por escrito, que es también como va a contestar el leguiísmo. Y va a contestar después de un largo rato de espera para que se vea que ha pensado mucho su contestación. Aunque el país le lea en los ojos a su cauto leader, el señor Osores, que ya la tiene pensada.
         Las opiniones son, pues, muy distintas.
         Hasta el presente momento no se nota discrepancia sobre la oportunidad y conveniencia de la convención en sí misma; pero en cambio, se nota tremenda y sustancial discrepancia sobre los alcances y modalidades de la convención. Y esto es lo grave. Y, por esto, la idea de la convención se ha atracado en el camino.
         Solo el futurismo logra moverla un poquito cuando grita en las esquinas con voz estentórea para que lo oiga el gobierno:
         —¡O convención de todos los grupos o revolución de Leguía!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de octubre de 1918. ↩︎