8.4. Gesto de combate

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Aspíllaga ha dejado fríos a los partidarios, panegiristas y organizadores de la convención de los partidos. Andaban empeñados todos ellos en no hablar de la convención sino con palabras de amor, de cordialidad y de ternura. Y de repente el señor Aspíllaga ha permitido que se le escapase un grito de su sinceridad.
         No es, por supuesto, que el señor Aspíllaga haya recibido con mala cara la idea de la convención. Eso no es. El señor Aspíllaga, gentilhombre irreprochable, no es capaz de recibir con mala cara a una persona y mucho menos a una idea. Y la idea de la convención la ha recibido con la mayor de las cortesías. Se ha portado ante ella como un gentleman. Le ha abierto personalmente las puertas de su casa y de su corazón. Y se ha puesto a sus órdenes.
         Es que, en el discurso de la tertulia, al pasarles lista a los candidatos invitados a la asamblea, ha pronunciado un voto enérgico:
         —¡Leguía, no!
         Y ha fundado, enseguida, su voto:
         —El leguiísmo no es un partido. Nadie le conoce programa, doctrina ni organización de partido. Y la convención debe ser para los partidos tan solo.
         Un tiro de frente.
         Los partidarios, panegiristas y organizadores de la convención han sentido que el alma se les caía al suelo. Está bien, a su juicio, que la convención sea contra el señor Leguía. Está bien que cada uno vaya a ella para cerrarle al señor Leguía el camino de la presidencia. Pero no está bien decirlo desde ahora. Se necesita discreción, diplomacia, sagacidad y prudencia.
         Hasta antes de ayer los partidos y los políticos habían empleado un lenguaje dulce y afable. No habían querido negarle a nadie un puesto en la convención. Y hasta le habían preparado asiento en la convención al señor Leguía.
         El partido nacional democrático se había expresado de esta suerte:
         —Venga un candidato nacional cualquiera que él sea. No formulamos, por nuestra parte, tachas previas.
         Y el señor Bernales había añadido:
         —Hagamos la convención, señores; hagámosla en servicio de la patria; hagámosla con todos los partidos y con todas las agrupaciones, sin exclusión alguna.
         Natural es, pues, que haya causado sorpresa general la prisa con que el señor Aspíllaga ha tarjado con su lápiz el nombre del leguiísmo de la nómina de agrupaciones y el nombre del señor Leguía de la nómina de candidatos.
         Pero natural es también que los leguiístas avisados y burlones hayan exclamado con mucha travesura:
         —¿Al señor Aspíllaga no le parece bien que concurramos a la convención? ¡Pues a nosotros tampoco nos parece bien! ¡Estamos de acuerdo con el señor Aspíllaga!
         Al señor Osores le ha hecho tanta gracia este comentario que va a tomar hoy el tren de Ancón para poder reírse a solas.
         A solas con el general Cáceres.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de octubre de 1918. ↩︎