8.3. Compás de espera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Una carta del señor don José Carlos Bernales ha salido en busca del general Cáceres. No la ha llevado en su pico una bíblica paloma mensajera. Pero de todas maneras les parece a las gentes que más que una carta ha sido una rama de olivo.
         El general Cáceres se había encerrado en el silencio más severo. Oía hablar de la convención de los partidos con la misma mudez con que oyó pronunciar su nombre en los días de la revolución. Y ponía una cara muy seria a los que se acercaban a él para preguntarle algo.
         El público se entretenía, sin embargo, en una apuesta:
         —Aceptará la convención.
         —No la aceptará.
         —Debe aceptarla.
         —No debe aceptarla.
         —Hará lo que le pida la república.
         —Hará lo que le dé la gana.
         Y el público trataba entonces de leer la verdad en el semblante del señor Osores. Pero fracasaba naturalmente. En el semblante del leader de los constitucionales no se puede nunca leer nada.
         Ahora la espera es, por eso, sensacional.
         El señor Bernales, a nombre de la comisión parlamentaria, le había mandado al general Cáceres la misma esquela que a los demás jefes de partido:
         —Queremos decirle dos palabras sobre la convención.
         Y el general Cáceres le había respondido:
         —Bueno, pero díganmelas por escrito.
         Y el señor Bernales le ha puesto lo que desea en una carta muy solícita. Una carta que, después de ser enviada al general Cáceres, ha sido enviada a los periódicos. Una carta que le toca al general Cáceres la fibra del amor a la patria.
         El general Cáceres tiene, pues, que salir de su silencio. Y, con el general Cáceres, el señor Osores. Y, con el señor Osores, el partido constitucional. Y, con el partido constitucional, todos los partidos. El debate se va a hacer general. Nadie se va a quedar callado. La convención va a ser discutida en voz alta y en la plaza de armas. No hay remedio.
         Pero, a pesar de que el momento es grave, aparece de pronto en las conversaciones una preocupación risueña.
         La de que puede ser que la contestación del general Cáceres comience así:
         —Mi señor don José Carlos…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de octubre de 1918. ↩︎