7.4. Fin de maniobras
- José Carlos Mariátegui
1Ha vuelto la calma. Ha vuelto bruscamente. Ha vuelto a tiempo para evitarnos que nos muriéramos de fatiga, de insomnio, de escalofrío y de zozobra. Con el último comunicado oficial sobre el pecho hemos podido, por fin, echarnos a dormir a pierna suelta después de trece días de vigilia y desasosiego.
Hoy amanecemos en medio de una tranquilidad cristiana y de una fraternidad conmovedora y dulcísima. No parece que acabáramos de salir de una revolución. El alba nos sonríe plácidamente.
Y es, probablemente, porque ha habido revolución, pero no ha habido combate. El mayor Patiño Zamudio no ha quemado más cartucho que el de su manifiesto y el coronel Arenas no ha quemado ni siquiera un cartucho de esta clase. La única sangre que se ha derramado ha sido la sangre de la juventud universitaria. Y la juventud universitaria, resuelta a derramar toda su sangre por la patria, lo ha olvidado ya.
Todo ha concluido sin detonaciones.
—Maniobras del ejército— ha dicho el prefecto interino de Lima comandante Gómez.
Y nosotros, extenuados por la mala noche, hemos repetido su frase bostezando:
—¡Maniobras del ejército!
Y hemos pensado que si el mayor Patiño Zamudio no ha hecho más que obligar al ejército a un momento de sport no merece que lo traten mal los periódicos. Es un militar socarrón que ha querido que el Ejército Peruano salga de sus cuarteles en esta época en que los grandes ejércitos del mundo pelean denodadamente. Y que ha demostrado así muchas aptitudes para reemplazar al coronel Cateriano en el Ministerio de Guerra. Grande y temeraria es la injusticia de quienes le han puesto con centinela de vista, de quienes lo llaman sedicioso y de quienes se preparan para juzgarlo y condenarlo.
Aquí no ha pasado nada.
El ejército ha maniobrado. Se ha movido aceleradamente. Ha oído una proclama del señor Pardo. Ha marchado y ha contramarchado. Ha improvisado un anillo de hierro. Se ha comido el rancho del enemigo. Después ha recibido los parlamentarios del mayor Patiño Zamudio. Y no ha firmado un tratado de paz en Pucará porque los tratados de paz no son cosa de militares sino de diplomáticos.
Esta revolución ha sido acaso la primera revolución peruana que no nos ha dejado luto. Su historia ha empezado y ha concluido sin defunciones. Lo cual ha representado tal vez una galantería con los periodistas que así no han tenido que escribir esta vez ninguna nota necrológica.
Y, por esto, es que no tenemos por qué andar apenados.
El congreso reunido ayer serenamente nos ha devuelto las garantías individuales para que podamos reanudar los corrillos de las esquinas, regresar a la barra de las cámaras, gritar lo que se nos antoje y soltar todas las carcajadas que la holganza de nuestro espíritu necesite.
Hay que pronunciar palabras bíblicas:
—¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
Hombres de buena voluntad somos aquí todos…
Hoy amanecemos en medio de una tranquilidad cristiana y de una fraternidad conmovedora y dulcísima. No parece que acabáramos de salir de una revolución. El alba nos sonríe plácidamente.
Y es, probablemente, porque ha habido revolución, pero no ha habido combate. El mayor Patiño Zamudio no ha quemado más cartucho que el de su manifiesto y el coronel Arenas no ha quemado ni siquiera un cartucho de esta clase. La única sangre que se ha derramado ha sido la sangre de la juventud universitaria. Y la juventud universitaria, resuelta a derramar toda su sangre por la patria, lo ha olvidado ya.
Todo ha concluido sin detonaciones.
—Maniobras del ejército— ha dicho el prefecto interino de Lima comandante Gómez.
Y nosotros, extenuados por la mala noche, hemos repetido su frase bostezando:
—¡Maniobras del ejército!
Y hemos pensado que si el mayor Patiño Zamudio no ha hecho más que obligar al ejército a un momento de sport no merece que lo traten mal los periódicos. Es un militar socarrón que ha querido que el Ejército Peruano salga de sus cuarteles en esta época en que los grandes ejércitos del mundo pelean denodadamente. Y que ha demostrado así muchas aptitudes para reemplazar al coronel Cateriano en el Ministerio de Guerra. Grande y temeraria es la injusticia de quienes le han puesto con centinela de vista, de quienes lo llaman sedicioso y de quienes se preparan para juzgarlo y condenarlo.
Aquí no ha pasado nada.
El ejército ha maniobrado. Se ha movido aceleradamente. Ha oído una proclama del señor Pardo. Ha marchado y ha contramarchado. Ha improvisado un anillo de hierro. Se ha comido el rancho del enemigo. Después ha recibido los parlamentarios del mayor Patiño Zamudio. Y no ha firmado un tratado de paz en Pucará porque los tratados de paz no son cosa de militares sino de diplomáticos.
Esta revolución ha sido acaso la primera revolución peruana que no nos ha dejado luto. Su historia ha empezado y ha concluido sin defunciones. Lo cual ha representado tal vez una galantería con los periodistas que así no han tenido que escribir esta vez ninguna nota necrológica.
Y, por esto, es que no tenemos por qué andar apenados.
El congreso reunido ayer serenamente nos ha devuelto las garantías individuales para que podamos reanudar los corrillos de las esquinas, regresar a la barra de las cámaras, gritar lo que se nos antoje y soltar todas las carcajadas que la holganza de nuestro espíritu necesite.
Hay que pronunciar palabras bíblicas:
—¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
Hombres de buena voluntad somos aquí todos…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de septiembre de 1918. ↩︎