7.5. Principios y estatutos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El grupo parlamentario de la Cámara de Diputados acaba de pedirnos a todos los peruanos que lo tomemos en serio. En su nombre nos ha hablado la voz suave, aterciopelada y serenísima del señor Fuchs. Y no nos ha hablado desde la tribuna de la Cámara de Diputados sino desde las columnas de los periódicos. Probablemente para que sus declaraciones sonasen a todos los vientos y no se quedasen en el diario de los debates.
         Acontece, pues, que el grupo parlamentario no quiere ser un grupo sin organización y sin programa. No se contenta con un acuerdo privado: suscribe un acuerdo público; firma estatutos y principios; comisiona al señor Fuchs para que los mande a la prensa; resuelve celebrar una sesión quincenal; reglamenta sus reuniones y sus procedimientos; y proclama todos los ideales necesarios para que la república lo admire.
         Componen el grupo dieciséis diputados. Dieciséis diputados unidos, según sus estatutos, por el vínculo de la doctrina y unidos, según toda la gente, por otro vínculo más. Vínculo político naturalmente. Las doctrinas son siempre muy sugestivas; pero solo las doctrinas no pueden juntar, atar y amalgamar en un grupo parlamentario al señor Benavides, al señor Borda, al señor Vivanco, al señor Vignate, al señor Urbina, al señor Cox.
         El rótulo doctrinario del grupo no es, como se comprende, sino un rótulo. Se trata de dieciséis diputados que quieren constituir una fuerza política. Y para constituirla alzan varias banderas. La bandera de los armamentos. La bandera de la vialidad. La bandera de las reformas tributarias. La bandera de la protección a la raza indígena. Todas las banderas posibles.
         El público pronuncia su comentario:
         —Bueno. Pero, ¿quién es el leader de este grupo?
         Y el grupo le responde con sus estatutos en la mano:
         —Este grupo no tiene un leader permanente. Cada uno de sus miembros es su leader durante veinticuatro horas.
         El público se sonríe:
         —Bueno. Eso es en los estatutos. Pero ¿cómo es en la intimidad? ¿Quién lo encabeza? ¿Quién lo inspira? ¿Quién lo dirige? ¿Es, tal vez, el señor Benavides?
         Y el grupo vuelve a responder con los estatutos:
         —No; la firma del señor Benavides aparece en primer lugar porque en el grupo parlamentario todo está sujeto al orden alfabético.
         El público entonces se calla.
         Y recuerda que al principio se aseguró, en voz alta, que este grupo parlamentario se llamaba maurtuismo y que luego se aseguró, en voz baja, que se llamaba benavidismo. Parecía maurtuismo porque vibraba en los labios de sus organizadores la alabanza al talento del señor Maúrtua. Parecía maurtuismo porque nacía a raíz de la entrada del señor Maúrtua en el ministerio. Parecía maurtuismo porque se ponía bajo el auspicio, el consejo y la gracia del señor Maúrtua. Y parecía, al mismo tiempo, benavidismo porque sus miembros eran principalmente amigos del señor Benavides.
         El público salta del recuerdo a la calle y busca con los ojos al gran ministro bolchevique para ver si efectivamente tiene fisonomía de jefe de grupo.
         Y lo encuentra tan bolchevique, tan despreocupado, tan distante de la maniobra política y del enredo cotidiano, que exclama lleno de convicción mirando al grupo parlamentario:
         —Maurtuista no es sino la doctrina…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de septiembre de 1918. ↩︎