6.7. Nuestros diputados
- José Carlos Mariátegui
1Esto del problema del cambio, esto de que el señor don José Matías Manzanilla habla y esto de que el señor Villarán le contesta, pasará muy pronto. El público quiere política. Pero no política con letrero de economía y finanzas sino política con letrero de política. Política monda y lironda. Política clara y neta. Política sin subterfugio y sin embozo. Política como la que asoma con el proceso de Lima. Y como la que asoma con la convención de los partidos.
El proceso de Lima tiene pendientes del senado todas las miradas de la ciudad. Más es la gente que camina detrás del señor Ferro, senador por el Madre de Dios, que la gente que aplaude desde las galerías de la Cámara al señor Manzanilla, diputado por Ica, aunque la gente que aplaude al señor Manzanilla es, por supuesto, muchísima. Y vibraría, conmovería y resonaría más que un estrepitoso voto de censura al presidente del gabinete la entrada repentina de los señores don Jorge Prado y don Luis Miró Quesada a la Cámara del señor don Juan Pardo.
El señor don Jorge Prado es quien mejor lo sabe.
El hálito popular llega otra vez a sus umbrales como en aquellos bizarros y marciales días en que su candidatura salió a las calles, irrumpió en los cabildos, arengó desde sus balcones, se paseó en hombros de las muchedumbres, desasosegó a los gendarmes, ganó en los sufragios y en los escrutinios y vencedora y prócer, no pudo ser detenida sino en las puertas del palacio legislativo por las redes y marañas del gobierno hostil.
Quiere la gente acompañarlo de una vez a la Cámara de Diputados para que ocupe, al lado del señor Miró Quesada, su escaño de diputado por Lima.
Y por eso, viene a su ilustre casona del General La Fuente a decirle:
—¡Vamos ahora mismo!
Pero el señor Prado, cauto y sosegado le responde:
—Todavía no.
Aunque, como es natural, bullan en él secretamente los grandes arrestos de tumultuario que fueron siempre distintivo simpático y famoso de su ánima batalladora y denodada.
Mientras tanto, el señor Miró Quesada, alcalde y señor de la ciudad y de sus pavimentos, corre en automóvil por las calles de Lima dando rienda suelta a su impaciencia. Le pregunta al cielo cómo es posible que hasta ahora no valga todo lo que debía valer el acta que proclama su victoria en las elecciones de Lima. Y se halla a punto de convocar al pueblo para ir a su cabeza a la Cámara de Diputados a exigir que se le abran las puertas que el destino se obstina en cerrarle contumaz y perverso.
El público lo mira en alianza con el señor Prado y avalora toda la elocuencia de este hecho. Piensa que hoy sí es invencible el señor Miró Quesada. Que hoy sí tiene en las manos la llave de la Cámara de Diputados. Que hoy sí ha asegurado la consagración de su título.
Para que la diputación por Lima entrara en la Cámara no era indispensable, sino que hubiera armonía entre ella.
Y no importa que el gobierno se incomode de que así acontezca porque ya no es tiempo de que nos echemos a temblar cuando se incomode el gobierno.
El proceso de Lima tiene pendientes del senado todas las miradas de la ciudad. Más es la gente que camina detrás del señor Ferro, senador por el Madre de Dios, que la gente que aplaude desde las galerías de la Cámara al señor Manzanilla, diputado por Ica, aunque la gente que aplaude al señor Manzanilla es, por supuesto, muchísima. Y vibraría, conmovería y resonaría más que un estrepitoso voto de censura al presidente del gabinete la entrada repentina de los señores don Jorge Prado y don Luis Miró Quesada a la Cámara del señor don Juan Pardo.
El señor don Jorge Prado es quien mejor lo sabe.
El hálito popular llega otra vez a sus umbrales como en aquellos bizarros y marciales días en que su candidatura salió a las calles, irrumpió en los cabildos, arengó desde sus balcones, se paseó en hombros de las muchedumbres, desasosegó a los gendarmes, ganó en los sufragios y en los escrutinios y vencedora y prócer, no pudo ser detenida sino en las puertas del palacio legislativo por las redes y marañas del gobierno hostil.
Quiere la gente acompañarlo de una vez a la Cámara de Diputados para que ocupe, al lado del señor Miró Quesada, su escaño de diputado por Lima.
Y por eso, viene a su ilustre casona del General La Fuente a decirle:
—¡Vamos ahora mismo!
Pero el señor Prado, cauto y sosegado le responde:
—Todavía no.
Aunque, como es natural, bullan en él secretamente los grandes arrestos de tumultuario que fueron siempre distintivo simpático y famoso de su ánima batalladora y denodada.
Mientras tanto, el señor Miró Quesada, alcalde y señor de la ciudad y de sus pavimentos, corre en automóvil por las calles de Lima dando rienda suelta a su impaciencia. Le pregunta al cielo cómo es posible que hasta ahora no valga todo lo que debía valer el acta que proclama su victoria en las elecciones de Lima. Y se halla a punto de convocar al pueblo para ir a su cabeza a la Cámara de Diputados a exigir que se le abran las puertas que el destino se obstina en cerrarle contumaz y perverso.
El público lo mira en alianza con el señor Prado y avalora toda la elocuencia de este hecho. Piensa que hoy sí es invencible el señor Miró Quesada. Que hoy sí tiene en las manos la llave de la Cámara de Diputados. Que hoy sí ha asegurado la consagración de su título.
Para que la diputación por Lima entrara en la Cámara no era indispensable, sino que hubiera armonía entre ella.
Y no importa que el gobierno se incomode de que así acontezca porque ya no es tiempo de que nos echemos a temblar cuando se incomode el gobierno.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de agosto de 1918. ↩︎