6.8. Convencionalmente

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El proyecto de la convención de los partidos sigue su camino. El partido liberal ha comenzado a darle viada para que marche de prisa. Lo ha recogido de manos del señor Pardo. Lo ha puesto en manos del doctor don Augusto Durand. Y se ha echado a la calle a llamar a los partidos para que lo apadrinen, favorezcan y protejan.
         Sabemos, pues, por lo pronto, que uno de los partidos de la convención será el partido liberal. Podemos estar seguros de que otro será el partido civil. Pero todavía no pasamos de allí. El partido constitucional, que debía completar el tresillo, anda callado y reservadísimo.
         Y la gente arde de impaciencia:
         —Bueno. ¡Pero la convención debe ser de todos los partidos!
         —Indudablemente.
         —¡Y para todos los partidos!
         —Por supuesto.
         —¡Y tiene que concurrir a ella el partido nacional democrático!
         —El partido nacional democrático. ¡Claro!
         —¡Y el partido demócrata!
         —El partido demócrata. ¡También!
         —¡Y los ex ministros y los ex representantes a congreso!
         —Los ex ministros y los ex representantes a congreso.
         —¡Entonces no puede ser una convención a gusto del señor Pardo! ¡No puede ser de ninguna manera!
         —¿Y por qué no puede ser?
         —Porque no saldrá de ella el candidato que el señor Pardo quiera y apañe. No saldrá de ella, por ningún motivo, el señor Tudela y Varela. No saldrá de ella, por ningún motivo, el señor Aspíllaga. No saldrá de ella, por ningún motivo, un candidato que se titule al mismo tiempo candidato del señor Pardo.
         Naturalmente estos convencimientos hacen que la gente ansíe que la convención llegue cuanto antes.
         Y es que sería muy interesante que la convención recomendada, iniciada y amañada por el señor Pardo, resultase el más grave, sonoro y desolador fracaso del señor Pardo. Es que sería más interesante aún que el candidato surgido de la convención le desagradase al señor Pardo más que el candidato surgido contra la convención.
         Habría para morirse de risa si la convención fuera la primera derrota de la voluntad del señor Pardo en las elecciones presidenciales.
         Cazurros y sagaces, los liberales comprenden que la convención será un buen negocio para ellos, aunque no lo sea para el señor Pardo. Fían tal vez en que andando los días el señor Pardo se convenza de que la candidatura del doctor Durand es la candidatura de más bizarro continente que puede salirle al encuentro a la candidatura del señor Leguía. Y, asidos del mensaje del señor Pardo, empujan a los partidos hacia la antesala de la convención, asegurándoles que la convención será provechosa para todos.
         Y únicamente los desasosiega el partido constitucional porque lo sienten tan reacio y receloso que no pueden menos que murmurar de él con un refrán en los labios:
         —No sabe el diablo por diablo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de agosto de 1918. ↩︎