5.18. El ilustre discípulo
- José Carlos Mariátegui
1Tenemos una noticia para todos los que no la necesitan. Una noticia que no se relaciona con la presidencia del senado, ni con la presidencia de la Cámara de Diputados, ni con el gabinete del señor Tudela y Varela, ni con la candidatura del señor Aspíllaga. Una noticia de secundaria jerarquía. Pero muy sazonada y alegre.
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Probablemente son muy pocos los que no lo saben porque el señor Balbuena circula activamente por las calles de Lima. Su automóvil lo tiene constantemente a la vista de la ciudad. Tanto que ya no le importa al señor Balbuena que los periodistas lo olviden. Y seguramente está convencido de que un automóvil vale más que un periodista. De lo cual también están convencidos, sin duda alguna, todos los periodistas de la tierra.
Pero, aunque no sea indispensable, nosotros queremos cumplir con dar la noticia.
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Y es que deseamos que el público nos pida una explicación:
—Bueno. ¿Y con qué motivo se lo ha quitado?
Porque entonces nos gustaría encerrarnos en el más grave e inquietante silencio y soliviantar la curiosidad metropolitana con una sonrisa misteriosa.
Y repetir no más la noticia:
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Y esperar que el público se contestase a sí mismo:
—Bueno. Será porque se lo ha aconsejado Mr. Bunsen. Será porque el doctor Durand ha regresado a Lima. O será porque Carlos Moreno ha traído a María Barrientos.
Solo que nosotros no podemos callar nuestras sospechas.
Y ahora mismo, aunque el público no nos pregunte nada, vamos a contarle que ocurre que el señor Balbuena ha comenzado a atenuar sus parecidos y similitudes con el señor Manzanilla. Por eso un día lo hemos visto ponerse quevedos amarillos. Unos quevedos amarillos que jamás se habría puesto el señor Manzanilla, aunque se lo hubiese ordenado el Señor de Luren. Y por eso lo vemos hoy quitarse el bigote. Un bigote que jamás se habría quitado el señor Manzanilla.
Por supuesto no creemos que el señor Balbuena haya dejado de amar al señor Manzanilla, ni que haya dejado de admirarle, ni que haya dejado de pensar en él con predilección y ternura. Pero sí creemos que el señor Balbuena se haya dicho que un maestro, sobre todo un maestro tan famoso, no tiene derecho para abandonar a sus discípulos y para encerrarse hoscamente en su estudio de abogado. Y que no hay ingratitud en el discípulo que renuncia a ser el discípulo del maestro que ha renunciado antes a ser su maestro.
Y es que precisamente no hace mucho que hemos oído al señor Balbuena unas palabras delatoras y elocuentes. Unas palabras que han sido el origen de esta opinión nuestra. Unas palabras que nosotros hemos acotado calumniosamente en presencia del señor Balbuena para sacarlo de quicio. Unas palabras que vamos a entregar al público inmediatamente para que las cate y las paladee.
Fue en el ministerio de hacienda.
Junto con el señor Balbuena muy señor y amigo de todos los periodistas metropolitanos, comparecimos ante el señor Maúrtua para que nuestro gran ministro bolchevique reparase en que el señor Balbuena se había afeitado de una manera trascendental.
El señor Maúrtua nos dijo mostrándonos al señor Balbuena:
—Miren ustedes a Balbuena. ¡Mírenlo qué jovencito!
Y el señor Balbuena se pasó una mano por la boca:
—Señor, me he quitado el bigote.
Para que el señor Maúrtua lo interpelara:
—¿Y por qué, Balbuena?
Y para responderle entonces:
—Por parecerme a usted.
Y para que el señor Maúrtua, agradecido, lo abrazara:
—Muchas gracias, Balbuena.
Que fue cuando nosotros hicimos la acotación taimada:
—¡Pero eso es, señor Balbuena, lo mismo que le ha dicho usted al ministro de gobierno! ¡Delante de nosotros!
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Probablemente son muy pocos los que no lo saben porque el señor Balbuena circula activamente por las calles de Lima. Su automóvil lo tiene constantemente a la vista de la ciudad. Tanto que ya no le importa al señor Balbuena que los periodistas lo olviden. Y seguramente está convencido de que un automóvil vale más que un periodista. De lo cual también están convencidos, sin duda alguna, todos los periodistas de la tierra.
Pero, aunque no sea indispensable, nosotros queremos cumplir con dar la noticia.
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Y es que deseamos que el público nos pida una explicación:
—Bueno. ¿Y con qué motivo se lo ha quitado?
Porque entonces nos gustaría encerrarnos en el más grave e inquietante silencio y soliviantar la curiosidad metropolitana con una sonrisa misteriosa.
Y repetir no más la noticia:
—El señor Balbuena se ha quitado el bigote.
Y esperar que el público se contestase a sí mismo:
—Bueno. Será porque se lo ha aconsejado Mr. Bunsen. Será porque el doctor Durand ha regresado a Lima. O será porque Carlos Moreno ha traído a María Barrientos.
Solo que nosotros no podemos callar nuestras sospechas.
Y ahora mismo, aunque el público no nos pregunte nada, vamos a contarle que ocurre que el señor Balbuena ha comenzado a atenuar sus parecidos y similitudes con el señor Manzanilla. Por eso un día lo hemos visto ponerse quevedos amarillos. Unos quevedos amarillos que jamás se habría puesto el señor Manzanilla, aunque se lo hubiese ordenado el Señor de Luren. Y por eso lo vemos hoy quitarse el bigote. Un bigote que jamás se habría quitado el señor Manzanilla.
Por supuesto no creemos que el señor Balbuena haya dejado de amar al señor Manzanilla, ni que haya dejado de admirarle, ni que haya dejado de pensar en él con predilección y ternura. Pero sí creemos que el señor Balbuena se haya dicho que un maestro, sobre todo un maestro tan famoso, no tiene derecho para abandonar a sus discípulos y para encerrarse hoscamente en su estudio de abogado. Y que no hay ingratitud en el discípulo que renuncia a ser el discípulo del maestro que ha renunciado antes a ser su maestro.
Y es que precisamente no hace mucho que hemos oído al señor Balbuena unas palabras delatoras y elocuentes. Unas palabras que han sido el origen de esta opinión nuestra. Unas palabras que nosotros hemos acotado calumniosamente en presencia del señor Balbuena para sacarlo de quicio. Unas palabras que vamos a entregar al público inmediatamente para que las cate y las paladee.
Fue en el ministerio de hacienda.
Junto con el señor Balbuena muy señor y amigo de todos los periodistas metropolitanos, comparecimos ante el señor Maúrtua para que nuestro gran ministro bolchevique reparase en que el señor Balbuena se había afeitado de una manera trascendental.
El señor Maúrtua nos dijo mostrándonos al señor Balbuena:
—Miren ustedes a Balbuena. ¡Mírenlo qué jovencito!
Y el señor Balbuena se pasó una mano por la boca:
—Señor, me he quitado el bigote.
Para que el señor Maúrtua lo interpelara:
—¿Y por qué, Balbuena?
Y para responderle entonces:
—Por parecerme a usted.
Y para que el señor Maúrtua, agradecido, lo abrazara:
—Muchas gracias, Balbuena.
Que fue cuando nosotros hicimos la acotación taimada:
—¡Pero eso es, señor Balbuena, lo mismo que le ha dicho usted al ministro de gobierno! ¡Delante de nosotros!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de julio de 1918. ↩︎