5.17. Nuestros carlistas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1En el comentario de la calle y en la información de la prensa suenan muchas fuerzas políticas. Unas se llaman partidos y otras no se llaman partidos. Unas son las fuerzas que nos gobiernan y otras son las fuerzas que no nos gobiernan. Entre las fuerzas que nos gobiernan suenan las del señor Durand, la del señor Aspíllaga, la del señor Bernales y la del señor Maúrtua que es la más joven de todas. Entre las fuerzas que no nos gobiernan suenan la del señor Leguía, la del señor Prado y Ugarteche y la del general Cáceres.
         Pero hay una fuerza más. Una fuerza olvidada. Una fuerza que, por eso, trata de volver a la notoriedad. Una fuerza que se mueve en la sombra, que parece que viviera en un mundo aparte, que sostiene una polémica consigo misma sobre su declaración de principios y que hasta publica un periódico que sale todas las semanas, unas semanas impreso y otras semanas manuscrito.
         Esta fuerza política es el pierolismo. Oficialmente se llama partido demócrata. Pero la gente sabe que eso de partido demócrata no es sino la etiqueta. Y que el contenido es el pierolismo.
         Y el pierolismo, como pierolismo, es muy interesante.
         El apóstol ha desaparecido. Pero el proselitismo dura todavía. Ha amenguado mucho, mucho, mucho; pero dura siempre. Todos los años se encamina, en peregrinación a la tumba del apóstol. Todos los días repite como oraciones sus manifiestos y sus discursos. Y profesa la doctrina de que en imitarlo está la suma perfección y el máximo acierto.
         Más que partido político el pierolismo semeja, pues, una secta religiosa. Su declaración de principios no es para él una declaración de principios sino un evangelio y un catecismo. Su ilustre caudillo no ha sido un caudillo sino un profeta. Su significación no es la de una idea en lucha con otra idea sino la del bien en lucha con el mal.
         El público piensa que los pierolistas son nuestras carlistas. Así como en España los carlistas viven al margen de la guerra entre liberales y conservadores, entre monarquistas y republicanos, entre derechas e izquierdas, en el Perú los pierolistas viven al margen de la guerra entre los bandos que se pelean el poder. Así como en España los carlistas tienen dos o tres diputados, en el Perú los pierolistas los tienen también. Y así como en España los carlistas no quieren ser sino carlistas, en el Perú los pierolistas no quieren ser sino pierolistas.
         Actualmente el pierolismo está a punto de quedarse a firme con el mote de carlismo. Su cabeza visible es un noble hermano del gran caudillo. Y este noble hermano del gran caudillo se llama Don Carlos.
         Y todo en el pierolismo es dinástico. Todo, todo, todo. Hasta su preocupación actual es una preocupación de carácter dinástico. Pues parece que, además de Don Carlos, hay otro príncipe del pierolismo que se considera el príncipe heredero. Otro príncipe que no es, por supuesto, el señor don Emilio Sayán y Palacios…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de julio de 1918. ↩︎