5.15. Legisladores futuristas
- José Carlos Mariátegui
1Mr. Bunsen se ha marchado.
La ciudad se ha quitado el frac. La política ha reaparecido en todas las esquinas. Los Diputados y los Senadores han comenzado a moverse con más prisa. Nos hemos vuelto a quedar a solas. Completamente a solas.
Apenas nos han dejado nuestros huéspedes nos hemos agrupado a comentar a gritos los sucesos domésticos.
Y hemos exclamado en primer término:
—¡A ver! ¿Qué dice el acta? ¡El acta del lance Bernales—Aspíllaga!
Y nos hemos enterado de que el acta es muy buena y cordial. Satisfactoria para el señor Bernales. Y satisfactoria para el señor Aspíllaga. Satisfactoria para el presidente del Senado. Y satisfactoria para el presidente del Club Nacional. Satisfactoria para un candidato. Y satisfactoria para otro candidato.
—Bueno.
Y enseguida nos hemos entregado al devaneo consuetudinario.
—¿Y qué hay de la presidencia del Senado?
—Hay que el señor Bernales es candidato. Hay que el señor Echenique es candidato también. Y hay que el señor Revilla es candidato a pesar de todo.
—¿A pesar de que la gente no quiere creer que es candidato?
—A pesar.
—¿Y qué hay de la presidencia de la Cámara de Diputados?
—Hay que el señor don Juan Pardo es candidato. Y hay que necesita dos tercios. Dos tercios que el señor Pardo no tiene seguros.
—¿Y qué hay de la candidatura del señor Aspíllaga?
—De la candidatura del señor Aspíllaga, ¡ay!, no hay nada.
Y luego nos hemos acordado de Mr. Bunsen.
—¿Y qué hay de la visita del embajador británico? ¿Qué hay de su viaje?
¿Qué hay de su partida?
—No hay, sino que Mr. Bunsen ha pasado por aquí. Y que ha estrechado la mano del señor Pardo. Y que ha comido en Palacio. Y que ha ido a Matucana. Y que no ha querido llegar a Río Blanco. Y que nos ha dejado después.
Porque efectivamente es así. No hay más de Mr. Bunsen. No hay más de su venida. Mr. Bunsen había oído hablar en el extranjero de la tradicional belleza de la mujer limeña, de la grandiosidad de la civilización incaica, de la poesía de la leyenda virreinal. Y entre nosotros ha oído hablar de las mismas cosas. De la tradicional belleza de la mujer limeña, de la grandiosidad de la civilización incaica y de la poesía de la leyenda virreinal. Y, además, de la gran línea de La Oroya, “una de las más atrevidas obras de ingeniería del mundo”.
Y nosotros nos hemos quedado en las mismas también.
Hasta que Dios quiera.
La ciudad se ha quitado el frac. La política ha reaparecido en todas las esquinas. Los Diputados y los Senadores han comenzado a moverse con más prisa. Nos hemos vuelto a quedar a solas. Completamente a solas.
Apenas nos han dejado nuestros huéspedes nos hemos agrupado a comentar a gritos los sucesos domésticos.
Y hemos exclamado en primer término:
—¡A ver! ¿Qué dice el acta? ¡El acta del lance Bernales—Aspíllaga!
Y nos hemos enterado de que el acta es muy buena y cordial. Satisfactoria para el señor Bernales. Y satisfactoria para el señor Aspíllaga. Satisfactoria para el presidente del Senado. Y satisfactoria para el presidente del Club Nacional. Satisfactoria para un candidato. Y satisfactoria para otro candidato.
—Bueno.
Y enseguida nos hemos entregado al devaneo consuetudinario.
—¿Y qué hay de la presidencia del Senado?
—Hay que el señor Bernales es candidato. Hay que el señor Echenique es candidato también. Y hay que el señor Revilla es candidato a pesar de todo.
—¿A pesar de que la gente no quiere creer que es candidato?
—A pesar.
—¿Y qué hay de la presidencia de la Cámara de Diputados?
—Hay que el señor don Juan Pardo es candidato. Y hay que necesita dos tercios. Dos tercios que el señor Pardo no tiene seguros.
—¿Y qué hay de la candidatura del señor Aspíllaga?
—De la candidatura del señor Aspíllaga, ¡ay!, no hay nada.
Y luego nos hemos acordado de Mr. Bunsen.
—¿Y qué hay de la visita del embajador británico? ¿Qué hay de su viaje?
¿Qué hay de su partida?
—No hay, sino que Mr. Bunsen ha pasado por aquí. Y que ha estrechado la mano del señor Pardo. Y que ha comido en Palacio. Y que ha ido a Matucana. Y que no ha querido llegar a Río Blanco. Y que nos ha dejado después.
Porque efectivamente es así. No hay más de Mr. Bunsen. No hay más de su venida. Mr. Bunsen había oído hablar en el extranjero de la tradicional belleza de la mujer limeña, de la grandiosidad de la civilización incaica, de la poesía de la leyenda virreinal. Y entre nosotros ha oído hablar de las mismas cosas. De la tradicional belleza de la mujer limeña, de la grandiosidad de la civilización incaica y de la poesía de la leyenda virreinal. Y, además, de la gran línea de La Oroya, “una de las más atrevidas obras de ingeniería del mundo”.
Y nosotros nos hemos quedado en las mismas también.
Hasta que Dios quiera.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de julio de 1918. ↩︎