4.7. Punto acápite – Leader y candidato
- José Carlos Mariátegui
Punto acápite1
El discurso del señor Fariña —discurso de abogado máximo— no tenía sino cuatro partes. No era, pues, tan largo como una película norteamericana. Ni era siquiera tan largo como El Conde de Montecristo. Quienes le suponían parentesco y semejanza con los folletines cinematográficos eran, en cambio, gente asaz malhablada y vituperable.
Ayer llegó el señor Fariña a la cuarta y última parte de su discurso. Y esta cuarta y última parte no fue desmesurada. Fue, más bien, breve en demasía. Y el público le halló sabor al epílogo.
Pero, aunque el señor Fariña no habló sino de la patria, por la patria y para la patria, no escasearon, por supuesto, los comentarios traviesos.
Murmuraban en las galerías:
—Hoy es viernes de cinema. Y de película de moda.
—Parece que el señor Fariña se saca los argumentos del chaqué.
—Pero, indudablemente, se los saca de la cabeza.
—Y el señor Pérez se los saca en cambio del bolsillo, lo mismo que el pañuelo.
—Solo que el señor Pérez no dice bolsillo sino faltriquera.
Ordenaba entonces la guardia:
—¡Chis!
Y el señor Fariña, después de haber conjurado a sus compañeros para que imitasen a los próceres de nuestra independencia, se dejaba caer en su sillón sobre los jurídicos faldones de su chaqué.
Y le tocó el turno al discurso del señor Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, quien comenzó con un gesto afable:
—Me arrepiento de haber sido injusto con el señor Fariña en la noche de anteayer.
Se paró el señor Fariña, conmovido en el fondo de su alma buena y pía.
—Muchas gracias, eminente señor ministro.
Y siguió el señor Maúrtua:
—Yo, aparte de ser muy amigo del señor Fariña, soy enemigo de todo arranque brutal, soy enemigo de toda altisonancia atrabiliaria, soy enemigo de todo ademán ruidoso. Y, para decirlo en términos criollos, soy enemigo de toda huachafería. Por eso me arrepiento de haber estado descomedido con el señor Fariña.
El término criollo hizo saltar de gusto a la barra.
Y el señor Maúrtua, enredando displicentemente la cinta de sus quevedos, entró en materia:
—Todos los opinantes se avienen con la emisión. Ninguno la niega. Únicamente andan disconformes acerca de su volumen. El gobierno propuso cuarenta millones. El senado quiere treinta. El señor Fariña recomienda veinte. El señor Menéndez preconiza quince. Hay cifras para todos los gustos. Y no hay, mientras tanto, discrepancia sustancial alguna. Todo se reduce a una polémica de menor cuantía. Un regateo de millones más o millones menos.
Y a continuación una hora de crítica del problema. Una hora de crítica que no es para esta crónica. Una hora de crítica que es para el diario de los debates. Y para el tomo de lujo de los discursos parlamentarios del señor Maúrtua.
Pero no crítica fría y yerma sino crítica sazonada con su “puntito de ají”, como dice el señor don Abelardo Gamarra.
Tuvo momentos así:
—¿Por qué se cree que seguirán a esta emisión otras emisiones? ¡Ah! ¡Es que se prejuzga que reincidiremos! ¡Y este prejuicio no es cristiano!
Y un risueño párrafo sobre el hombre, sobre el pecado original y sobre el juicio de la iglesia respecto de la naturaleza humana.
Todo para acabar con una mataperrada:
—¡Cómo goza el señor Fariña, católico de buena cepa!
Y para dar un gran golpe hilarante.
Risas arriba y risas abajo.
Y a renglón seguido la síntesis del discurso:
—¡Estamos adelante de una lucha de intereses! ¡Los intereses de los productores contra los intereses de los importadores! ¡Y opinantes que se abanderizan con unos y opinantes que se abanderizan con otros! ¡Para mí, socialista, ambos son intereses comerciales! ¡Ambos son intereses plutocráticos! ¡Veo de un lado a los productores! ¡Y veo de otro lado a los acaparadores! ¡Y yo no me pongo al lado de éstos ni de aquellos! ¡Porque yo, socialista, solo puedo estar al lado del pueblo!
Una faena emocionante.
Y luego, cerrando la tarde, un interesante discurso del señor Menéndez.
Pero ni una palabra del señor Balta.
Ayer llegó el señor Fariña a la cuarta y última parte de su discurso. Y esta cuarta y última parte no fue desmesurada. Fue, más bien, breve en demasía. Y el público le halló sabor al epílogo.
Pero, aunque el señor Fariña no habló sino de la patria, por la patria y para la patria, no escasearon, por supuesto, los comentarios traviesos.
Murmuraban en las galerías:
—Hoy es viernes de cinema. Y de película de moda.
—Parece que el señor Fariña se saca los argumentos del chaqué.
—Pero, indudablemente, se los saca de la cabeza.
—Y el señor Pérez se los saca en cambio del bolsillo, lo mismo que el pañuelo.
—Solo que el señor Pérez no dice bolsillo sino faltriquera.
Ordenaba entonces la guardia:
—¡Chis!
Y el señor Fariña, después de haber conjurado a sus compañeros para que imitasen a los próceres de nuestra independencia, se dejaba caer en su sillón sobre los jurídicos faldones de su chaqué.
Y le tocó el turno al discurso del señor Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, quien comenzó con un gesto afable:
—Me arrepiento de haber sido injusto con el señor Fariña en la noche de anteayer.
Se paró el señor Fariña, conmovido en el fondo de su alma buena y pía.
—Muchas gracias, eminente señor ministro.
Y siguió el señor Maúrtua:
—Yo, aparte de ser muy amigo del señor Fariña, soy enemigo de todo arranque brutal, soy enemigo de toda altisonancia atrabiliaria, soy enemigo de todo ademán ruidoso. Y, para decirlo en términos criollos, soy enemigo de toda huachafería. Por eso me arrepiento de haber estado descomedido con el señor Fariña.
El término criollo hizo saltar de gusto a la barra.
Y el señor Maúrtua, enredando displicentemente la cinta de sus quevedos, entró en materia:
—Todos los opinantes se avienen con la emisión. Ninguno la niega. Únicamente andan disconformes acerca de su volumen. El gobierno propuso cuarenta millones. El senado quiere treinta. El señor Fariña recomienda veinte. El señor Menéndez preconiza quince. Hay cifras para todos los gustos. Y no hay, mientras tanto, discrepancia sustancial alguna. Todo se reduce a una polémica de menor cuantía. Un regateo de millones más o millones menos.
Y a continuación una hora de crítica del problema. Una hora de crítica que no es para esta crónica. Una hora de crítica que es para el diario de los debates. Y para el tomo de lujo de los discursos parlamentarios del señor Maúrtua.
Pero no crítica fría y yerma sino crítica sazonada con su “puntito de ají”, como dice el señor don Abelardo Gamarra.
Tuvo momentos así:
—¿Por qué se cree que seguirán a esta emisión otras emisiones? ¡Ah! ¡Es que se prejuzga que reincidiremos! ¡Y este prejuicio no es cristiano!
Y un risueño párrafo sobre el hombre, sobre el pecado original y sobre el juicio de la iglesia respecto de la naturaleza humana.
Todo para acabar con una mataperrada:
—¡Cómo goza el señor Fariña, católico de buena cepa!
Y para dar un gran golpe hilarante.
Risas arriba y risas abajo.
Y a renglón seguido la síntesis del discurso:
—¡Estamos adelante de una lucha de intereses! ¡Los intereses de los productores contra los intereses de los importadores! ¡Y opinantes que se abanderizan con unos y opinantes que se abanderizan con otros! ¡Para mí, socialista, ambos son intereses comerciales! ¡Ambos son intereses plutocráticos! ¡Veo de un lado a los productores! ¡Y veo de otro lado a los acaparadores! ¡Y yo no me pongo al lado de éstos ni de aquellos! ¡Porque yo, socialista, solo puedo estar al lado del pueblo!
Una faena emocionante.
Y luego, cerrando la tarde, un interesante discurso del señor Menéndez.
Pero ni una palabra del señor Balta.
Leader y candidato
Muy viejo para ministro y muy joven para presidente de la República.
Esto es lo que ha dicho de sí mismo el señor Balta. Esto es lo que se le ha salido del corazón. Esto es lo que ha volado de sus labios en un arranque de sinceridad. Y esto es lo que ha resonado ruidosamente en el risueño comentario metropolitano.
Mirando pasar en su automóvil al señor Balta, la gente ha pensado primero:
—¡No tan viejo!
Y ha pensado luego:
—¡No tan joven!
Y el señor Balta, que es una alacena de socarronerías con fisonomía y fama de ilustre ingeniero, se ha sonreído gozoso dentro de su automóvil.
Muy joven y muy viejo.
La frase parece del señor Manzanilla. Por lo menos pertenece a la escuela de las frases del señor Manzanilla. Es del estilo de las frases del señor Manzanilla. Tiene la traza de las frases del señor Manzanilla. Yo no soy esto ni llego a ser aquello. Ni estoy muy cerca del poder ni estoy muy lejos de él. Avance y retroceso. Y una intención muy grande en medio.
Muy viejo para ministro.
Bueno.
Ya lo habíamos oído otra vez de labios del señor Balta. El país no ha dejado de creer al señor Balta candidato a un ministerio. Al ministerio de hacienda o de fomento. Y el señor Balta ha hecho todo lo posible desde hace algún tiempo para contrariar la creencia nacional.
Siempre que ha habido una crisis ha ido a Palacio. Se ha encerrado con el señor Pardo largamente. Y cuando ha salido los periodistas le han visto, naturalmente, cara de ministro.
Pero él, sin aguardar sus preguntas, se ha apresurado a declararles con risueña diplomacia:
—Yo no deseo ser ministro.
Y esto lo ha repetido en la calle, en la Cámara y en los altos de La Prensa cuantas veces ha habido un ministerio vacante. Hasta cuando el ministerio vacante ha sido el ministerio de guerra. Y hasta cuando un ministro se ha ido para volver.
—Muy viejo para ministro.
Y ahora la frase es compuesta:
—Muy viejo para ministro y muy joven para presidente de la República.
Ahora es, pues, cuando es una frase de peso. Antes no era sino un poco más que una chilindrina para las misceláneas cotidianas de la prensa. Y poco más que una chilindrina inofensiva y vaga.
El señor Balta nos anuncia, más o menos, que ya no puede ser candidato a un ministerio, pero que sí puede ser candidato a la presidencia de la República. Y, por modestia, nos declara que a su juicio es muy joven para ir inmediatamente a la presidencia de la República. Probablemente espera que el país le conteste que no. Y, si no el país entero, una fracción del país que se llame el partido liberal. Y, si no todo el partido liberal, una fracción del partido liberal que se llame como le dé la gana.
Y no puede ser de otro modo en estos tiempos en que hay quienes murmuran por las calles que el señor Balta no solo se siente ya muy viejo para ministro sino muy viejo también para diputado. Y muy viejo también para ingeniero. Y muy viejo también para presidente de la Sociedad Geográfica. Y muy viejo también, sobre todo, para primer vice—presidente del partido liberal…
Aunque el señor Pérez le haya hecho esta ladina afirmación profética:
—¡Para presidente de la República será usted siempre joven!
Esto es lo que ha dicho de sí mismo el señor Balta. Esto es lo que se le ha salido del corazón. Esto es lo que ha volado de sus labios en un arranque de sinceridad. Y esto es lo que ha resonado ruidosamente en el risueño comentario metropolitano.
Mirando pasar en su automóvil al señor Balta, la gente ha pensado primero:
—¡No tan viejo!
Y ha pensado luego:
—¡No tan joven!
Y el señor Balta, que es una alacena de socarronerías con fisonomía y fama de ilustre ingeniero, se ha sonreído gozoso dentro de su automóvil.
Muy joven y muy viejo.
La frase parece del señor Manzanilla. Por lo menos pertenece a la escuela de las frases del señor Manzanilla. Es del estilo de las frases del señor Manzanilla. Tiene la traza de las frases del señor Manzanilla. Yo no soy esto ni llego a ser aquello. Ni estoy muy cerca del poder ni estoy muy lejos de él. Avance y retroceso. Y una intención muy grande en medio.
Muy viejo para ministro.
Bueno.
Ya lo habíamos oído otra vez de labios del señor Balta. El país no ha dejado de creer al señor Balta candidato a un ministerio. Al ministerio de hacienda o de fomento. Y el señor Balta ha hecho todo lo posible desde hace algún tiempo para contrariar la creencia nacional.
Siempre que ha habido una crisis ha ido a Palacio. Se ha encerrado con el señor Pardo largamente. Y cuando ha salido los periodistas le han visto, naturalmente, cara de ministro.
Pero él, sin aguardar sus preguntas, se ha apresurado a declararles con risueña diplomacia:
—Yo no deseo ser ministro.
Y esto lo ha repetido en la calle, en la Cámara y en los altos de La Prensa cuantas veces ha habido un ministerio vacante. Hasta cuando el ministerio vacante ha sido el ministerio de guerra. Y hasta cuando un ministro se ha ido para volver.
—Muy viejo para ministro.
Y ahora la frase es compuesta:
—Muy viejo para ministro y muy joven para presidente de la República.
Ahora es, pues, cuando es una frase de peso. Antes no era sino un poco más que una chilindrina para las misceláneas cotidianas de la prensa. Y poco más que una chilindrina inofensiva y vaga.
El señor Balta nos anuncia, más o menos, que ya no puede ser candidato a un ministerio, pero que sí puede ser candidato a la presidencia de la República. Y, por modestia, nos declara que a su juicio es muy joven para ir inmediatamente a la presidencia de la República. Probablemente espera que el país le conteste que no. Y, si no el país entero, una fracción del país que se llame el partido liberal. Y, si no todo el partido liberal, una fracción del partido liberal que se llame como le dé la gana.
Y no puede ser de otro modo en estos tiempos en que hay quienes murmuran por las calles que el señor Balta no solo se siente ya muy viejo para ministro sino muy viejo también para diputado. Y muy viejo también para ingeniero. Y muy viejo también para presidente de la Sociedad Geográfica. Y muy viejo también, sobre todo, para primer vice—presidente del partido liberal…
Aunque el señor Pérez le haya hecho esta ladina afirmación profética:
—¡Para presidente de la República será usted siempre joven!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de junio de 1918. ↩︎