4.8. Ganas no más

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Había ayer en la Cámara de Diputados mucha gana de acabar con la emisión, mucha gana de economizarse otro discurso del señor Fariña, mucha gana de no oír hablar más de la balanza comercial, mucha gana de comer temprana y regaladamente y mucha gana de ponerle de una vez punto final a la legislatura.
         Cuando entramos a la Cámara, todos nos decían lo mismo:
         —¡Hoy terminamos!
         Y no aceptaban ningún pero.
         —¡Hoy terminamos! ¡Hoy terminamos! ¡Hoy terminamos!
         —¿Y si el señor Fariña se sube de nuevo sobre sus toneladas de números?
         —¡Lo bajamos!
         —¿Y si el señor Menéndez se sube sobre su escaño?
         —¡Lo bajamos también!
         —¿Y si el señor Pérez se sube de tono?
         —¡Lo bajamos a tiros!
         Naturalmente estas declaraciones nos asustaban. Nos sentíamos delante de una mayoría resuelta a todo. Resuelta a colgarse del chaqué del señor Fariña. Resuelta a romperle la balanza. Resuelta a dejarle sin pesas ni platillos.
         Y enseguida la manera como comenzaba la sesión nos lo confirmaba.
         Tenía la palabra el señor Barreda y Laos. Y era de creer que no la hubiese pedido por gusto. Sino que la hubiese pedido para pronunciar un discurso carolino que lo devolviese a sus buenos días universitarios.
         Y el señor Barreda y Laos apenas si pronunció esas palabras:
         —No hablo. Más tarde fundaré mi voto.
         Hubo luego una larga pausa.
         Y si el señor Secada, nuestro diputado bolchevique, no se pone de pie para pegarle tres o cuatro vueltas al proyecto, no hay quien prolongue ni un minuto más el debate.
         El señor Secada dijo cuatro palabras. Cuatro palabras suyas y valiosas. Pero cuatro palabras únicamente.
         Y el señor Maúrtua dijo una palabra contestando al señor Secada.
         Hubo entonces otra pausa.
         Y el señor Pardo suspendió la sesión para reunir quórum.
         —¡Hoy terminamos! —gritaban con más fuerza que nunca los diputados.
         Y comenzó a funcionar el teléfono llamando a los ausentes.
         —¿No hay quien quiera hablar?
         Y nos respondieron:
         —¡Sí hay uno! ¡El señor Fariña!
         Y casi nos caemos al suelo:
         —¿Otra vez el señor Fariña?
         Mas así era.
         Minutos más tarde inició el señor Fariña otro discurso. Discurso de réplica al señor Maúrtua. Discurso de regreso al tema de la balanza. Discurso de amontonamiento de otras toneladas de números.
         Y, en presencia de este arranque del señor Fariña, nuestro señor don Juan Pardo ordenó que se sirviese comida para los diputados en la Cámara.
         —¡Aquí comemos! ¡Aquí dormimos!
         Y el señor Fariña que, desde que nos ha recomendado que imitemos a nuestros próceres se siente todo un héroe, puso el grito en el cielo.
         —¡Se me quiere rendir por el cansancio y por el hambre! ¡Pero no se me rendirá! ¡Yo seré más fuerte que el cansancio! ¡Yo seré más fuerte que el hambre! ¡Hablaré hasta las cuatro de la mañana del lunes! ¡Hablaré hasta que me caiga muerto! ¡Las generaciones venideras me levantarán un monumento!
         Y, sonriéndose, el señor Pardo se dio por vencido.
         Pero citó a la Cámara para hoy a las cuatro de la tarde.
         Solamente para que el señor Fariña, católico fervoroso, no pueda guardar el día domingo como se lo manda Nuestra Santa Madre Iglesia.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de junio de 1918. ↩︎