4.2. Ahora que… – Seguimos sin quórum
- José Carlos Mariátegui
Ahora que…1
Ahora que andamos nerviosos, ahora que la política ronda los techos, ahora que el General Cáceres desenvaina la espada y ahora que el Partido Constitucional lo guapea, quiere el señor Pardo que lo veamos entrar y salir del Panóptico. Quiere que lo vemos entrar con paso majestuoso. Y quiere, sobre todo, que lo veamos salir con el mismo paso. Él sabe por qué lo quiere.
Y, naturalmente, hay murmullos en la ciudad.
El Panóptico es para los turistas un edificio penal. Pero para nosotros los peruanos es un edificio político. Político y penal. No tenemos, sino que pasar delante de él, para pensar que un día hospedó al señor Leguía. Y otro día al señor Billinghurst. Y otro día al señor Ulloa. Y otro día al señor Durand. Y otro día a los señores Piérola. Y otro día al señor Bernales.
Un presidente de la República que se mete dentro de su auto con un edecán para presentarse en el Panóptico tiene, pues, que inquietar un poco a las gentes.
Y que hacerlas preguntarse:
—¿Por qué visita el Panóptico el presidente de la República?
Aunque no puedan responderse más que esto:
—Por nada. Porque es el presidente de la República. Porque salga en los periódicos. Por nada.
Ni una palabra más les dice seguramente la cara con que el señor Pardo sale del Panóptico.
Y las gentes no pueden imaginarse que el señor Pardo vaya al Panóptico solo por comprobar la disciplina de los talleres, el aseo de los pisos y la robustez de los muros.
Piensan que el señor Pardo entra al Panóptico para sentir, dentro de las ilustres celdas históricas, una voluptuosidad sutil.
Y para exclamar en la puerta de una celda:
—¡Aquí estuvo Leguía!
Y para exclamar en la puerta de otra celda:
—¡Aquí estuvo Durand!
Y para reírse las dos veces.
Acaso el señor Pardo adivina el pensamiento de las gentes. Acaso por eso va al Panóptico. Acaso por eso conmueve a la ciudad sonando pavorosamente los cerrojos. Acaso por eso agranda el miedo de esta hora de vagos desasosiegos y de marciales posturas. Y acaso por eso suelta la carcajada cuando el señor García y Lastres corre a Palacio a aconsejarle:
—Hay que servirse nuevamente del Panóptico para hacer pan integral…
Y, naturalmente, hay murmullos en la ciudad.
El Panóptico es para los turistas un edificio penal. Pero para nosotros los peruanos es un edificio político. Político y penal. No tenemos, sino que pasar delante de él, para pensar que un día hospedó al señor Leguía. Y otro día al señor Billinghurst. Y otro día al señor Ulloa. Y otro día al señor Durand. Y otro día a los señores Piérola. Y otro día al señor Bernales.
Un presidente de la República que se mete dentro de su auto con un edecán para presentarse en el Panóptico tiene, pues, que inquietar un poco a las gentes.
Y que hacerlas preguntarse:
—¿Por qué visita el Panóptico el presidente de la República?
Aunque no puedan responderse más que esto:
—Por nada. Porque es el presidente de la República. Porque salga en los periódicos. Por nada.
Ni una palabra más les dice seguramente la cara con que el señor Pardo sale del Panóptico.
Y las gentes no pueden imaginarse que el señor Pardo vaya al Panóptico solo por comprobar la disciplina de los talleres, el aseo de los pisos y la robustez de los muros.
Piensan que el señor Pardo entra al Panóptico para sentir, dentro de las ilustres celdas históricas, una voluptuosidad sutil.
Y para exclamar en la puerta de una celda:
—¡Aquí estuvo Leguía!
Y para exclamar en la puerta de otra celda:
—¡Aquí estuvo Durand!
Y para reírse las dos veces.
Acaso el señor Pardo adivina el pensamiento de las gentes. Acaso por eso va al Panóptico. Acaso por eso conmueve a la ciudad sonando pavorosamente los cerrojos. Acaso por eso agranda el miedo de esta hora de vagos desasosiegos y de marciales posturas. Y acaso por eso suelta la carcajada cuando el señor García y Lastres corre a Palacio a aconsejarle:
—Hay que servirse nuevamente del Panóptico para hacer pan integral…
Seguimos sin quórum
Esta quinta legislatura extraordinaria ha empezado a caerse de cansancio. Apenas si puede moverse. Y no encuentra quien le ofrezca el brazo para que acabe su camino buenamente.
Hay congreso; pero no hay quórum. Y, como el quórum es el congreso, resulta que no hay congreso.
Tanto para la Cámara del señor don José Carlos Bernales como parala Cámara del señor don Juan Pardo se pasan los días en blanco. Consuetudinariamente se quedan ambas cámaras en la lista. Y, por ende, los periódicos también.
Por las noches los reporteros no nos traen más.
—¿Ha habido sesión? —les preguntamos desde la máquina de escribir sobre la cual los hemos aguardado ansiosamente.
Y ellos nos responden:
—No ha habido sino lista.
Y la lista no nos sirve para un comentario, ni para una mataperrada, ni para un embuste. No nos sirve para nada. Solo pasamos los ojos por la lista de la Cámara de Diputados para ver si el señor Manzanilla continúa figurando entre los inasistentes con aviso. Y para consternarnos de que se haya reducido a tan poca cosa la notoriedad cotidiana del señor Manzanilla. Siempre diputado. Siempre inasistente. Y siempre con aviso.
Arrugamos las dos listas una tras otra.
Y nos encaramos a los reporteros:
—¿Pero no iba a seguir el debate sobre el trigo en la Cámara de Diputados? ¿Y no iba a emocionar otra vez a la ciudad el señor Maúrtua? ¿Y no iba a pegarle otra vez un arañazo muy leve el señor Balta? ¿Y no iba a hacer temblar la farola el señor Peña Murrieta?
Mas los reporteros no nos contestan sino con una palabra:
—Iba…
Y de aquí no pasan.
Ayer hemos tenido otro día en blanco para el diario de los debates, para la fama del señor Maúrtua, para el denuedo del señor Grau, para los refranes del señor Pérez y para las crónicas de la prensa metropolitana.
Únicamente para los diputados ha habido debate. Pero no debate público con barra, con conserjes y con taquígrafos. Debate privado en el despacho del ministro bolchevique. Y debate para unos cuantos.
Esta ha sido una travesura muy grande del señor Maúrtua.
Sabía que varios diputados iban a hablar sobre el trigo. Y ha querido que lo hiciesen en privado. Y a solas les ha tirado de la lengua. Y ellos han tenido que decirle sus discursos.
Y, mañana o pasado irá a la cámara a replicarles en público. Y a oír las ovaciones.
Hay congreso; pero no hay quórum. Y, como el quórum es el congreso, resulta que no hay congreso.
Tanto para la Cámara del señor don José Carlos Bernales como parala Cámara del señor don Juan Pardo se pasan los días en blanco. Consuetudinariamente se quedan ambas cámaras en la lista. Y, por ende, los periódicos también.
Por las noches los reporteros no nos traen más.
—¿Ha habido sesión? —les preguntamos desde la máquina de escribir sobre la cual los hemos aguardado ansiosamente.
Y ellos nos responden:
—No ha habido sino lista.
Y la lista no nos sirve para un comentario, ni para una mataperrada, ni para un embuste. No nos sirve para nada. Solo pasamos los ojos por la lista de la Cámara de Diputados para ver si el señor Manzanilla continúa figurando entre los inasistentes con aviso. Y para consternarnos de que se haya reducido a tan poca cosa la notoriedad cotidiana del señor Manzanilla. Siempre diputado. Siempre inasistente. Y siempre con aviso.
Arrugamos las dos listas una tras otra.
Y nos encaramos a los reporteros:
—¿Pero no iba a seguir el debate sobre el trigo en la Cámara de Diputados? ¿Y no iba a emocionar otra vez a la ciudad el señor Maúrtua? ¿Y no iba a pegarle otra vez un arañazo muy leve el señor Balta? ¿Y no iba a hacer temblar la farola el señor Peña Murrieta?
Mas los reporteros no nos contestan sino con una palabra:
—Iba…
Y de aquí no pasan.
Ayer hemos tenido otro día en blanco para el diario de los debates, para la fama del señor Maúrtua, para el denuedo del señor Grau, para los refranes del señor Pérez y para las crónicas de la prensa metropolitana.
Únicamente para los diputados ha habido debate. Pero no debate público con barra, con conserjes y con taquígrafos. Debate privado en el despacho del ministro bolchevique. Y debate para unos cuantos.
Esta ha sido una travesura muy grande del señor Maúrtua.
Sabía que varios diputados iban a hablar sobre el trigo. Y ha querido que lo hiciesen en privado. Y a solas les ha tirado de la lengua. Y ellos han tenido que decirle sus discursos.
Y, mañana o pasado irá a la cámara a replicarles en público. Y a oír las ovaciones.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de junio de 1918. ↩︎