4.3. Finalizando – Galantísimo suceso

  • José Carlos Mariátegui

Finalizando1  

         Ahora sí que se acaba el Congreso.
         Parece que el señor Pardo se ha convencido por fin de que estas cámaras no le darán las leyes que necesita. Y no porque no quieran sino porque no pueden. Porque no hay quien ponga en ellas concierto, armonía y entusiasmo. Porque se caen de cansancio. Y porque se mueren de sueño.
         Para nada le han servido al señor Pardo todas sus convocatorias. Para nada le han servido al congreso. Para nada le han servido al país.
         Mientras tanto le han granjeado al señor Pardo la queja de todos los diputados y senadores que, como el señor Pizarro, tienen en su comarca una hacienda acogedora y hospitalaria, un rebaño gordo y bien apacentado y un rústico corazón menesteroso de ternura.
         Y, además, estas convocatorias han sido las que han turbado y confundido el grácil espíritu alado del señor Manzanilla, conspirando contra su sonrisa, marchitando su juventud y empañando su fama.
         Estamos después de tantas legislaturas extraordinarias lo mismo que estábamos antes de ellas. No tenemos leyes, no tenemos reformas, no tenemos progresos. Apenas si tenemos iniciativas. Pero, por supuesto, no tenemos humor para estudiarlas.
         Nos hallamos delante de un congreso que ni construye ni destruye. No construye porque le falta fuerza para mover una mano. No destruye porque le sobra miedo para moverla también. Y así es como ni el gobierno puede conseguir que construya ni la oposición puede conseguir que destruya. Encuentra el congreso muy cómodo no hacerle caso ni al gobierno ni a la oposición. Aunque, como es natural, continúa siendo gobiernista.
         Esperábamos que la primera legislatura si quiera nos dejara con presupuesto. Pero la primera legislatura se pasó sus cuarenta y cinco sesiones preguntándose por cuál de los cuarenta proyectos que le había sometido el gobierno comenzaría. Y no hizo más la segunda legislatura. Y no hizo más la tercera. Y no hizo más la cuarta. Y, si la gracia de Dios y la palabra del señor Maúrtua no lo evitan, tampoco hará más la quinta.
         Desde hace ocho meses está funcionando el congreso extraordinariamente solo para que haya presupuesto. Y seguimos sin presupuesto hasta estos momentos. Ambas cámaras consumen sus horas echándose recíprocamente la culpa de que así ocurra.
         Y el buen público metropolitano se aburre en la barra.
         Allá hay uno que se estira; acá hay otro que bosteza.
         Y nosotros, discurriendo por la galería de la Cámara de Diputados, alzamos los ojos a la farola para exclamar:
         —¡Felizmente no habrá otra convocatoria!
         Y nos parece que lo repite en la calle el señor Manzanilla.
         Pero que lo repite como quien tiene por fin un respiro.

Galantísimo suceso  

          Acabamos de tener en nuestras manos un par de medias del señor don Manuel Bernardino Pérez. No, por supuesto, un par de medias del uso personal del señor Pérez. Eso no. El par de medias femeninas elegidas y compradas por el señor Pérez para hacerle el más recatado y discretísimo presente a Paquita Escribano.
         Estas medias no viajan con Paquita Escribano como cree el señor Pérez confiado, venturoso y bueno. De puro limeñas no han querido marcharse de Lima así no más. De puro limeñas se han empeñado en ser conocidas por nosotros. Y de puro limeñas andan saliéndose de su caja todo el día para que sepa la gente que no son unas medias cualesquiera sino unas medias del señor Pérez. Porque estas medias no pueden haber dejado de comprender que el señor Pérez, diputado por Cajamarquilla, es un sustancioso personaje nacional.
         Por ellas mismas nos hemos enterado del trabajo que se dio el señor Pérez para encontrarlas, para escogerlas y para regatearlas. Porque, aunque el señor Pérez es avezado en la compra de medias femeninas, hubo de preocuparse de que las medias que le obsequiara a la bonita tonadillera fueran el más glorioso y esclarecido de sus muchos aciertos. Y hubo de tantear previamente con cautela y finura muy grandes el gusto de Paquita en lo que a medias y colores atañe. Y hubo de averiguar un día que no serían de su antojo y agrado ni unas medias azules con “motitas” amarillas, ni unas medias “peruanas” con las “armas de la patria” en el empeine, ni unas medias coloradas con “pintas” verdes y cabritillas, ni unas medias celestes con “redondelas” floreadas, ni otras medias más que pudo describirlas con el más sustancioso colorido y con la más criolla diplomacia.
         No son, pues, estas medias, que han venido furtivamente a nuestras manos y que han regresado luego a las de su muy donairosa dueña actual, unas medias vulgares. Son unas medias extraordinarias. No le han parecido a Paquita Escribano muy avenidas con la moda ni con la estética de sus costumbres. Pero, probablemente es porque los ojos de Paquita Escribano no saben descubrir la belleza que debe esconderse en unas medias en las que fraternizan dulcemente un verde muy vivo con un rosa muy pálido y madrigalesco.
         Y, por eso, podemos explicarnos por qué Paquita Escribano, en lugar de mirarlas como una preciosa y rara prenda y hospedarlas cariñosamente en el más seguro de sus cofres, ha renunciado a su propiedad.
         Buscamos con los ojos una razón. Buscamos en el cielo. Buscamos en la tierra. Buscamos y buscamos. Pero buscamos en balde.
         Solo sabemos que la víspera de su partida Paquita Escribano llamó a la característica de la compañía del Municipal y la dijo:
         —Oye, chica, toma estas medias que me han regalado. ¡Son como para característica!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de junio de 1918. ↩︎